Todos tenemos una visión, creemos formada, de lo que es el narcotráfico. El cine -o mejor dicho el enemigo del cine: las plataformas de streaming- nos muestra países como Colombia, México y algunos de Centroamérica, llenos de narcotraficantes que están armados hasta los dientes, con bolsos llenos de dinero y vidas lujosas: los nuevos ricos. Nos muestran tiroteos, infiltrados de la DEA, políticos, policías y jueces corruptos, y siempre un salvador.
No hay historia sin villano y sin héroe. En el transcurso de febrero, fallecieron más veinte personas por consumir cocaína adulterada en la Provincia de Buenos Aires. Mágicamente el héroe detuvo en, aproximadamente, 24 horas (desde el primer fallecido) al “dueño” de la cocaína, ni en las series pasa tan rápido. A la misma velocidad, algunos periodistas exclamaron: “cuando se quiere, se puede”.
Entender el mundo de las drogas como una persecución entre el gato y el ratón es infantil. Las drogas son peligrosas y cuando me refiero a drogas es a todas: alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, restos de cocaína, pegamentos, hasta el uso abusivo de medicamentos. La droga, como tal, es consumida hace muchísimo tiempo y no discrimina las clases sociales. Obvio que cada clase tiene sus “ventajas”: cuanto más marginado del sistema estás, peor es el producto final.
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¿Por qué la gente consume? La respuesta más común es para “zafar un rato”, es decir, salir de la situación en la que está y vivir algo que no es. Alienarse, retirarse de la realidad, de lo que nos rodea. O también para vivir al máximo el momento, gastar todas las energías en ese lapso de tiempo.
Que haya drogas en una ciudad no significa que ciudad sea violenta, vil e inmoral. De hecho, el país donde más droga se consume es al que gran parte de los países occidentales envidian y en muchos países la droga está presente, pero eso no quiere que el narcotráfico también lo esté.
El sistema mismo te empuja a consumir, sea por estrés, porque considerás que tu vida es miserable, porque tu trabajo no satisface tus necesidades o, también, porque conseguiste cerrar un acuerdo con alguien, ganaste algo o lograste sobornar a ese político y ahora todo es más fácil. Son infinitas las causas por la que uno consume, y culpabilizar al consumidor del narcotráfico es sólo una pantalla para no terminar con el negocio que está detrás.
Entender el mundo de las drogas como una persecución entre el gato y el ratón es infantil.
El consumo de drogas es una cuestión de salud pública, un hecho lamentable que el mismo sistema genera y que debe ser atendido. Pero otra cosa es el narcotráfico, algo atroz que desgasta todas las instituciones del Estado. El narcotráfico diseña un Estado paralelo con una justicia paralela y un código de leyes paralelo. Un sistema dentro de otro.
En varias localidades se lo entiende al narcotraficante como un benefactor social, es un generador de empleo que te promete -y te cumple- una suma de dinero gigante, pero con condiciones. Tendrás que poner el pecho a las balas y en el sentido literal, porque por la plata baila el mono y donde más dinero hay, más salvajes son las personas.
Pero el beneficio del narcotráfico llega a varios niveles: policías, políticos, legisladores, jueces, fiscales y civiles. ¿Quién puede comprar un auto de alta gama cada tres meses si no es un narcotraficante? ¿Quién puede adquirir un piso en un edifico lujoso de Puerto Madero o comprar una súper mansión en un country con todos los privilegios?
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Las consecuencias del narcotráfico las pagan los que menos tienen y no me refiero al estrato más bajo de las clases sociales, sino a prácticamente toda la clase baja y media. Los contribuyentes que destinan dinero en instituciones “pantallas”. ¿De qué sirve armar un allanamiento al estilo Hollywood si en dos semanas la rueda vuelve a girar? ¿Es el consumidor y el producto los responsables de todo?
Varios son los países que ya no culpabilizan al que consume. Se dieron cuenta que la droga está y seguirá estando, pero se preocupan para que el narcotráfico sea lo menos peligroso posible para que no desgaste las instituciones del Estado. ¿A caso no es preferible destinar impuestos para tratar consumidores en vez para hacerles el juego a un grupo de inescrupulosos?