Esta novela de Patricia Highsmith que hoy presento a los lectores de Perfil, fue concebida en 1948, cuando su autora tenía veintisiete años y acababa de terminar su primera novela, “Extraños en un tren”.
Publicada en 1952 con el título de “El precio de la sal” y bajo el pseudónimo de Claire Morgan, tuvo un enorme éxito en el público, con decirles que se vendieron más de un millón de ejemplares de la edición de bolsillo. A 35 centavos de dólar, con la siguiente leyenda: "La novela de amor que la sociedad prohíbe”.
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Casi cuarenta años después, en 1984, volvió a reimprimirse con el título de “Carol”, debido a que el amor entre mujeres había dejado de ser un tema intocable, y con el verdadero nombre de su autora, quien le agregó un epílogo donde explicaba las razones que entonces la obligaron a ocultarse y su alegría porque “ les dio a varios miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse".
La novela comienza con el encuentro casual entre Therese, una joven escenógrafa que trabaja ocasionalmente como vendedora en un centro comercial en la ciudad de Nueva York, el famoso Bloomingdales– y Carol, una bella y elegante mujer, recientemente divorciada, quien entra a comprar una muñeca para su hija y cambia para siempre el curso de la vida de Therese.
A tal punto, Therese quedó subyugada por la clienta, que acabada la jornada laboral llegó a su casa y lo primero que hizo fue sentarse y escribió las primeras líneas del argumento de la que sería su segunda novela.
Una novela ya clásica en la literatura homosexual femenina, en la que yo, como lector, a medida que se aproximaba el final, deseaba que no hubiera drama ni moralina, sino que, por el contrario, las dos mujeres se antepusieran a los obstáculos muy graves aún existentes en el mundo- y fueran felices, juntas.
Patricia Highsmith nació como Mary Patricia Plangman, en Fort Worth, Texas, el 19 de enero de 1921 y murió en Locarno, Suiza, el 4 de febrero de 1995.
Autora, entre otras, de las siguientes novelas: “El talento de Mr. Ripley (Premio Edgar Allan Poe y Gran Premio de la Literatura Policíaca); “La máscara de Ripley” ;”Crímenes imaginarios” ; “Tras los pasos de Ripley” ; “Gente que llama a la puerta” ; “El hechizo de Elsie”; “El cuchillo”; “Carol” ; “Ripley en peligro” ; “El diario de Edith” ; “Ese dulce mal” ; “La celda de cristal” ; y “Las dos caras de enero” ; los libros de relatos “Sirenas en el campo de golf “ ; “Catástrofes” ; “Los cadáveres exquisitos” ; “Pájaros a punto de volar”; “Una afición peligrosa” ; “Pequeños cuentos misóginos” ; y “Crímenes bestiales” ; además de ensayos y cuentos.
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A continuación, transcribo un trozo de “Carol”, traducida por Isabel Nuñez y José Aguirre, publicada por la editorial Anagrama en Barcelona el año 1997 y, años después, en noviembre del 2015, llevada al cine en una producción británico-estadounidense, dirigida por Todd Haynes y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara.
—¿Puedo dormir contigo? —le preguntó Therese.
—¿No has visto la cama?
Era una cama de matrimonio. Se sentaron en pijama, bebiendo leche y compartiendo una naranja, porque Carol tenía demasiado sueño para acabársela. Luego Therese dejó la leche en el suelo y miró a Carol, que ya se había dormido boca abajo, con un brazo hacia arriba, como siempre se dormía. Therese apagó la luz. Entonces Carol le deslizó el brazo alrededor del cuello y sus cuerpos se encontraron como si todo estuviera preparado (…)
—Duérmete —le dijo Carol.
Therese deseó no dormirse. Pero cuando notó otra vez la mano de Carol en su hombro, supo que se había dormido. Amanecía. Los dedos de Carol se tensaron en su pelo, Carol la besó en los labios y el placer la asaltó otra vez como si fuese una continuación de aquel momento de la noche anterior, en que Carol le había rodeado el cuello. «Te quiero», quería oír Therese otra vez, pero las palabras se borraban con el hormigueante y maravilloso placer que se expandía en oleadas desde los labios de Carol hacia su nuca, sus hombros, que le recorrían súbitamente todo el cuerpo. Sus brazos se cerraban alrededor de Carol y sólo tenía conciencia de Carol, de la mano de Carol que se deslizaba sobre sus costillas, del pelo de Carol rozándole sus pechos desnudos, y luego su cuerpo también pareció desvanecerse en ondas crecientes que saltaban más y más allá, más allá de lo que el pensamiento podía seguir. Mientras, miles de recuerdos de momentos y palabras, la primera vez que Carol la llamó «querida», la segunda vez que fue a verla a la tienda, un millón de recuerdos de la cara de Carol, su voz, momentos de enfado y de risa pasaron volando por su cerebro como la estela de una cometa. Y en ese momento había una distancia y un espacio azul pálido, un espacio creciente en el que ella echó a volar de repente como una larga flecha. La flecha parecía cruzar con facilidad un abismo increíblemente inmenso, parecía arquearse más y más arriba en el espacio y no detenerse. Luego se dio cuenta de que aún estaba abrazada a Carol, de que temblaba violentamente y de que la flecha era ella misma. Vio el claro pelo de Carol, su cabeza pegada a la suya. Y no tuvo que preguntarse si aquello había ido bien, nadie tenía que decírselo, porque no podía haber sido mejor o más perfecto. Estrechó a Carol aún más contra ella y sintió sus labios contra los suyos, que sonreían. Se quedó echaba mirándola, mirándole la cara sólo a unos centímetros de ella, los ojos grises serenos como nunca los había visto, como si contuvieran todavía algo del espacio del que ella había emergido. Y le pareció extraño que fuese aún la cara de Carol, sus pecas, las cejas rubias y arqueadas que ella conocía, la boca tan serena como los ojos, como Therese había visto tantas veces.
—Mi ángel —le dijo Carol—. Caída del cielo.