OPINIóN
Violencia y armas

Antisemitismo en Argentina: una historia larga

El estigma de asociar a los judíos con enemigos tiene raíces históricas, incluso en Argentina. La dictadura militar los perseguía; hubo vínculos entre Montoneros y la OLP; en los 80, bombas y amenazas a escuelas judías; y hoy, los ataques de Hamas contra civiles israelíes no son unánimememente repudiados.

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IMAGE_PALESTINE_ISRAEL_CONFLICT_FLAGS | Getty Images

La situación en Israel y Gaza ha repercutido en la discusión pública local. Para examinar este asunto, propongo emplear documentos poco investigados hasta ahora: los archivos desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos. La recuperación de este material invita a preguntarnos por la supervivencia de los valores que nuestra democracia presupone defender. 

Precisamente, permite arrojar luz sobre actitudes antiintelectuales y antisemitas abiertamente reveladas en el contexto del ataque terrorista de Hamas, y que se manifestaron especialmente a raíz de la organización de una marcha y contra marcha en torno al atentado.

Una primera escena surge de estas fuentes. La tarde del 3 de septiembre de 1982, un oficial de la embajada estadounidense advirtió al rabino Marshall T. Meyer sobre su seguridad. Acostumbrado a llamadas telefónicas inquietantes, el rabino admitió saber que en el centro de Buenos Aires se habían colocado carteles en su contra. Ese mismo día, el oficial conversó con líderes de Madres de Plaza de Mayo, quienes lo alarmaron sobre otros carteles amenazantes, esta vez, en el barrio de Once. 

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El documento destaca que la temática de estos carteles era “casi exactamente como aquellos pegados en las casas de varios oficiales y miembros de Madres, en los que se llama a Meyer “antiargentino”, “amigo de los enemigos de la república”, etc.”

El estigma de asociar a los judíos con enemigos tiene raíces históricas, y durante la dictadura, esta idea resurgió, vinculando a los judíos con los enemigos de la Junta Militar. Hoy, los ataques de Hamas contra civiles israelíes, independientemente de etnicidad o religión, no constituyen objeto de repudio alguno por sectores que los ven como enemigos de las causas de los oprimidos.

En octubre de 1980, un informe titulado "Anti-semitismo en Argentina" describe la persistencia de un "anti-semitismo pandémico del siglo XIX" ligado al nacionalismo conservador. 

El antisemitismo, tan vigente como siempre

Aunque la comunidad judía se integrara bien en Argentina, se describe al antisemitismo como un fenómeno que, aunque no sistemático, está suficientemente extendido como para "poder ser violento". El documento se produce a partir del impacto de una entrevista televisiva donde el conductor, Enrique Llamas de Madariaga, increpó a su invitado, Jaime Rozenblum, ventilando viejos estigmas: “¿Por qué no hay judíos pobres? ¿Por qué los judíos se preocupan más por Israel que por Tucumán?”. 

En repudio, Meyer escribió en el Buenos Aires Herald que "el hecho de que pueda hacerse tal serie de preguntas a un judío argentino en un canal de TV de propiedad del gobierno [la televisión pública] en el horario central debería ser suficiente para provocar horror en los corazones, no de cualquier judío, sino de cualquier argentino iluminado amante de la libertad que quiera ver una democracia pluralista en el futuro”. 

Lo más estremecedor no es que dicho periodista fuera hermano del General Antonio Llamas, secretario de información pública de Videla. Tampoco sorprende la renuencia de líderes comunitarios a reconocer la alta participación de judíos en movimientos revolucionarios, por temor a represalias. En cambio, es poco sabido que en 1980 hubo numerosos bombardeos y amenazas de bomba a instituciones y escuelas judías: 12 y 14 años antes de los atentados a la Embajada y la AMIA. 

La página sexta del informe señala lo obvio para el lector: “los culpables nunca fueron encontrados pero muchos aquí sospechan, aunque sin evidencia, que elementos de las fuerzas de seguridad son responsables”. A este sector el texto adjudica mayores y “fuertes actitudes anti-semitas” que al ciudadano común. 

"En 1980 hubo numerosos bombardeos y amenazas de bomba a instituciones y escuelas judías: 12 y 14 años antes de los atentados a la Embajada y la AMIA"

El informe señala que la circulación de textos anti-judíos en puestos de diario, como “Los protocolos de los sabios de Sión”, habilita a observar un fenómeno difundido y tolerado institucionalmente, aún cuando ese año Videla saludó por las fiestas religiosas a la comunidad judía.

En 1979, el memorando de una conversación con el encargado de negocios israelí, HerzlInbar, registra la preocupación por vínculos entre Montoneros y la OLP. El documento menciona amenazas a Bob Cox, editor del Buenos Aires Herald, quien amenazado y "cordialmente odiado" por las fuerzas, huyó del país. El autor del documento admitió su incredulidad al escuchar de Inbar que la Junta “piensa que cualquiera que apoya causas liberales y a Timerman es judío”: cualquiera que fuera un amigo de los enemigos.


Antisemitismo: La marcha 

El pasado lunes 9 de octubre, diversas instituciones y agrupaciones comunitarias judías convocaron a un acto de duelo en respuesta al reciente ataque terrorista perpetrado por Hamas contra población civil. La convocatoria reunió a miembros de la comunidad con amplios matices de observancia religiosa, además de diferencias ideológicas y políticas, unidos en un sentimiento de pérdida y conmoción. Estallan las redes sociales con angustiantes pedidos de información de seres queridos que no aparecen. Este atentado se cobró la vida de judíos, árabes israelíes, de trabajadores migrantes indios, tailandeses y nepalíes, todas víctimas igualmente masacradas y secuestradas por violencia del Hamas, Jihad Islámico y otros entusiastas del pogrom.

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Es fundamental subrayar que la muerte se extendió por igual a grupos de distintas procedencias, incluyendo bebés, jóvenes y ancianos. La amplia difusión de la información y de las imágenes, complementadas por nuevo material expuesto por las autoridades israelíes, deberían ayudar a hacer sucinta esta descripción. 

Sin embargo, la relación con estas imágenes y lo dicho al respecto revela una dimensión clave de la construcción de una ética pública frente a los acontecimientos: una tozuda e indolente frialdad desdeña la verosimilitud del material, restringe su compasión frente a la sangre derramada y niega la humanidad de las víctimas.

Esta actitud redobla la vulnerabilidad de la comunidad judía argentina, amenazada por amateurs de la violencia, que apedrean sus escuelas, y por invocación de Hamas a la Jihad internacional, dirigida contra sus instituciones.

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Basta observar al movimiento pacifista israelí y al palestino para dar cuenta de que se trata mayoritariamente de esfuerzos conjuntos, o bien, de iniciativas dirigidas a consagrar la búsqueda de justicia con el otro. En la academia israelí, se observa un compromiso crítico de historiadores y sociólogos por reexaminar la narrativa oficial de la historia y reconstruir los procesos de formación de identidades de los que participan.

Urbanistas, arquitectos y abogados trabajan para garantizar que beduinos y palestinos no se vean privados de la aprobación de un plano maestro para la construcción de sus hogares, intentando evitar la traumática demolición de sus viviendas. 

Rabinos por los Derechos Humanos y ex soldados denuncian las injusticias resultantes de la expansión de asentamientos e instituciones que exponen a los palestinos a una constante tensión. Aunque insuficientes, estos esfuerzos existen. 

Israel es gobernado hace años por una hegemonía que desdeña la oportunidad del diálogo y mina su legitimidad protegiendo a un corrupto líder. Aún así, nada exime a la dirigencia palestina por su irresponsabilidad para formar un gobierno de unidad nacional. La discontinuidad geográfica que los separa sólo se agranda por el impulso fratricida constatado por la insistente desconfianza que Fatah y Hamas se deparan entre sí. También, por el celo con que Hamas reprime todo atisbo de competencia que amenace su control sobre la Franja. Así, las condiciones para que prospere un movimiento de resistencia a Hamas a partir de la no violencia, son en el presente una quimera. 

La contra-marcha: el antiintelectualismo

El antiintelectualismo es pernicioso. Evita la posibilidad de imaginar y enunciar una crítica, delimitando lo que puede expresarse públicamente. El antiintelectualismo ha llevado a la condena de figuras intelectuales judías, como Hannah Arendt y Judith Butler, por cuestionar las acciones del gobierno israelí. Sin embargo, la crítica no implica demonización. Es así que constituye un gesto antiintelectual no condenar la violencia, independientemente de quien la ejerza y a quiense dirija.

Recientemente, la comunidad judía se congregó en la vía pública para repudiar el pogrom que asoló el sur de Israel, reclamar justicia y compartir el duelo. Mientras tanto, una parte del campo que reclama el lugar del progresismo y la defensa de los trabajadores, de las mujeres y de los marginados, decidió prestamente ocupar también el espacio público, dirigiéndose a la Embajada de Israel, para representar la causa palestina. 

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Llama la atención la arrogancia de “arrogarse” una responsabilidad que los gobiernos del Mundo Árabe entienden como causa perdida y como lastre.

En un gesto antiintelectual peligroso y extrañamente vinculado con los valores del socialismo, la izquierda entendió oportuno organizar una contra marcha. En pleno día de luto, desfilaron una esvástica igualada a una estrella de David sangrante. Esto, en defensa de la institución violenta de un califato y en rechazo de los compromisos contraídos por otras fuerzas palestinas con Israel, y con reconocimiento de la comunidad internacional.

Quienes participaron en este violento acto público de repudio a un acto de repudio a la violencia no representan a todo el progresismo, pero otra parte suya guarda silencio. Como sabemos, quien calla, otorga. La conjugación de una insólita auto-represión a formular la denuncia a Hamas, y la justificación de un discurso nacionalista religioso de extrema derecha (machista, misógino, autoritario, violento e incapaz de representación política democrática) azoran. 

En el nombre de algún valor o ideología que el progresismo no defiende, tampoco repudia la violencia que supuestamente rechaza. 

Es clave recordar –da vergüenza siquiera aclararlo–que el discurso de Hamas no es compartido por todos los palestinos. Más aún, es notable que incluso en Irán se condenó públicamente el ataque, en línea con el rechazo generalizado de la población a la violencia institucional ejercida por el gobierno, socio político de Hamas que ha demostrado una clara tendencia represiva hacia sus minorías y trabajadores, con una predilección especial por el asesinato de mujeres, adultas y niñas. 

Tampoco estos hechos, ni la asociación de Hamas con un gobierno femicida ofenden al progresismo argentino.

El tiempo revelará si Hamas efectivamente encarna la épica de una resistencia contracultural y antiimperialista y que la demanda de emancipación nacional del pueblo al que oprime está segura con ellos. O no. Lo que es seguro es que el silencio cómplice iguala el secuestro, la violación y el asesinato de personas inocentes, incluidos bebés, mujeres y ancianos, a la categoría de "excesos" justificados en la lucha contra un enemigo percibido como absolutamente perverso y merecidamente ajusticiado. 

Este silencio queda lejos de la tríada de Memoria, Verdad y Justicia que la democracia argentina consagró hace 40 años. No son estas las convicciones que llevan a criticar la aberrante propensión de funcionarios y candidatos a disputar la cifra de los 30.000 y a calificar las atrocidades de la dictadura como “excesos”. 

Recordemos que estas atrocidades incluyen violación y humillación pública de la mujer, apropiación de bebés, distorsión de la identidad, negación de velar los cuerpos. Los mismoscrímenes que motivaron a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a buscar justicia son los que hoy impulsan a otras madres y familias a implorar públicamente, lo propio. 

El pasado 4 de octubre, en Jerusalén se realizó la marcha “El llamado de las Madres”, que reunió a “Mujeres hacen la paz” (organización de madres israelíes y palestinas unidas tras el cruento Operativo Margen Protector de 2014) y “Mujeres del sol”. En condiciones de guerra, aquellas mujeres son capaces de elaborar lo que en plena democracia no puede siquiera imaginarse: que toda vida debe protegerse.

Estos días la democracia argentina se topó con un obstáculo inmenso en la construcción de una ética y cultura políticas. Un viejo y extendido antisemitismo exhibió potente su lugar en un sector que se apropia del canto “como a los nazis, los iremos a buscar”. Al igual que Hamas no representa la causa palestina, ni merece hacerlo, aquí se demostró que la capacidad de representación democrática de algunos sectores está percudida. 

El rito público de duelo resultó insoportable para quienes ven la víctima como victimario. Pronto se realizarán operativos de rescate a las víctimas del pogrom. Todo indica que en el marco de la lucha contra Hamas, el largo trauma colectivo de las familias palestinas, cuya inocencia debe defenderse, se agravará. Si una cosa puede decirse, la otra también: la contraofensiva acontece en respuesta a crímenes terroristas que una democracia surgida del Nunca Más, está compelida pública, clara y enérgicamente a repudiar.

Hubo años en que el rabino Meyer admitía la vejación de desnudarse en las requisas para entrar a los penales a averiguar el paradero de detenidos y desaparecidos. Años después, como integrante de la CONADEP, propuso el título del documento testimonial de los crímenes de la dictadura: Nunca Más. 

Para comprender qué significa decir Nunca Más, recordemos un último documento, Mensaje en favor de la mujer, el niño y la familia, escrito por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en agosto de 1978:

[…] “Mujeres, niños y jóvenes han presenciado aterrados el asalto a sus domicilios concluido muchas veces en el secuestro o el asesinato de sus seres queridos, la muerte a mansalva del padre, del hijo, del esposo, a la puerta misma del hogar; […]. Millares de hogares ciudadanos comunes de obreros, de estudiantes, de profesionales, de policías y militares, lloran la ausencia de seres queridos. Todo esto ha sufrido la familia argentina. 

[…] No hay menos de un millar de mujeres detenidas, muchas de ellas aún sin acusación ni proceso y sometidas en muchos casos a un trato carcelario humillante. Y cuando menos otras tantas desaparecidas, sin que sus familiares hayan podido hasta el presente tener información alguna de su paradero o situación. […] Hieren la sensibilidad de nuestro pueblo y confirman nuestra voluntad de seguir luchando con todas nuestras fuerzas contra todo terrorismo y contra toda violación de la dignidad humana en el ámbito de nuestro país.[…] Nadie puede quedar marginado de la sociedad, como un paria sin nombre, ni ubicación, ni derechos. Quienes han delinquido deben ser acusados y sometidos a la jurisdicción de sus jueces naturales. Aquellos contra quienes no existen cargos deben ser puestos en libertad.”

Esta carta, firmada por Alicia Moreau de Justo, Marshall T. Meyer, Raúl Alfonsín, entre políticos, artistas, pastores, obispos, se presentó a las autoridades cuando la exigencia de valentía fue mayor a la del presente. 

En ese entonces, el antisemitismo parecía abigarrado al sector perpetrador de los crímenes. Hoy, la falta de denuncia explícita e inequívoca de un pogrom obsequia a quienes amparan el discurso negacionista una peligrosa oportunidad: que el sitio del reclamo de Memoria, Verdad y Justicia quede vacío.

El progresismo debe decidir si proferirá preguntas al estilo de Llamas de Madariaga, o si su lugar es el de las Madres y Abuelas y el de la lucha contra todo discurso de odio. En otras palabras, deberá decidirse porel Nunca Más y por la posibilidad de velar heridas colectivas. Deberá decidirseporla construcción plural de lo público. Los hechos recientes demuestran que el antisemitismo no es exclusivo de un sólo sector y que el antiintelectualismo es mucho más que la mera pereza intele