La familia es, desde el inconsciente colectivo, el lugar de cuidado y protección donde se aprende a querer, a pelear, a perdonar y a convivir. La llegada de la cuarentena modificó los procesos conocidos. Sin mediar palabra, de un día para el otro, la humanidad se quedó en su casa. Esto, en un primer momento, generó sorpresa, duda, incertidumbre.
A lo largo de la historia, la humanidad ha atravesado diversas pandemias, sin embargo, la actual tiene condimentos inéditos, entre los cuales son dos los que prevalecen. En primer lugar, podemos saber en tiempo real qué ocurre en cualquier lugar del mundo; en segundo, la familia cobró una dimensión hasta ahora desconocida: la convivencia 24x24.
Repentinamente, en un mismo espacio y tiempo, comenzaron a entrelazarse horarios de trabajo y de estudio, horarios de colegio y de comidas, y una infinidad de tareas. El sistema familiar colapsó. Y este colapso, llevó a nuevos cuestionamientos sobre la dinámica familiar.
El sistema familiar colapsó. Y este colapso, llevó a nuevos cuestionamientos sobre la dinámica familiar
Cada familia tiene sus propios ritmos y costumbres, pero como un nuevo proceso de gestación, hay movimientos que comenzaron a modificarse. En este contexto, la búsqueda de respuestas tomó un ritmo de aceleración similar al que se dio al momento de quedarse en casa. Sin embargo, este modo de responder a la situación pareciera que no es suficiente. Los cambios requieren tiempo, y cada integrante de la familia tiene el propio.
Muchas son las variables que hay que tener en cuenta en los procesos de acomodación, tanto internas como externas. Cuando hablamos de factores externos nos referimos a aquellos que modificaron las costumbres del día a día. Las variables internas, por su parte, son aquellas que están ligadas a la etapa del desarrollo que la persona está transitando, sus recursos emocionales y su capacidad para resolver las situaciones.
En estos momentos, nos encontremos frente al mayor desafío: conjugar ambas variables, en cada uno, y en el sistema familiar.
Se sabe que el juego es, en los niños, la forma en que van creando diferentes situaciones, desarrollan la creatividad dando respuestas desde la imaginación y luego simbolizan para comprender y crecer. Los niños arman, desarman y vuelven armar permitiendo, en ese juego simbólico, configurar la realidad. La imaginación es la gran aliada. A medida que el tiempo va transcurriendo, ese niño -en su camino hacia la adultez- muchas veces va dejando de lado ese modo de buscador lúdico.
Desde las neurociencias, hoy podemos afirmar que el hemisferio derecho es el encargado de todos estos aspectos creativos, intuitivos y emocionales, por nombrar algunos. En general, la sociedad y los modos de aprendizaje, pusieron el foco en el desarrollo del hemisferio izquierdo; en el desarrollo de la razón, el análisis y el intelecto. Ambos aspectos son necesarios para encontrar nuevas respuestas ante los interrogantes que van surgiendo en la vida.
Es tiempo de animarnos, como adultos, a “jugar”, a reconocer las emociones que nos invaden, a comprender que no se puede seguir como si nada estuviera sucediendo
Por eso, es tiempo de animarnos, como adultos, a “jugar”, a reconocer las emociones que nos invaden, a comprender que no se puede seguir como si nada estuviera sucediendo. Estamos atravesando una situación de profundo dolor y seguimos negándolo. Esta negación es la que, en muchas situaciones, lleva a un cansancio físico y emocional, esperable en estas circunstancias.
El nivel de autoexigencia, asimismo, no permite observar con claridad lo que a cada uno le está sucediendo, y esta situación se pone en juego en la convivencia diaria.
La evidencia es clara: nadie tiene las respuestas correctas; cada uno se encuentra frente a la situación de buscar las propias y, como los niños, animarse armar y desarmar, para volver armar. Cada integrante de la familia es una parte del rompecabezas y, en este nuevo juego familiar, tendrá que descubrir su lugar. Cada persona y cada familia, aprenderá nuevas formas, que luego se irán manifestando en una configuración social diferente.
Quizá esta pandemia nos invite a integrar nuestro pensar, sentir y actuar, y así nos permita poner en práctica consciente valores que trasciendan y nos unan en aquello que es común a todos: nuestra humanidad.
*Profesora de la carrera de Psicología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.