La crisis en Venezuela rompió hasta el ejercicio del voto, el último mecanismo de apariencia democrática blandido por el chavismo. Tras las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, el Gobierno de Nicolás Maduro festejó haber recuperado tras cinco años el control de la Asamblea Nacional y la oposición se congratuló por el elevado nivel de abstencionismo, que, según las cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral (CNE) alcanzó al 70% del electorado. Ahora, se ciernen muchos interrogantes sobre el futuro político, económico y social del país y apenas un puñado de certezas, entre las que sobresale el pesimismo. La crisis empeorará en el corto plazo o continuará estancada en un status quo devastador para el pueblo venezolano.
En las elecciones votaron apenas 6,2 millones de venezolanos, menos de la mitad de los 14 millones que lo hicieron en las parlamentarias de 2015. Esa cifra contrasta con los 5,4 millones de personas que emigraron y se refugiaron en otros países por la crisis, según estimaciones de ACNUR y de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).
Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, ensayó un lúcido diagnóstico sobre la jornada electoral: “La brutal abstención no ocurre porque la gente fue llamada a abstenerse por la oposición. Casi dos tercios de la población venezolana siente apatía por el sistema político, tanto por el chavismo como por la oposición institucional. Eso quiere decir que se abstienen porque no había nada que les llamara la atención. Nada los conecta. Es un reflejo de la falta de esperanzas”.
Si el análisis de León es correcto, ¿por qué tanto el chavismo, que apenas cosechó un quinto de los votos, como la oposición, fragmentada y desconectada con la mayoría de la población, festejan los resultados? Para Nicolás Maduro, el control de la Asamblea Nacional (AN) le permite dos cuestiones:
- Dotar de mayor “seguridad jurídica” a los acuerdos y tratados con los países que sostienen financiera y económicamente a Venezuela, entre ellos China, Rusia, Irán y Turquía.
- Dividir a la oposición.
Pero su control férreo sobre las instituciones no deja de tener un flanco vulnerable. Apenas el 15% de los encuestados en noviembre por Datanálisis aprueba su liderazgo, mientras que el 58% valora al ex presidente Hugo Chávez. Ese dato revela que la preocupación de Maduro hoy no es la oposición, sino el propio oficialismo. Su mayor fantasma es el surgimiento de una figura con ascendencia en las Fuerzas Armadas que pretenda rescatar con un golpe de Estado “el verdadero legado del Comandante Chávez”.
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El antichavismo, en tanto, se proclama dueño de la abstención, que utiliza en el plano internacional para deslegitimar al nuevo Parlamento y garantizar el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea a la “continuidad administrativa” de la vieja Asamblea, encabezada por Juan Guaidó. Pero su festejo es vacío, porque en sus propias entrañas ya se desató la batalla por el liderazgo. Henrique Capriles y María Corina Machado embisten contra Guaidó, al que le endilgan dos años de fracasos y el incumplimiento de su mentada hoja de ruta: “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.
El propio Capriles, ex candidato a presidente en dos ocasiones, dio hoy el pistoletazo de salida. “La oposición hoy no tiene un líder, no hay un liderazgo, nadie que sea un jefe”, afirmó a la BBC. “No tengo nada personal contra Guaidó, pero eso se acabó, está acabado, fundido, cerrado, listo”, agregó, al cuestionar los “lugares comunes”, los “discursos gastados”, y “pretender tumbar al gobierno desde el distribuidor de Altamira” en la frustrada insurrección del 30 de abril de 2019, en un mensaje por elevación a Leopoldo López, jefe político de Guaidó.
En un escenario donde todos festejan en público pero rascan la olla en privado, cabe preguntarse cómo evolucionará la crisis en 2021. Sin mecanismos legítimos de competencia política, se espera una radicalización de los dos sectores en el corto plazo. A partir del próximo 5 de enero, cuando jure la nueva Asamblea Nacional, el Gobierno se sentirá con vía libre para criminalizar y perseguir (aún más) a una oposición con mandato vencido en el Parlamento. Detenciones, causas fabricadas en la Justicia y decenas de allanamientos podrían dar el último golpe a una facción política ya desarticulada.
Pero toda acción es seguida por una reacción. ¿Intentará Guaidó formar un Gobierno en el exilio? ¿Se quedará en Venezuela, corriendo el riesgo de ser detenido, ya sin inmunidad parlamentaria, sin manifestaciones en las calles y con respaldos internacionales menos entusiastas? Si opta por la primera opción, perderá influencia política en el día a día, abdicando de facto. Si permanece en el país tendrá el desafío de ofrecer algo más inspirador que la abstención o el martirio político.
En todo caso, el status quo amenaza con congelarse. Tristemente, la crisis política, económica y humanitaria de Venezuela dejó de ser noticia. Ese dato también debiera preocupar a la oposición.
LD/MC