OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (trigésima tercera entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Álvaro Mutis.

Lectura
Lectura | Pexels

“Allí donde una mirada es un diálogo permanente y nunca truncado, sólo allí nos será dado vivir sin la contradicción dolorosa de una sangre que reclama su suelo. Quien pretenda por otros caminos buscar en lo ajeno a su ser una razón permanente de vida, vivirá la secreta miseria del exilio. Barnabooth regresa a Campamento con una dulce y anticipada nostalgia de Europa, de la Europa de los grandes expresos, las altas catedrales y las ciudades iluminadas, pero sabe que esa nostalgia le hará más grato el encuentro y rescate de su tierra, la cual quiso olvidar y negar un día vanamente. Descubre que toda la fuente de su angustia insatisfecha, paseada por los grandes palacios y los mullidos cojines de su yate o de su vagón uncido a los expresos de lujo estaba en ser y permanecer un extranjero, en ser, como dijera  Saint John Perse: gente de poco peso en la memoria de estos lugares.”

Estas palabras sobre el exilio las escribió Álvaro Mutis valiéndose de un multimillonario peruano nacido en Campamento, cerca de Arequipa, Archibaldo Orson Barnabooth quien, después de ver a Europa como un extranjero que la ha hecho suya, se despide de ella para retornar definitivamente a su patria andina. Me parece que valen la pena para empezar este recordatorio sobre este poeta y escritor colombiano que vivía en México desde hacía varios años.

 

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Álvaro Mutis
Álvaro Mutis.

 

Premio Nacional de Letras en Colombia, doblemente abrazado por el Águila Azteca, y el premio Xavier Villaurrutia, “un galardón que todos los escritores que vivimos en México soñamos con alcanzar”, dijo con emoción cuando se lo entregaron. (Muchos años después, en el 2001 merecería dos más: el Príncipe de Asturias de las Letras; y el Premio Reina Santa Sofía de poesía).

Ahí estaba yo ese mediodía lleno de sol parado frente a la puerta de la casa de Mutis. “Bienvenido Ángel, Adelante, adelante, pase, está en su casa”. Pocos segundos después me recuerdo parado en la puerta de su baño mientras él muy campante se afeitaba. Desde allí podía su espléndida biblioteca y divisar la edición francesa de “Cent ans de solitude”, que su autor, García Márquez, le dedicara a Álvaro y a su esposa Carmen, asimismo las obras completas de Celine y Proust que, según me cuenta con detalles, fueron dos golpazos para su presupuesto.

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Habla claro, evita la vanidosa exhibición o el lugar común que nada aporta al conocimiento. De Tolima, donde transcurrieron los días felices de su infancia, un período de la vida para él irrecuperable; de la famosa cárcel de Lecumberri donde estuvo preso por error, pero que fue una experiencia que lo acercó a su corazón, de políticas culturales, de funciones de la crítica, de signos nefandos de nuestra civilización de plástico.

Siempre preocupado porque el lenguaje se ajuste suavemente a las historias que nos cuenta, para no darle impulso a la desesperanza aconseja que cada ser humano debe volver a uno mismo y sostener así una individualidad que lo hacen único, irrepetible; en política se declara abiertamente monárquico –confiesa que le hubiera gustado haber gozado de la confianza del rey Felipe II-y es un convencido de que la democracia es una mentira del poder.

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Que Carmen nos sirviera un café rico y calientito no es obstáculo para que Álvaro me muestre fotos de amigos queridos y luego compartimos nuestras afinidades hacia la medievalidad (le conté que yo había sido alumno de un gran medievalista argentino, José Luis Romero, cuyo libro “Edad Media”, editado en los breviarios del Fondo de Cultura Económica, él había consultado).

Álvaro se dedica con afán a buscar materiales que creemos necesarios para “Noche a Noche” en Canal 9 de Televisa, mientras yo aprovecho y observo los relojes antiguos, cuadros y una variedad de objetos “inmunes al olvido y a las más arduas labores que imponen el uso y el tiempo”.

El placer de leer, siempre

Habían transcurrido más de dos horas y seguía sintiéndome muy cómodo, incluso tenía la impresión de que él también, porque es de los que pone toda la carne en el asador tratándose de la relación humana.

Finalizada la visita con un abrazo y un apretón de manos, ya de regreso a mi casa, recuerdo la descripción de Ilona, la protagonista de “Ilona llega con la lluvia”:

“Era alta y rubia. Tenía ademanes un tanto bruscos. El pelo corto, color miel, se lo acomodaba constantemente con un gesto de la mano que la hacía reconocible a primera vista, aunque estuviera a mucha distancia. Cuando la vi en el vestíbulo, ella tenía las manos ocupadas en el tragamonedas, y de allí mi desconcierto momentáneo. A los cuarenta y cinco cumplidos sus piernas esbeltas y firmes, avanzaban imprimiendo al cuerpo ese elástico balanceo propio de los adolescentes. El rostro redondo, los labios sobresalientes  bien delineados, denunciaban la sangre macedónica. Los dientes delanteros grandes y ligeramente prominentes le daban una perpetua expresión burlona e infantil. La voz, algo ronca, pasaba de los acentos graves a una gama cantarina cuando deseaba afirmar algo con énfasis o relatar algún hecho que le emocionaba especialmente. Nunca se le conoció un hombre por mucho tiempo. Pero conservaba con sus amigos, algunos de los cuales habían sido amantes ocasionales, una lealtad a toda prueba y una preocupación por lo que pudiera sucederles que llegaba, a menudo, hasta el sacrificio. No tenía la menor idea del valor del dinero y lo usaba indiscriminadamente, sin parar mientes en quién era el dueño. Tampoco tenía apego alguno por las cosas, de las que podía prescindir con una facilidad instantánea. La vi una vez quitarse una bella pulsera que compro en Estambul, para dársela a un chofer que nos había llevado hasta Mendoza a través de los Andes, por una carretera prácticamente intransitable. Había algo que la sacaba de sus casillas, era la tontería, la estulticia mezclada con la pomposa suficiencia, tan comunes entre gentes apegadas a las opacas rutinas de la pequeña burguesía y que suelen también pulular en la burocracia, idéntica en los cinco continentes.”