Era previsible que Gustavo Petro ganara el primer turno de las presidenciales de Colombia. No le alcanzó para sortear la segunda vuelta, prevista para el 19 de junio. El resultado confirma la amplia ventaja en los sondeos previos. La novedad: la izquierda nunca estuvo tan cerca de la Casa de Nariño. La sorpresa: enfrente no estará un candidato de los delfines, como llaman los colombianos a los representantes del establishment, sino, contra todos los pronósticos, Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, capital del departamento de Santander. Un millonario populista que no se ruboriza con el mote de “Trump tropical”.
El senador Petro, economista, ex guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19) y candidato presidencial en 2010 y 2018, carga con un estigma. El de crear una sucursal del chavismo en un país atribulado. Las guerras civiles en el siglo XIX, una breve dictadura militar en el XX (la de Gustavo Rojas Pinilla entre 1953 y 1957), el conflicto cerrado con el controvertido acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016 y una desigualdad sólo superada en la región por Brasil marcan el contexto.
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Petro y Hernández recogen las esquirlas del estallido social que comenzó en 2019. El hartazgo con el gobierno de Iván Duque, que termina su mandato con más del 70% de imagen negativa, se traslada a los políticos tradicionales. Por primera vez en dos décadas, el expresidente Álvaro Uribe, mentor de Duque, representado en estas presidenciales por el candidato Federico Gutiérrez, alias Fico, no ocupó el centro de la escena.
El desgaste hizo mella en los partidos tradicionales, por más que Petro haya intentado cerrar un pacto programático con el expresidente César Gaviria, puntal del Partido Liberal. Un guiño al centro, como el del nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, también enrolado en la izquierda o lo que queda de la versión latinoamericana.
Con un discurso menos radicalizado que en 2018, cuando perdió en la segunda vuelta con Duque, el presidente más votado de la historia, la fortaleza de Petro radica en el desencanto de una nueva generación que se propone terminar con los delfines. No con la especie, sino con las 40 familias que gobernaron el país hasta 2018. De los 118 presidentes, 80 nacieron en los Andes, bendecidos por la producción de café. El último presidente costeño fue Rafael Núñez, de 1880 a 1882 y de 1884 a 1888. De la costa también proviene Petro, oriundo de Ciénaga de Oro, departamento de Córdoba, en 1960.
Del “voto de susto” de 2018 frente al fantasma del chavismo inspirado por Petro, los colombianos pasaron “al miedo y la frustración” por los desatinos del gobierno de Duque, según Günther Maihold, subdirector del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y Seguridad y profesor de la Universidad Libre de Berlín y de la Cátedra Guillermo y Alejandro Humboldt en El Colegio de México. Pesa la polarización emotiva por el declive de Uribe, presidente entre 2002 y 2010, así como la decepción después de protestas masivas severamente reprimidas por Duque frente, por ejemplo, al asesinato de líderes sociales.
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Un cóctel de desilusión que Petro procura aplacar con su compañera de fórmula, Francia Márquez, defensora del ambiente y de los derechos de las mujeres indígenas y afrodescendientes. Lo capitaliza también Hernández. Arañaba el tercer puesto en 2021. Empezó a crecer sobre la hora de cierre de la campaña como el verdugo de las toldas de los partidos tradicionales. El término delfín proviene del hijo legítimo del monarca reinante como heredero al trono de Francia.
Uribe, ausente por sus aprietos judiciales, aceitó el camino de Duque, así como el de su antecesor, Juan Manuel Santos, luego en las antípodas. Una casta, palabra de moda, que el portal uribista Los Irreverentes utilizó para despellejar al ex senador Juan Manuel Galán Pachón, hijo del candidato presidencial Luis Carlos Galán, acribillado en la campaña electoral en 1989. Lo tituló Los aullidos del delfín. Siete de cada 10 colombianos justifican las marchas y el paro nacional de 2021, según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. La convicción, a veces, se codea con la aprensión. O con la opción por el menos malo. En apariencia.
JL PAR