Lin Durán fue una famosa bailarina, coreógrafa, maestra, periodista, investigadora, crítica y fundadora de instituciones de enseñanza dancística en México.
Conservo dos regalos de ella: un libro escrito por Raúl Flores Guerrero; y “Danzar su vida”, del filósofo francés Roger Garaudy, traducido por ella y Dolores Ponce.
“Lee a Garaudy, Ángel, para que te des cuenta de qué “bailar es más que un arte, es una manera de vivir, de participar, compartir y transformar la realidad...” Como si la estuviera viendo, alta y espigada, un rostro bello de finas facciones, de mirada limpia y directa, la voz una caricia para el oído, elegancia en el más sencillo ademán, una aparente levedad que la asemejaba a una mujer vietnamita.
Sabía de la existencia de Lin antes de ingresar en la Escuela Nacional de Danza Contemporánea, en la que ella era la directora de la Escuela y yo el coordinador del área de escolaridad, donde me encontraba cómodo por el ambiente laboral que se vivía entre directivos, administrativos, maestros y alumnos.
Encauzar creativamente las acciones creativas educando era una idea arraigada en Lin, y su logro requería de un clima que proporcionara confianza, seguridad y empatía. Por eso es que no toleraba la existencia de profesores desganados, fatigados y deprimidos, faltos de estímulo afectivo y pecuniario. Por eso le preocupaba el área de la “escolaridad” porque podía convertirse en un obstáculo para el desarrollo integral de nuestras alumnas y alumnos.
Lin demostraba coherencia y compromiso en la política educativa de su Escuela al contratar a los maestros, tanto mexicanos como extranjeros, solamente por un semestre. Primero estaban los alumnos. Esta idea céntrica de “la maestra Lin” me impactó porque yo venía de una tradición que no percibía los efectos no deseados de la seguridad en el cargo docente.
Manuel Felguérez, un artista fiel a su vocación
La danza atañe a la persona en su totalidad. A través de la danza se puede despertar, liberar, abstraer y dar forma a los sentimientos, a las experiencias, al pensamiento. Con Lin coincidíamos en que era necesario ampliar el horizonte y dar cabida a las diversas habilidades de las personas ante una práctica educativa convencional que se centraba en la mente que calcula y el poder de la palabra, y le dábamos nuestro apoyo a Zorba el griego cuando decía: “Ah, si pudieras bailar todo lo que acabas de decir, entonces lo entendería.”
A veces Lin me regañaba con ternura cuando una alumna me contaba que estaba atravesando por un mal momento y yo la consentía. “Haces mal Ángel, no le sirve tu corazón de pollo, los alumnos deben aprender a comportarse sobre todo cuando las condiciones le son adversas.”
Cariñosa con aquellas personas que respetaba, poco condescendiente, probablemente, con la frivolidad, la rigidez, el camino único, la respuesta esperada, la danza le permitía revelar su carácter y actitud artística, confiada en el poder formidable de la vida, de la belleza a través del tiempo.
La danza: un elemento vanguardista para analizar la masculinidad
Lin era generosa en su curiosidad que todo lo revuelve, en su tratar de entender y no intentar desentenderse, en su contagioso afán de hacernos entender. Entre los temas que me acuerdo figuran los inicios de la danza moderna en México; el fenómeno de la danza abordado desde la creación, la investigación, la crítica y la enseñanza; el proceso de humanización del arte; y puntuales situaciones y personajes de la política del país, de Argentina y del mundo.
La enorme riqueza de experiencia, la humanidad densa y calurosa de esta mujer, una inteligencia firme y un carácter reciamente definido, mostró conocer con suficiencia detalles relacionados con la danza contemporánea. Sin perder esa serenidad y balance que le daban tanto encanto.
Nacida en Chihuahua, México, el 18 de marzo de 1928, hace pocos días se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Lin, ocurrida en la ciudad de México el 16 de abril de 2014.
A continuación, un fragmento del libro “La humanización de la danza” (1990), en el que Lin se refiere a Isadora Duncan, “una muchacha californiana que bailaba espontáneamente, con gran alegría y placer.
Nacida en 1878 (…) aporta un nuevo concepto de la danza y de la vida al establecer una profunda unidad entre ambas. "Como vives bailas", parecería decir lsadora.
Ella creía que un simple movimiento de cabeza, hecho con pasión, podía provocar un estremecimiento de éxtasis. Y así era lsadora: fue una mujer de escándalos. Al crear este otro escándalo de bailar con los pies desnudos (considerados símbolos eróticos en esa época), aportaba una novedad que la danza moderna aprovechó en toda su fecundidad como contacto sustancial con la tierra; pero fue el impulso de liberar el cuerpo y la emoción lo que marcó el gran cambio en el concepto de la danza.
lsadora rompió con todos los tabúes y se atrevió a bailar con la música de los grandes: Chopin, Gluck, Beethoven, Wagner... y a hacer depender la danza del sentimiento que, según decía, empieza en el plexo solar; rompió la barrera del consciente y el subconsciente, dejando que la energía fluyera en perfecta coordinación; liberó la danza del comercialismo; soñó con miles de niños bailando de una manera nueva en un mundo nuevo; desafió los convencionalismos sociales y tuvo dos hijos fuera de matrimonio, afirmando que ella y sólo ella gobernaba su cuerpo.
Sin embargo, con todo su genio y estudios fue incapaz de codificar sus ideas. Sabemos que estudió a fondo la filosofía alemana y veía a Nietzsche como "el primer filósofo de la danza", tal vez por su defensa del hombre como una unidad indisociable: alma-cuerpo-mente-espíritu-organismo... De esta unidad también hablaron las iniciadoras de la danza moderna.
A principios del siglo XX Isadora conquistó a los públicos de Europa, porque logró unir la emoción abstracta de la música con la respuesta emotiva del movimiento corporal. Fue un fenómeno único, que no dejó escuela pero abrió el camino para los jóvenes que querían vibrar con sus propias ideas, que despreciaban el moralismo represivo. Abrió el camino de una danza más humana.”