OPINIóN
¿en el aula o en casa?

Clases presenciales. ¿Vale la pena correr el riesgo?

Desde hace días la sociedad argentina asiste, con una mezcla de rabia, frustración y angustia, a una feroz disputa legal, política y de narrativas en torno al cierre de los establecimientos educativos en el AMBA por la segunda ola de covid. Como aporte a un debate de calidad, y sin caer en la grieta, El Observador presenta distintas miradas sobre la importancia, o no, desde el punto de vista educativo, de que las escuelas estén abiertas en estos tiempos de pandemia. Y un relevamiento de las redes sociales, campo de batalla más encarnizado de esta amarga contienda.

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Protagonistas. Nación, Provincia y Ciudad de Buenos Aires, enfrentados en torno a las restricciones. Las clases virtuales son útiles, pero no alcanzan: profundizan la inequidad de acceso. | cedoc

Volver a las fuentes

“Let the river run”. “Deja al río correr” es la frase con la que se inicia la letra de una canción interpretada por Carly Simon y que puede servir como metáfora para hacer referencia a la importancia de regresar a las fuentes, para recordar cuál es la raíz que sustenta instituciones y procesos. 

En lo que respecta a la escolaridad y ante los recientes acontecimientos, me interesa dejar que el río fluya, que vuelva a su cauce para redescubrir cuán trascendente es que el proceso de enseñanza se desarrolle en forma presencial; y que la escuela abra sus puertas físicamente. 

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Es en la escuela en donde se concreta el proceso educativo, al que nuestra Ley de Educación Nacional No 26.206, en su artículo 3, concibe como una prioridad nacional, como una política de Estado dirigida a construir una sociedad justa, a ejercitar la ciudadanía y a respetar los derechos humanos, entre otras finalidades. 

Dimensiones. En efecto, ya en estas líneas podemos vislumbrar el para qué del proceso mencionado y de las instituciones de enseñanza: el primero se dirige a desarrollar en el alumno todas sus dimensiones: cognitiva, afectivo-volitiva, física, social y trascendental; por eso, va más allá de impartir clases y aspira a cultivar aquellas fortalezas que son imprescindibles para desenvolverse responsablemente en la sociedad. 

A la escuela, por su parte, podemos concebirla como el escenario en donde interactúan dos grandes instituciones fundantes de la cultura: la educativa y la familiar, y junto con ellas los actores que componen el reparto: directivos, docentes, alumnos y padres, entre otros. Es en ese espacio físico en donde se pueden llegar a brindar las mejores condiciones para que cada estudiante se desarrolle en forma individual y social; pero para ello hay que partir de la base de que la escuela es creada por cada Estado y por la sociedad, debiendo estar al servicio de esta última.

Es en la escuela, como lugar físico, más aún en las clases presenciales, en donde se satisface una necesidad que está presente en todos los seres humanos, que se desprende de su condición social y es la que nos lleva a requerir de otros para desarrollarnos, comunicarnos, buscar ayuda, aprender, recibir ejemplo y un modelo a seguir. 

Precisamente, contar con otros, recibir su apoyo y su modelo, es una cuestión imprescindible para el desenvolvimiento de la personalidad y cuyos pilares se construyen en los primeros años de vida de toda persona. Al respecto, y en coincidencia con Jozef Nuttin, podemos decir que la personalidad solo puede estructurarse, desenvolverse y realizarse en la interacción de la propia persona -o mundo personal- con el contexto -o mundo percibido y concebido-. 

Interacción. Esta idea se refuerza dentro del ámbito de la psicología y de la psicología del aprendizaje, y a través de diversos enfoques, desde los cuales se fundamenta la necesidad de la interacción humana directa con otra persona referente, para asimilar nuevos y significativos aprendizajes, más aún en los primeros niveles de escolarización, en los que predomina el desarrollo sensorial y motor, la consolidación de la regulación socioemocional y la adquisición progresiva de una mayor capacidad de razonamiento. Ya Donald Winnicott planteaba tres funciones específicas a cumplir por la madre para estimular a que su bebé se subjetivizara, se conociera, se reconociera y se diferenciara de los demás, en especial de ella, y de otros objetos: el holding, o sostenimiento emocional; el handling, o la dádiva de cuidados físicos concretos, que tienen que estar en vinculación con el amor y el sostén; y el rol de espejo, que se concreta a través de la mirada de la madre hacia el hijo y que puede reflejar o no el embelesamiento que produce en ella. Estas tres funciones, que son imprescindibles en los primeros meses de vida para la subsistencia y el desarrollo humano pleno, también se pueden generalizar al proceso educativo y, aún más, en aquel que se desarrolla con modalidad presencial, siempre y cuando se produzca en adecuadas condiciones; en efecto, es en la escuela en donde cada alumno debe recibir sostén cognitivo, socioemocional, cuidados físicos y un reflejo de lo que es y puede llegar a ser.

Por su parte, Albert Bandura explicó fundadamente la importancia del modelado ejercido por parte de quien enseña en quien cumple el rol de aprendiz; existiendo numerosas investigaciones que evidencian los efectos favorables de su ejercicio en la adquisición de capacidades imprescindibles para alcanzar mejores niveles de bienestar existencial. Esta estrategia, que como docentes ponemos en juego en el trabajo con nuestros alumnos, nos ayuda a actuar como andamiajes sólidos que facilitan el aprendizaje de diversos “contenidos” y la consolidación de la afamada Zona de Desarrollo Próximo. 

Podemos entonces contemplar la escuela no solo como un lugar físico, mediador del proceso educativo y del desarrollo de todas las dimensiones humanas, sino también, hoy más que nunca, como el soporte de otras instituciones -como la familia- que, por diversos factores, no pueden cumplir con sus funciones prioritarias. Sin entrar en discusiones clasistas, en toda escuela en la que se desenvuelve la enseñanza presencial, quien enseña puede ver en el día a día cómo están sus alumnos, si han desayunado o no, si tienen problemas en su contexto familiar o con sus amigos, si están sufriendo algún tipo de violencia. A su vez, la cercanía con los niños más pequeños nos permite contenerlos si lloran y no pueden regular sus emociones; y facilitar recursos materiales en el caso de que los niños y niñas no los posean (cuántas veces vimos alumnos que no tenían papel o lápiz con los que escribir y quien enseñaba se los proveyó). 

Pandemia. Toda esta realidad choca con lo que desde el año pasado estamos viviendo a raíz de la pandemia por covid-19 y que en el plano educativo, y en las escuelas en particular, tuvo un grandísimo impacto.

Según numerosos estudios, el cierre físico de los establecimientos de enseñanza y la continuidad del proceso a través de la modalidad virtual o a distancia originaron secuelas nocivas a nivel socioemocional en chicos y chicas que, en última instancia, afectaron su rendimiento cognitivo. Los menores de 6 años comenzaron a presentar llantos frecuentes, pérdida del control de esfínteres, miedos nocturnos, problemas de comportamiento y regresiones. Los estudiantes de entre 6 y 18 años manifestaron cuadros de ansiedad y falta de aire; problemas para dormir y despertarse, como si padecieran una especie de jet lag doméstico. Un trabajo muy interesante en el que se revisaron las indagaciones sobre el impacto psicológico de la cuarentena en infantes y adolescentes, siguiendo recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, de otros expertos y basándose en numerosísimas publicaciones científicas, encontró la prevalencia de síntomas relacionados con estrés postraumático en el contexto de desastres sanitarios cuatro veces más altos en los niños expuestos a cuarentena respecto de los que no fueron confinados. 

En paralelo, Unicef relevó que en nuestro país menos de la mitad de los hogares cuenta con acceso fijo a internet; uno de cada dos no posee un dispositivo electrónico adecuado para uso educativo; y aproximadamente un millón de estudiantes matriculados en marzo de 2020 casi no interactuó con su institución educativa de pertenencia, aspectos que afectan directamente la continuidad escolar y que dan luz sobre la necesidad de asistir y participar activamente en la escuela.

A estos datos se suman los recogidos por las indagaciones que muestran que las escuelas, resguardando los protocolos sanitarios requeridos, no constituyen el principal lugar de transmisión del virus, y evidencian aún más el rol que poseen como proveedoras de contención física, social, emocional y de mayores niveles de bienestar.

De allí, y tal como lo señala Unicef, la decisión de suplantar la modalidad de enseñanza presencial por la virtual o a distancia debe evitarse y tiene que estar supeditada a una evaluación previa, profunda y prudente del riesgo de transmisión local, recordando siempre que la no presencialidad afecta, particularmente, a los más vulnerables: niños, niñas y adolescentes de cualquier condición socioeconómica y cultural, aún más de aquellos que viven en condiciones de indigencia y de ignorancia. Sin duda, los últimos días han sido movilizantes a nivel social. Aún continúan siendo inciertos al no tener un horizonte claro hacia el cual se dirigen los derroteros políticos, pero nos impelen como sociedad a encontrar respuestas clarificadoras que aseguren el derecho humano fundamental a la educación, de la mejor manera posible, buscando el bien integral de todos.

*Profesora de la Maestría en Dirección de Instituciones Educativas de la Escuela de Educación de la Universidad Austral. Investigadora Conicet.