OPINIóN
Desde Madrid

Diario de la peste: la bomba vírica

La segunda ola avanza por Europa y ya son doce los países que presentan el índice de riesgo de rebote fijado por encima de 100 casos cada 100.000 habitantes

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España frente a la pandemia. | AFP

Hoy, en una columna desafortunada de un diario de referencia, un escritor compara a España con Latinoamérica. Dice que en lugar de mirar hacia los Pirineos se debería pensar la pandemia en los términos de Brasil, la pobreza de México y la gestión política en Venezuela. También menciona al peronismo, pero no vamos a seguir por ahí para abrir otra una polémica con un desvarío que no lo merece. Es verdad que en España las cosas están muy complicadas, pero no es menos cierto que, por poner algunos ejemplos (sin ánimo de entrar en el juego), Italia se debate con sus contradicciones y afortunadamente, mal que mal, contiene al virus y al fascismo; en Francia hubo una implosión del sistema tradicional de partidos y hoy es gobernada por un constructor socialtecnócrata y el Reino Unido recibió a la COVID-19 en medio del Brexit y los desmanes neopopulistas de Boris Johnson. Esto es Europa. Esto es el mundo. Esta es la vida que nos toca a todos en los cuatro puntos cardinales.

Cuando vienen mal dadas, se sabe, se puede tener un arranque nacionalista y estigmatizar a chinos e inmigrantes –en Europa se hace a diario– o ponerse estupendo, como es el caso de este columnista, y colgar un manifiesto maximalista.

Sí, las cosas vienen muy mal dadas. La segunda ola avanza por Europa con una media diaria de 35.000 positivos y ya son doce los países que presentan el índice de riesgo de rebote fijado por encima de 100 casos cada 100.000 habitantes. En Madrid somos vanguardia: estamos en una media de 306 casos (cifra de hoy), pero nos movemos en una horquilla que sube a cifras desmesuradas.

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A pesar de los datos, como el virus es invisible y mientras no nos afecte de manera directa, la vida sigue con la movilidad apenas restringida en algunas zonas y el resto de la actividad es la misma que en tiempos normales.

De todos modos, el tic, tac, de la bomba vírica se deja oír y empieza por las cifras para seguir con el correlato del tira y afloja entre el gobierno central y el autonómico. Desde Moncloa intentan sin éxito y menos pericia poner coto a la gestión de la comunidad de Madrid que en poco se diferencia ya a los primeros tiempos de Boris Johnson: relativización de la realidad sanitaria, libertad de movimiento pero, por encima de todo, mano libre a la actividad económica, es decir, la mano invisible –como el virus– del mercado. El Gobierno central está presionado por cuestiones de sanidad pública, como es obvio, y comunitarias, ya que Europa empieza a observar con preocupación a Madrid en tanto mayor foco de infección del continente, pero también debe moverse con cautela ante un choque de trenes con el Partido Popular y el poder económico: he aquí el quid de la cuestión.

Diario de la peste: problemas del primer mundo

Madrid representa el más alto PIB de España, es una de las zonas más prósperas de Europa y los conservadores la han convertido en una isla fiscal: en medio de la peor crisis sanitaria y financiera en más de cien años siguen prometiendo que van a bajar más, aún, los impuestos. La alternativa es un gobierno progresista que, como es de recibo, lo primero que haría es cambiar el criterio: ¿cómo es que no hay médicos, personal sanitario, rastreadores, camas de hospitales y, en fin, una estructura mínima ante la crisis en una de las zonas más ricas del continente? El poder económico, teme, entonces, que la isla fiscal se convierta de una isla roja. Con lo cual, Moncloa lleva días amenazando con una intervención que no llega a la espera de un cambio en las posiciones de la comunidad que no se mueve.

Ayer, el New York Times publicó las liquidaciones de impuestos de Donald Trump. Del informe salen algunos datos curiosos. El más espectacular es que en 2016, año de su elección como presidente, pagó un total de 750 dólares en concepto impositivo; al siguiente, lo mismo. El otro, no menor, es que de los últimos quince años hubo diez en los que no pagó un solo centavo del impuesto de la renta. Los analistas opinan que ahora sí puede estar en riesgo su reelección: ha tributado menos que un redneck, el voto blanco, trabajador de clase baja que apoyó masivamente su llegada a la Casa Blanca. Poco han importado hasta ahora las salidas de tono sexistas, supremacistas y negacionistas, incluidas las grabaciones en las que se jactaba de tocar los genitales de las mujeres sin su permiso. En este sentido, se sentía impune y admirado como en su día Silvio Berlusconi y sus fiestas "bunga, bunga". Con el escándalo fiscal de Trump puede que ocurra como con la corrupción económica de Pinochet en Chile que, al descubrirse, obtuvo el repudio unánime de los sectores insensibles a los derechos humanos.

Tal vez en Madrid, los efectos devastadores del coronavirus estallen sin avisar –ocurrió así en marzo– y dejen expuesto un escenario incontestable, incluso al poder económico y su brazo político que lleva la gestión cuando la bomba vírica explote. No habrá explicación posible a la inasistencia sanitaria y su oscura consecuencia.

El crítico británico Frank Kermode hizo una bella descripción del tic, tac. Según Kermode el tic, tac del reloj es un relato en el que tic es el principio y tac el final. Esta es la narración del tiempo que nos contamos ya que, en realidad, la onomatopeya del reloj es tic, tic. En Madrid deberían tomar nota. Les falta imaginación: no escuchan el final.

MR/FeL/FF