Hace casi 90 años el economista ruso Simon Kuznets ideó el sistema de cuentas nacionales, el mismo que la mayoría de los países utiliza en la actualidad.
Las nuevas tecnologías, internet, la servificación, la digitalización y las cadenas globales de valor ocasionaron en este tiempo un cambio en las técnicas productivas que difícilmente pueda verse por entero reflejado en los métodos contables de entreguerras.
Se trata de una cuestión fundamental para las políticas públicas: actividades que no están sujetas a medición corren un mayor riesgo de ser marginadas en mecanismos de promoción y desarrollo.
El Producto Interno Bruto (PIB) tradicional, que perdía cada vez más adeptos ante las dificultades de contemplar adecuadamente estados subjetivos de la población o el tamaño de la economía informal, sumó a la luz de la actual crisis climática un golpe de nocaut.
No es posible ignorar que menosprecia a los recursos naturales y marítimos, los bosques y las fuentes de energías limpias, todos activos que hoy ocupan un lugar preponderante en las agendas de gobierno y en los diálogos de cooperación multilateral.
Diferentes iniciativas intentan subsanar esta falencia. La plataforma SEEA de Naciones Unidas (System of environmental economic accounting) realiza mediciones de capital natural. La división de estadística de la ONU también patrocina Aries (Artificial Intelligence for Environment & Sustainability), una iniciativa global que utiliza inteligencia artificial para estandarizar el aporte de los ecosistemas con herramientas de aprendizaje automático en modelos de valuación y ordenamiento de datos. La herramienta Waves (Wealth Accounting and the Valuation of Ecosystem Services) liderada por el Banco Mundial es otro programa que valúa servicios ecosistémicos.
El vínculo entre riqueza integral y protección del medioambiente es cada vez más estrecho. Un estudio reciente estimó que el capital humano global per cápita aumentaría 290 dólares si no hubiera muertes prematuras por contaminación atmosférica y polución (The Changing Wealth of Nations, 2021).
Lo mismo ocurre con el capital social. Cerca de 600 millones de mujeres y 40 millones de hombres realizan trabajos domésticos en el mundo. Si se asignara un valor monetario a estas labores imprescindibles, el PIB global sería 9% más elevado y superaría el aporte de sectores como la industria manufacturera o el transporte (Care work and care jobs for the future of decent work, OIT).
Tareas en el hogar y de cuidado no remuneradas, el trabajo voluntario, las redes de apoyo vecinales y la actividad de la economía popular no tienen un precio de mercado, pero poseen un valor significativo para la cohesión social, al igual que los bienes relacionales. La pandemia también reveló el esfuerzo que implica cuidar al otro, por ejemplo, a través del distanciamiento social, y la necesidad de asignarle valor a ese cuidado (GDP Doesn’t Credit Social Distancing, but It Should, New York Times). Si la economía se expande junto a la proliferación de problemas de estrés, ansiedad, depresión, desórdenes mentales o alimenticios, el crecimiento de baja calidad quebrantará en el largo plazo sus propias bases.
De igual forma, si el costo de acceso a servicios de salud, educación, infraestructura o seguridad es más elevado y restrictivo, la sociedad no puede estar mejor, aunque el PIB lo registre como un alza de ingresos (GDP is no longer an accurate measure of growth, WEO 2021).
El Producto Bruto reviste así una paradoja contable en muchos países, incluso desarrollados: el ingreso de los sectores medios está estancado hace décadas, pero se observa crecimiento económico porque el 1% más rico acumula cada vez más riquezas. Las recurrentes crisis de descontento social permanecen ocultas bajo el manto de los promedios hasta que es demasiado tarde (The Growth Delusion).
La comisión conformada por Joseph Stiglitz, Jean-Paul Fitoussi y Amartya Sen para abordar esta problemática no dejó dudas: malos indicadores conducen a la elaboración de malas políticas públicas. Sobre este principio, la OCDE recomendó desarrollar mediciones que identifiquen los sectores beneficiados con el crecimiento económico, analicen la sostenibilidad desde el punto de vista ambiental y social, y contemplen el bienestar subjetivo de las personas (Beyond GDP. Measuring What Counts for Economic and Social Performance, OCDE).
Necesidades vinculadas a la calidad del trabajo, al acceso a los bienes públicos o a la salud mental son activos intangibles que precisan medidas alternativas de bienestar. Una opción complementaria es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas, que tiene amplio consenso e incorpora tres dimensiones, la esperanza de vida (salud), el acceso al conocimiento y la escolarización (educación), y el PIB per cápita (ingreso).
Pero no es la única. El Índice de Progreso Social (IPS) elaborado por organizaciones no gubernamentales pondera medidas de tolerancia civil, acceso a oportunidades, nutrición, conectividad digital, libertad de expresión y medioambiente, entre otros factores. El hyperlink Indicador de Progreso Genuino (IPG) es utilizado a nivel subnacional en Estados Unidos y estima el valor de la riqueza social y medioambiental incorporando servicios sin valor monetario, como el trabajo voluntario y el doméstico, el capital natural, marítimo y forestal. El Índice de Bienestar Canadiense (IBC), creado tras una consulta a la población, está compuesto por variables relacionadas al mercado de empleo, medio ambiente, cultura, participación civil, educación, salud e ingresos.
En la Argentina, en una investigación que tuve la tarea de compilar hace algunos años y dio lugar a la publicación Robotlución del BID, Beatriz Nofal y Ariel Coremberg propusieron la definición de “cuentas satélites de innovación, que apunten a registrar como riqueza nacional la inversión en conocimiento no solo de los tradicionales gastos de I+D científicos, sino también la I+D no científica, como el diseño y los gastos asociados a la generación de obras recreativas y artísticas, el gasto en formación de capital humano, la publicidad y el marketing y otros activos incluidos en la literatura sobre intangibles”.
El Indec que tiene a su cargo los próximos Censos de Población y Económicos, también trabaja actualmente sobre el mejor registro de estos fenómenos.
Kuznets ganaría el Nobel en 1971, pero no sin antes reconocer los límites de su propia creación: “el bienestar de una nación difícilmente puede ser inferido de la medición de su ingreso económico”.
En esta doble crisis social y ambiental, encontrar métricas adecuadas y consensuadas que vayan más allá del PIB y lo complementen es una labor imprescindible. Por este motivo el Consejo Económico y Social promueve la elaboración y aplicación de nuevas métricas para fenómenos que también son novedosos, como la automatización y su impacto en el mundo del trabajo, o el registro con tecnología blockchain de zonas rurales (tokenización), lo cual tiene una extraordinaria significación en todo lo relativo a nuevas formas de finanzas sostenibles y la canalización de recursos para salvar la “casa común”.
Necesitamos nuevas brújulas para nuevos caminos. No podemos usar herramientas de 1930 para trazar la hoja de ruta hacia 2030. No se trata sólo de números o índices, se trata de una cosmovisión humanista que le otorgue sentido a la actividad económica y productiva.
Si el PIB no mide el bienestar de la niñez, la calidad de la democracia o el valor agregado de la riqueza natural y los servicios ecosistémicos, podrá medir cosas importantes, pero no las que más importan.
*Secretario de Asunto Estratégicos Presidente del Consejo Económico y Social.