Álvaro Uribe y Hugo Chávez no fueron nunca aliados políticos. Sin embargo, hasta el año pasado, habían logrado disimularlo bastante bien: pese a las profundas diferencias ideológicas que los separaban, los presidentes de Colombia y Venezuela insistían en llamarse “hermanos” y evitaban cualquier tipo de confrontación pública.
Pero todo este esfuerzo diplomático se fue por la borda cuando en noviembre del año pasado, el presidente colombiano decidió dar por finalizada la mediación de Chávez en el conflicto con las FARC. Argumentó que su homólogo venezolano había incumplido el pacto de no hablar en privado con las Fuerzas Armadas colombianas y, lisa y llanamente, lo echó.
La decisión generó la ira descontrolada de los familiares de los secuestrados que veían en el venezolano el único camino posible de acuerdo con la guerrilla, pero además abrió un abismo entre los mandatarios que no hizo más que agrandarse con el pasar de los meses.
La crisis diplomática se agudizó aún más con el pedido de Chávez de que se reconozca a las FARC como fuerza beligerante (en lugar de terroristas) y cayó en el pozo más profundo luego de la operación militar colombiana que, sobre suelo ecuatoriano, abatió al canciller de la guerrilla, Raúl Reyes.
La novela, sin embargo, se convirtió en una miniserie de misterio cuando la inteligencia del gobierno de Uribe aseguró que en la computadora de Reyes había pruebas que demostraban que Chávez no solamente había albergado a las FARC, sino que hasta les había otorgado financiamiento.
Los mandatarios se cruzaron desde entonces en dos oportunidades, en República Dominicana a pocos días de la muerte de Reyes y en Brasilia durante la cumbre de Unasur.
Se acusaron mutuamente de mentirosos y, mientras Uribe hablaba de los vínculos del venezolano con las FARC, Chávez respondía atribuyéndole al colombiano relaciones con la parapolítica.
El fuego cruzado se prolongó durante meses, hasta hoy. Por primera vez los presidentes que no hacían más que cruzarse en alguna cumbre internacional, optaron por encontrarse en la localidad venezolana de Paraguaná para intentar limar asperezas.
La decisión, que trae tranquilidad a empresarios a uno y otro lado de la frontera, podría llevar a que Venezuela vuelva a mandar a un embajador a Bogotá y a la firma de varios tratados comerciales que serían fundamentales para las economías de ambos países.
Hoy, y coincidentemente a días de la liberación de Betancourt, Chávez y Uribe inician un nuevo capítulo de su historia común.
(*) Redactora de perfil.com