La plataforma de inteligencia artificial ChatGPT, que irrumpió en la web a fines del año pasado, amenaza con cambiar para siempre las reglas de juego de los mundos escolar y académico. Cada vez más instituciones educativas empiezan a preguntarse cómo afrontar la revolución que implica la elaboración automática de textos extensos, complejos y fundamentados a partir de unas pocas indicaciones.
Con esta herramienta, trabajos prácticos y ensayos que suelen llevar semanas de investigación ahora se generan en cuestión de segundos. Basta con entrar al sitio (no siempre disponible, dada su altísima demanda), tipear la consigna buscada y sorprenderse con los resultados: relatos de ficción y poesía, juegos creados desde cero o soluciones a problemas matemáticos.
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La plataforma se permite incluso especular sobre cuestiones contrafácticas, como qué habría pasado si Cristóbal Colón hubiera llegado a Estados Unidos en 2015. Políticamente correcta, advierte que “se sorprendería al descubrir que la tierra que «descubrió» ya estaba habitado por nativos americanos, que ahora EE.UU. es una nación multicultural con gente de todo el mundo” y que hoy muchos lo consideran “un conquistador brutal”. Otros ya intentaron, con éxito, pedirle el resumen de una obra de teatro en la que Lady Di y Evita se encuentran en el cielo, o que reescriba la historia de Ludwig van Beethoven como inventor del chamamé.
ChatGPT pertenece al laboratorio OpenAI, fundado entre otros por Elon Musk y Reid Hoffman (LinkedIn) y con un fuerte vínculo con Microsoft, que este lunes anunció una inversión que treparía a los USD 10 mil millones. El sistema fue entrenado con 500 mil millones de palabras extraídas de textos publicados en internet, Wikipedia y colecciones enteras de libros.
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Como señaló el diario La Vanguardia, su irrupción era previsible, pero no a tan corto plazo; por eso tomó a todos desprevenidos. Las respuestas son tan precisas que en la gran mayoría de los casos parecen escritas por personas.
Fascinados por las posibilidades pero preocupados por los riesgos, los docentes transitan un camino incierto. Algunas de las primeras reacciones: volver a las evaluaciones en lápiz y papel o pedir a los alumnos que escriban sus textos en clase, bajo supervisión estricta. Todo para evitar el plagio, que la Real Academia sigue definiendo como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, con la salvedad de que esta vez no hay víctimas humanas. Quizá la solución llegue de la propia plataforma, que ya está probando una opción para detectar si un texto proviene de sí misma o de una persona real. Por ahora, sólo queda esperar que funcione.
JL