OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (trigésima séptima entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Augusto Monterroso.

Lectura 20220310
Lectura. | pixabay

Calmo, tímido y cálido, también se lo puede ubicar entre los lacónicos, concisos y con sentido del humor, poco propenso al palabrerío y al patetismo melodramático, me encuentro sentado frente a Augusto Monterroso en la hermosa casa donde vive con la también escritora Esther Jacobs, joven, hermosa, inteligente.

Admirador resuelto de autores clásicos como de autores vivos, traducido en otras lenguas, conocido por aquí y por allá, permanece fiel a su divisa: “El verdadero humorista pretende hacer pensar, y a veces lo hasta hace reír, pero no se hace ilusiones y sabe que está perdido, si cree que su causa va a triunfar deja en el acto de ser humorista.”

 

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Augusto Monterroso 20220310
Augusto Monterroso.

 

“Cuando una puerta se abre, cien se cierran.”

“Es cierto, la carne es débil; pero no seamos hipócritas: el espíritu lo es mucho más.”

“Poeta, no regales tu libro: destrúyelo tú mismo.”

 “¡Pocas cosas como el Universo!”

 

Tanto escritores como críticos hallan magníficos sus textos de una cartilla. Media cartilla, de dos líneas y hasta de una sola línea. “Lo que persigue no es la complacencia del lector –ha dicho Carlos Monsiváis–, es la reconstrucción personal del universo, destruido por la solemnidad, la tontería, la vanidad, la fuerza, la intolerancia.”

Nacido en la ciudad de Tegucigalpa, Guatemala el 21 de diciembre de 1921, residió en México desde 1944, fecha de su primer exilio. Vicecónsul de Guatemala en México, Primer Secretario de la Embajada y Cónsul de su país en Bolivia, de 1952 a 1954. Profesor del curso “Cervantes y el Quijote” y de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de Lengua y Literatura en El Colegio de México. En la UNAM, co-director de la colección “Nuestros Clásicos” e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas.

Monterroso y el Sarmiento con wi-fi

Monterroso, que ya había recibido el Premio Xavier Villaurrutia en 1975, acababa de ser galardonado con el Águila Azteca 1988, reconocimiento del gobierno mexicano a aquellos extranjeros ilustres que han hecho suya esta patria. Emocionado por este reconocimiento, habló largamente de sus comienzos literarios y políticos, de persecuciones y exilios. Posteriormente, recibiría el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (1996); Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (1997) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2000).

En los descansos de la larga entrevista, este hombre gordito y bajito se dedica a revisar fotos de su archivo personal, intercambia monosílabos con su joven, hermosa y culta esposa, observa sin inmutarse a los técnicos, se pasea de aquí para allá por el amplio jardín, silencioso y distante de cualquier acción humana. Sólo sonríe cuando accidentalmente nuestras miradas se encuentran.

El placer de leer, siempre

Augusto (Tito en su casa), es el autor de textos breves, zumbones y casi perfectos, como “El paraíso imperfecto”:

-Es cierto- dijo melancólicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al cielo es que allí el cielo no se ve.”

 

La fe y las montañas”:

“Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que, por supuesto, creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió, entonces, abandonar la fe y ahora las montañas permanecen, por lo general, en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano e inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.”

 

“La oveja negra”:

“En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.”

5 autores argentinos para celebrar la lectura

Probablemente al leer textos como éstos; o “El eclipse”, “La tortuga y Aquiles”, “El espejo que no podía dormir”, “El rayo que cayó dos veces en el mismo sitio”, “Vaca”, “El grillo maestro”, “El perro que deseaba ser un ser humano” en los que sonreímos unas veces y reímos otras, lo que se percibe es una sabiduría solapada y un tinte antiépico en una prosa sin palabras de más o de menos, como leemos a continuación:

“La vaca, la cabra y la paciente oveja se asociaron un día con el león para gozar alguna vez de una vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo llamaban a sus espaldas) las mantenían en una atmósfera de angustia y zozobra de la que difícilmente podían escapar como no fuera por las buenas.

Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil ciervo (cuya carne por supuesto repugnaba a la vaca, a la cabra y a la oveja), acostumbradas como estaban a alimentarse con las hierbas que cogían) y de acuerdo con el convenio dividieron el vasto cuerpo en partes iguales.

Maneras de leer

Aquí, profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y extrema debilidad, las tres se pusieron a vociferar caloradamente, confabuladas de antemano para quedarse también con la parte del león, pues como enseñaba la hormiga, querían guardar algo para los días duros de invierno.

Pero esta vez el león ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas razones por las cuales el ciervo le pertenecía a él solo, sino que se las comió allí mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban expresiones como contrato social, Constitución, derechos humanos y otras igualmente fuertes y decisivas.”

Augusto Monterroso murió en la Ciudad de México el  7 de febrero de 2003.