Los entredichos entre las autoridades nacionales y de la Ciudad de Buenos Aires respecto de la posibilidad o no de reapertura de 634 escuelas invitan a considerar criterios superadores para la gestión de acuerdos educativos mientras dure la cuarentena. La necesidad de consensos urgentes se siente con especial profundidad en el alma de los alumnos y sus padres en momentos de extremo cansancio pandémico y avidez de horizontes esperanzadores.
Evidentemente, el discernimiento político no es una ciencia exacta. Debe sopesar las argumentaciones no siempre coincidentes de epidemiólogos y de pedagogos. Esta tarea no es sencilla, sobre todo si quienes representan a cada parte no logran arribar a acuerdos ni siquiera dentro de la misma especialidad. Cuando a esta complejidad añadimos cuestiones político-partidarias y pujas gremiales, la mezcolanza argumental puede resultar explosiva, y acrecentar el desaliento de la ciudadanía.
Tal vez ayude tomar cierta distancia del caso puntual y repasar la situación general del sistema educativo en la pandemia. Los primeros resultados de la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica, impulsada por las autoridades nacionales en conjunto con Unicef, ponen en evidencia un fenómeno conocido: la brecha digital que separa a alumnos más favorecidos de los menos favorecidos acrecentará la desigualdad. Más de la mitad de los hogares no cuenta con una computadora disponible para uso escolar. Si bien los niveles de conectividad a internet son altos, un 27% navega utilizando datos del celular, y otro 24% lo hace con problemas de señal. En definitiva, más de la mitad de los hogares no cuenta con condiciones suficientes para participar de una educación virtual medianamente satisfactoria.
Más de la mitad de los hogares no cuenta con condiciones suficientes para participar de una educación virtual medianamente satisfactoria
La buena noticia es que una proporción importante de los alumnos (95%) ha logrado mantener algún tipo de conexión con la escuela. La mala, según se desprende de lo anterior, refiere a las marcadas inequidades que subsisten dentro del sistema, hoy cristalizadas en deficiencias de acceso tecnológico. La pérdida de conexión o la conexión precaria son reflejo parcial de fenómeno más profundo: representan síntomas de la vulnerabilidad del vínculo que mantienen cientos de alumnos con la escolaridad. Esta vulnerabilidad no sólo expone al riesgo de la deserción escolar; también amenaza con romper conexiones emocionales con el aprendizaje, con docentes y pares. No es posible saber cuál será el real impacto de esta distensión, pero es evidente que no será positivo.
En este marco, resulta imperioso que las autoridades educativas redoblen esfuerzos para asegurar el acceso de quienes están más relegados. Las acciones y prácticas que se instauren con esta finalidad específica debieran considerarse como “actividades esenciales” y estar reguladas con este carácter en el contexto de la pandemia. Un criterio de este tipo resulta razonablemente acotado y debiera contribuir al consenso general.
*Doctor en filosofía y Vicedecano de Educación de la Universidad Austral.