El analista internacional Claudio Fantini se refirió al nombramiento de Robert Prevost como nuevo Papa y consideró que el pontífice protegerá el legado de su antecesor. “No creo que amplíe ni profundice radicalmente el legado de Francisco. Lo que va a hacer, sí, es protegerlo”, dijo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Claudio Fantini es periodista, politólogo, produce columnas de análisis políticos internacionales en varios medios, entre ellos la revista NOTICIAS. Es profesor y mentor en Ciencia Política en la Universidad Siglo 21. Algunos de sus libros son Crónicas de fin de siglo, Dioses de la guerra, Infalible y absoluto, La sombra del fanatismo, El componente monárquico y La gravedad del silencio.
Usted dijo en su cuenta de Twitter que la elección del nuevo Papa es “una mala noticia para Trump y los liderazgos que están en esta via”. Me gustaría que ampliara para nuestra audiencia este concepto.
Y sí, yo creo que, aunque supo disimular mucho mejor el mal trago que en su momento recibió Cristina y no pudo disimular tan bien, cuando le anunciaron que Jorge Bergoglio acababa de ser coronado como Papa, bueno, Trump pudo sonreír y, con amabilidad, felicitar y tomarlo como una buena noticia, pero sin duda no lo era.
Y eso estaba claro porque, claramente él había apostado todas sus fichas, incluso enviando al vicepresidente, J.D. Vance, que alcanzó a llegar a tener un retrato con Francisco todavía en vida. Les preocupaba, porque a la salida del hospital Gemelli era claro el deterioro, era clara la fragilidad que se dibujaba en la cara del Papa argentino. Y el Papa argentino había sido un durísimo denunciante de las deportaciones masivas y la criminalización de la inmigración ilegal en los Estados Unidos.
Bueno, el largo brazo de Trump, quien terminó yendo incluso a los funerales, intentaba que en el cónclave se impusieran, o por lo menos quedaran fuertemente colocados, el arzobispo Raymond Burke, originario de Wisconsin, y Timothy Dolan, que es el arzobispo de Nueva York. Ambos ultraconservadores y públicamente simpatizantes del presidente norteamericano actual.
En definitiva, podía aceptar Trump a Robert Sarah, y así lo dijo públicamente en una entrevista Steve Bannon, el impulsor de la alt-right y uno de los apoyos de Donald Trump desde su primer gobierno. O sea, o si no era Robert Sarah, si no era Peter Erdő, el cardenal de Budapest, que es un allegado muy estrecho de Viktor Orbán, el líder ultraconservador de Hungría, la apuesta era que sean alguno de esos dos, exponentes norteamericanos: o Burke o Dolan. Pero nunca Prevost.
El hombre del estado de Illinois, que empezó dando misas en Chicago, pero el grueso de su carrera pastoral lo hizo en el Perú, en poblados muy, muy pobres, llevando esa impronta agustiniana, porque él es de la orden de San Agustín, que se creó allá por el siglo XIII.
Es Inocencio IV quien nucleó las comunidades de eremitas de la Toscana. Los eremitas, como lo dice la palabra, que en el griego antiguo significa “del desierto”, los hombres solitarios, eran ascetas solitarios que se apartaban a entregar su vida a la oración y a la meditación, desde el más extremo de los ascetismos. Por cierto, también estaba la impronta del pensamiento del obispo de Hipona, San Agustín. Pero el ascetismo es una parte clave, y la cercanía con los pobres es una parte clave de la orden de San Agustín.
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Esa impronta lo vincula también con la Rerum Novarum, la encíclica de finales del siglo XIX, que es aquella que dictó el Papa León XIII y que es el origen de la doctrina social de la Iglesia. En la Rerum Novarum impulsa los sindicatos, defiende a los obreros. Rerum Novarum significa “las cosas nuevas” y las cosas nuevas ahí eran la realidad de una sociedad que había sido rediseñada por la revolución industrial iniciada en el siglo anterior, y que había generado estas dos clases: los obreros y el capitalismo.
En Rerum Novarum, León XIII se posiciona contra el materialismo dialéctico, contra el marxismo, que todavía no había llegado al poder en ningún lado, pero existía, y muy fuertemente, con el propio Karl Marx y Engels a la cabeza. Y también plantea la cuestión sindical.
Usted dice que León XIV es un “francisquista moderado”. Y me pregunto si en realidad los conservadores no tenían fuerza. Porque se preveía un cónclave que iba a ser muy disputado, entre casi empate hegemónico y se resolvió rápido. Y ganó, supuestamente, un “francisquista”. ¿Es porque es moderado y finalmente convenció a los conservadores? ¿Cómo se puede interpretar esta palabra suya de “francisquismo moderado”, y que los conservadores lo hayan votado tan rápidamente?
Bueno, esto, acá, siempre aclarando que los términos que uno usa deben ser vistos desde el plano de lo que es el tablero político de la Iglesia. Yo pienso que Bergoglio también fue moderado en esas aperturas que realizó de la Iglesia hacia sectores tradicionalmente marginados por la Iglesia, incluso anatemizados por ella, como los homosexuales. No abrió las puertas de la Iglesia de par en par, pero que las haya entreabierto es un paso verdaderamente importantísimo en la Iglesia. Pero eso no hace que no haya sido un moderado.
Ahora, post Francisco, la moderación y la no moderación están en cuanto a lo que se va a hacer con el legado de Francisco. Había cardenales que representaban lo que podríamos llamar un “francisquismo puro”, como por ejemplo Matteo Zuppi, el cardenal italiano, al que en Italia llaman il prete della strada, el cura de la calle, porque tenía eso de la Iglesia con los pies en el barro, de la Iglesia donde los pastores tienen que oler a ovejas. También al filipino Antonio Tagle, podríamos situarlo en el francisquismo duro.
¿Qué implicaría? Implicaría ampliar y profundizar el legado de Francisco, que por un lado toma lo que había iniciado Benedicto XVI: abrir y ventilar la cuestión de la pedofilia, embestir contra el encubrimiento de los sacerdotes pedófilos y también embestir contra la corrupción vaticana. Siempre ahí, anidando en los sótanos morales del Vaticano, la corrupción, que siempre está en buenas migas con los sectores más ortodoxos del clero, los más apegados a la tradición litúrgica, los más ultraconservadores. Esa era el ala francisquista: ampliar y profundizar de manera casi radical el legado de Francisco.
Lo que Francisco inició tímidamente, porque no es que pasó de ser el cardenal que decía que el matrimonio igualitario era un plan de Satanás a ser quien empezó a bendecir parejas de personas del mismo sexo, es un paso lógico y, para nada, extremista. Pero bueno, hay un sector que quiere ampliarlo.
Y yo llamaría “francisquismo moderado” a la vereda donde están, o la franja francisquista donde están parados Pietro Parolin, el secretario de Estado del Papa argentino, donde también está parado Mario Grech, el cardenal de Malta. Ellos son un poco la cabeza de ese sector, en el que estaba también Robert Prevost. Y este es el que salió elegido.
Prevost está en contra de la ideología de género. Yo creo que Francisco no profesaba la ideología de género. No era woke, para decirlo de algún modo gráfico y caricaturesco. Para nada. Prevost es, como era Bergoglio, bastante conservador respecto al dogma, respecto a la teología, pero dispuesto a dar los pasos lógicos que la Iglesia debe dar si quiere no seguir siendo la Iglesia de los anatemas, la Iglesia que acusa, la Iglesia de la voz que castiga, de la voz que reta. No. Sino que sea mucho más comprensiva de lo humano. Y eso creo que lo representa Prevost claramente. No creo que amplíe ni profundice radicalmente el legado de Francisco. Lo que va a hacer, sí, es protegerlo.
Y aclaro que desde mi punto de vista, mi impresión es que la otra vereda tan débil no era, porque si hubiera sido muy débil, no hubiera salido uno de consenso, digamos. Ganó el francisquismo, pero no ganó por goleada. Tuvieron que consensuar. Los ultras son los que tuvieron que ceder más.
MC CP