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MODO FONTEVECCHIA
Instituciones médicas

Fernán Quirós: "Los gobiernos que polarizan a la gente, enferman a la sociedad"

La Academia Nacional de Medicina es presentada, por el sanitarista porteño, como una referencia científica y ética capaz de ordenar este debate público en escenarios de alta tensión social, con una voz independiente que aporta rigor, evidencia y sentido institucional a las discusiones sobre salud.

Fernán Quirós, ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aire
Fernán Quirós, ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aire | NA

En Argentina, la polarización política se intensificó a lo largo de los últimos años, atravesada por conflictos económicos, disputas discursivas y procesos de desinformación, desde los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner hasta la llegada de Javier Milei al poder. Según el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, quien lo afirmó en el programa Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190), “los gobiernos que polarizan a la gente, enferman a la sociedad”.

El médico Fernán Quirós está especializado en medicina interna y salud pública, con una extensa trayectoria en gestión sanitaria, docencia e investigación. Sumó gran visibilidad pública durante la pandemia de COVID-19, cuando fue una de las principales voces técnicas en la comunicación sanitaria, con un enfoque basado en datos, evidencia científica y pedagogía pública. Actualmente se desempeña como ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires.

¿Cuál es la importancia que tiene una academia de medicina y qué valor representa hoy para la sociedad?

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La Academia Nacional de Medicina de la Argentina es una de las academias más prestigiosas y antiguas del mundo. Más allá de los tres premios Nobel que han formado parte de ella, casi todos los hospitales públicos de la Ciudad llevan el nombre de un académico. Basta revisar la nómina histórica para advertir que una parte sustancial de quienes la integraron honraron hospitales públicos y también privados con su nombre. Además, es el espacio institucional donde reside la máxima autoridad en términos de dedicación, no solo en investigación y educación profesional, sino también en el posicionamiento independiente, libre de ataduras, sobre los aspectos éticos, morales, científicos y técnicos de la medicina.

Como muchas instituciones de esta época, ha ido perdiendo valoración. Sin embargo, resulta indispensable reconstruirla, porque el ser humano necesita instituciones confiables, especialmente en la comunicación pública de cuestiones trascendentes como la salud y la enfermedad. En ese sentido, funciona como un antídoto eficaz frente a la desinformación y las noticias falsas que, desde la pandemia en adelante, atraviesan el debate médico.

Si, por supuesto. Si se ingresa a la página de la Academia, puede observarse que contaba con 35 sitiales, cargos vitalicios que conforman un grupo muy reducido. Se tomó la decisión de ampliarlos y uno de los primeros en incorporarse fue el número 36, correspondiente a informática médica, que es el sitial que ocupo. Si se revisa la trayectoria de los 35, ahora 36 académicos, queda en evidencia el nivel de prestigio de cada uno en su especialidad.

La estructura contempla cuatro grandes comisiones: medicina y cirugía, una organización común en academias de todo el mundo, que responde a la forma en que la salud se estructuró históricamente. A esto se suman otras especialidades y áreas de investigación básica, como fisiología. Dentro de cada comisión conviven disciplinas como ginecología, cirugía general y muchas otras que reflejan la diversidad de la medicina.

Ese recorrido también explica el valor singular de la Academia argentina, que sostiene principios fundacionales establecidos en 1822, durante el período de Bernardino Rivadavia. Más de dos siglos de historia dedicados a la ética y la moral en la salud, pero también, y sobre todo, al desarrollo científico, académico y educativo, además de la participación en debates de interés público. Sobre esa base, la institución ha demostrado capacidad de adaptación a las innovaciones de cada época, como lo evidencia la creación del sitial de informática médica, una especialidad joven, con apenas medio siglo de desarrollo, que tuvo una expansión notable en el nuevo siglo, especialmente a partir de la historia clínica electrónica y las grandes bases de datos científico-técnicas.

Durante décadas, la salud se gestionó en soporte papel. El acceso a investigaciones científicas era limitado y reservado a pocos. Hoy, esas bases de datos están disponibles con un solo clic, con controles de pares y altos estándares de confiabilidad, una verdadera Biblioteca de Alejandría de la medicina. A eso se suma la información asistencial de los pacientes: historias clínicas electrónicas, estudios complementarios, imágenes, recetas y todo el registro personal. La gestión digital permitió mejorar los procesos, garantizar trazabilidad en los laboratorios, evitar errores en resultados y asegurar que la información llegue a la persona correcta, con un nivel de seguridad muy superior al del pasado.

Lo mismo ocurre con las imágenes digitales y el intercambio de información entre efectores de salud, lo que permite que un paciente sea atendido en distintos lugares con acceso a su historial completo. También resulta clave el reporte de enfermedades de notificación obligatoria, que posibilita una respuesta rápida del Estado ante brotes o epidemias.

Otro campo central es el desarrollo de sistemas de soporte para la toma de decisiones profesionales, que ayudan a interpretar imágenes, detectar interacciones medicamentosas o identificar dosis de riesgo. A esto se suma, en la actualidad, la inteligencia artificial aplicada a la asistencia y al análisis epidemiológico. Se trata de un campo amplio.

La palabra, en este contexto, cumple un rol esencial: contiene, acompaña y, en ocasiones, cura. Así como existe el efecto placebo en los medicamentos, también existe un efecto de la palabra en la relación médico-paciente.

En la pandemia intenté trasladar al plano colectivo las habilidades del vínculo individual, partiendo de una premisa básica: la empatía. Comprender a quién se dirige el mensaje y qué información resulta útil para que esa persona pueda tomar mejores decisiones. Comunicar a una sociedad entera es un desafío mayor que el uno a uno.

La prevención adquiere hoy una relevancia particular, no solo porque las estrategias preventivas pueden llegar con mayor contundencia, sino porque el costo de la enfermedad es cada vez más alto. Existen tres niveles de prevención. El primero es la salutogénesis: cómo generar entornos que favorezcan la salud. Solemos enfocarnos en la patogénesis, en cómo se origina la enfermedad, pero la salud implica construir una vida capaz de tolerar mejor los estresores sociales, emocionales, físicos y biológicos. Aaron Antonovsky desarrolló este concepto al estudiar los factores que mantienen al ser humano en equilibrio. Planteaba la importancia de que las personas sepan quiénes son y qué quieren, y que exista coherencia entre lo que piensan, sienten y hacen. Cuanto mayor es la distancia que adopta, mayor es el desequilibrio.

La salud corporal depende, en gran medida, de la salud psicológica y de la armonía interior. Trabajar en personas genuinas, conscientes de sí mismas y coherentes en sus vínculos, es una estrategia de salud. El equilibrio emocional funciona como una verdadera vacuna, algo ampliamente estudiado y documentado.

La segunda capa de prevención es la más clásica: hábitos saludables, alimentación adecuada, actividad física y vínculos sociales. Comer sano no solo implica elegir alimentos saludables, sino también considerar cómo fueron producidos. La microbiota intestinal, clave en el eje cerebro-intestino, se ve afectada por estos factores. Las relaciones afectivas, especialmente en la tercera edad, son un factor protector decisivo: la soledad enferma y mata.

La tercera capa es la atención de la enfermedad y el diagnóstico precoz: controles de presión arterial, colesterol, cáncer de colon y otros rastreos habituales en la práctica médica. Comprender la prevención como un marco integral implica reconocer que muchos factores exceden al sistema de salud y dependen de cómo vivimos, nos relacionamos y nos gobernamos. Un gobierno que genera tensión emocional y polarización extrema termina enfermando a la sociedad.

En las últimas décadas, las tasas de obesidad, diabetes, hipertensión y trastornos de salud mental crecieron de manera significativa. El desafío no es solo diagnosticar y tratar, sino recuperar aspectos de la vida que se han perdido.

La pandemia dejó una enseñanza pendiente: frente a un drama humanitario, la sociedad buscó volver rápidamente al estado previo, sin una reflexión profunda sobre lo aprendido. En términos técnicos, la Argentina, como muchos países, no estaba preparada para una demanda masiva de cuidados críticos. Los primeros meses fueron clave para fortalecer el sistema de salud. Luego, se abrió un debate sobre el equilibrio entre restricciones y daños colaterales.

La campaña de vacunación fue eficaz y salvó vidas. Comparar países resulta complejo, porque influyen dimensiones sociales, económicas y territoriales. Los estudios muestran que la Argentina se ubicó en un promedio razonable.

Los números en salud no mienten

La ciencia argentina, por su parte, cuenta con recursos humanos altamente valorados a nivel internacional, con niveles de financiamiento muy inferiores a los de otros países. Aun así, la relación entre inversión y resultados es notable. Gran parte de ese capital se explica por una tradición de educación pública de calidad, que sigue siendo un pilar a cuidar.

MV / EM