Las palabras terminadas en teca nombran lugares destinados a la colección, conservación y exhibición de cierta clase de objetos. No todas, por supuesto; la hipoteca no exhibe hipos, el karateca no conserva caras, y tampoco son museos o colecciones públicas la manteca o el azteca. Pero sabemos que la biblioteca se dedica a los libros, la hemeroteca a los diarios y revistas y la pinacoteca a los cuadros. Son los casos más famosos. La cinemateca o filmoteca se dedica al resguardo, conservación y proyección de películas. Más moderna, la videoteca se especializa en videos y la fonoteca en registros sonoros de diverso origen, como discos o cintas de audio. En un principio, la discoteca era el lugar destinado a guardar y coleccionar discos de música; una lenta pero previsible deriva llevó la palabra a describir el lugar donde se escucha música grabada, y de paso se aprovecha para bailar, beber tragos y conocer chicas o chicos. La xiloteca conserva trozos de diversas maderas de árboles de todo el mundo. Además de bibliotecas, en las escuelas suele haber una mapoteca, donde se guardan y organizan mapas, y una ludoteca, dedicada a los juegos. Una oploteca es un museo destinado a exhibir una colección de armas. Aunque estas son las palabras que suelen figurar en los diccionarios, nada impide que el sufijo se pueda combinar de cualquier manera razonable: una petroteca sería una colección de piedras, una ornitoteca de aves, y una cardioteca de corazones. Quizás el lector, para darle lustre y alcurnia a su colección, deba encontrar la manera griega de hablar de sobres de azúcar, posavasos o elefantes de cerámica.
(En la imagen, las bailarinas recorren los pasillos del Palacio de Invierno, ahora una de las pinacotecas más importantes del mundo. En El arca rusa, de Aleksandr Sokúrov, 2002.)