En Brasil, este 7 de septiembre, día en el que se celebra su independencia, adquirió un valor simbólico casi refundacional. Esta simbología, sin embargo, reflejó interpretaciones antagónicas que refieren a la fuerte polarización que vive la sociedad brasileña en la actualidad.
Para el sector bolsonarista, el día de la independencia representó la posibilidad de una reivindicación masiva del liderazgo del ultraderechista presidente, con ínfulas hacia una deseada ruptura institucional. Era el momento de mostrar al mundo la victoria de los valores conservadores e iliberales, plasmados en la célebre frase: “Brasil acima de tudo, Deus acima de todos”, que Bolsonaro tomó como su lema personal.
Para el conjunto de la ciudadanía que defiende la bandera de la democracia, el 7 de septiembre representó el peligro inminente de un golpe que se viene asomando de forma ininterrumpida, pero que ese martes pareció acercarse a su posible concreción. Estuvimos en vilo.
Durante el día “D”, Bolsonaro movilizó a sus militantes, alrededor de 150 mil, en Brasília, y en la icónica Sao Paulo, sin alcanzar a los 2 o 3 millones que decía poder congregar. Sin embargo, el número fue significativo para que el actual presidente se sintiera respaldado para hacer lo suyo: en sus inflamados discursos en ambas ciudades distribuyó ataques al Superior Tribunal Federal de Justicia (STF), en especial al Ministro Alexandre de Moraes -quien concentra los principales juicios en contra de los intereses de Bolsonaro y de su familia-, al poder legislativo, despotricó contra gobernadores y alcaldes, reivindicó a las Fuerzas Armadas como fuerza de “orden y progreso” y, entre otras cosas, amenazó con no respetar más las decisiones que provengan del Poder Judicial de la Nación.
Con un discurso de carácter indiscutiblemente anti-democrático y radicalizado, su objetivo fue el de fortalecer sus bases, ante la caída estrepitosa de sus índices de popularidad y buscar el apoyo de aquellos sectores más ambiguos. Según la última encuesta del Atlas Político (6/09/2021), el gobierno cuenta con el 64% del rechazo de la población.
Sin embargo, como siempre está el día después, la estrategia bolsonarista se vio menguada por la respuesta negativa del mercado, que reaccionó frente a una mayor incertidumbre político-institucional, y de la mayoría del sector productivo, que claramente pierde con la inestabilidad económica que generan las agudas crisis políticas. Como efecto centrífugo, la mayoría de los partidos conservadores y prebendarios de su coalición (el llamado centrao), responsables al día de hoy de la capacidad decisoria del gobierno en el Congreso, amenazaron con abandonarlo y apoyar a los cientos de pedidos de impeachment contra el Jefe del ejecutivo nacional.
Casi que instantáneamente, en Brasília, el slogan presidencial “Brasil acima de tudo, Deus acima de todos”, fue despojado por otro un tanto más pragmático: “It´s the economy, stupid!”.
La respuesta del presidente para evitar la hemorragia de su base fue la publicación de una carta conciliatoria, que casi pareció un pedido de disculpas. La carta, no obstante, terminó teniendo un efecto bumerang al decepcionar a su base más radicalizada.
Hasta aquí he descrito resumidamente los últimos y más relevantes hechos de la política brasileña de estos últimos días. Hechos que podrían llevarnos a sentir un cierto optimismo frente al aún lejano futuro electoral. Haciendo un balance, al día de hoy, estamos indudablemente frente a un presidente debilitado que camina sobre un tenue hilo ante el peligro de su destitución.
Hace bastante escribí un artículo en este diario en donde analicé la campaña electoral que llevaría a Bolsonaro a la presidencia de Brasil. El título, “Una elección civilizatoria” (7/10/2018), vuelve a mi cabeza como recordatorio de lo que no pudo ser.
Más allá del debilitamiento político de Bolsonaro y de las previsiones de las encuestas de opinión sobre sus bajas chances políticas en el 2022, no hay tiempo para el optimismo. Bolsonaro personificó e insufló a un sector de la población que desde la democratización permaneció políticamente latente y que representa valores muy alejados de una concepción pluralista, equitativa y políticamente liberal de la sociedad. Un sector que, al contrario de la dirección que viene tomando la popularidad de Bolsonaro, muestra un sostenido crecimiento en Brasil y en el mundo.
Este nicho que hoy en día representa un tercio del electorado brasileño, algo no menor, también se nutre de la pasividad de las organizaciones e instituciones políticas frente a sus exabruptos antidemocráticos. Pero, ante todo, se nutre ante la falta de capacidad de los principales sectores democráticos, de todo el espectro ideológico, de promover un cambio real en la estructura de incentivos que ordena el intercambio político.
La práctica corruptiva es el dispositivo de intercambio político que permanece como elemento central de las relaciones de poder en gran parte de nuestras democracias latinoamericanas, y en la brasileña sin lugar a dudas. Un sistema basado en laxos lazos identitarios y de solidaridad no solamente tiende a ser más volátil, como a favorecer el surgimiento de líderes con fuertes componentes disruptivos y mesiánicos.
Si los principales representantes de las estructuras republicanas y organizacionales de nuestra joven democracia optan por ceder ante el aparente repliegue de Bolsonaro, dejándose obnubilar por los números volátiles de la economía de mercado o por la posibilidad de seguir intercambiando prebendas por apoyo político, estaremos nuevamente perdiendo la oportunidad de hablar de una elección civilizatoria. Caminaremos inevitablemente hacia nuestra esquiva autofagia.
Es necesario no bajar los brazos y finalmente aprender con lo vivido para poder emprender finalmente un proceso civilizador.
*Politóloga – EPyG/UNSAM