OPINIóN
La invasión rusa a Ucrania

Comunicación: hacer la guerra por otros medios

No podemos intervenir en el conflicto comunicativo, pero si podemos evitar ser manipulados frente a la la constante diferencia entre ‘fantasía’ y ‘realidad’.

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Invasión Rusa a Ucrania. | afp/cedoc

La invasión del ejército ruso a Ucrania nos ha dado un sacudón. Cuando la política toma la vía de las armas, las cosas cobran otro grado de gravedad. En realidad, todo lo que es atravesado por la guerra, cualquier cosa que tan solo sea rozada por la guerra, es transformado en algo serio. Incluso, la comunicación. La comunicación, que suele ser tomada a la ligera y que algunas veces sirve para divertir, para vender, para entretener, simple y terriblemente, para pasar el tiempo, en la guerra se transforma en un arma. La relación entre comunicación y guerra no es nueva. Pero deberíamos repasar qué aspectos presenta esta relación en la guerra actual. La comunicación es un mecanismo para producir cambios. La guerra también. Solo que usan medios diferentes. En el siglo XIX, Carl von Clausewitz dijo que la guerra era la política por otros medios. En este contexto, podemos decir algo parecido: la comunicación es la guerra por otros medios. Ambos medios se dirigen a producir disenso (e indirectamente, consenso), entre los jugadores más importantes, no sólo entre los contendientes, sino entre el resto de los países que tienen intereses en el asunto. La comunicación es usada para ayudar a activar apoyos de algunos y para cerrar vínculos con otros; sus medios propios (el enfrentamiento simbólico, el engaño, la confusión, las acusaciones, las críticas, los falsos acuerdos), se pivotean entre dos categorías que cobran especial relevancia: la ‘fantasía’ y la ‘realidad’ de lo que sucede dentro y fuera del campo de batalla entre los combatientes, los civiles atrapados, los gobiernos, la diplomacia. Oscurecer y transparentar –según los intereses y las situaciones de cada uno- es el principal eje de decisión de lo que sucede en la guerra comunicacional.  En definitiva, el problema central de la comunicación difícil: diferenciar o no diferenciar entre la ‘fantasía’ y la ‘realidad’. Estas categorías incorporan otras (verdad, mentira, engaño, autoengaño, propaganda blanca y negra, hackeos, etc.) que llevan a un objetivo de cada lado: conseguir la mayor cantidad de apoyo (económico, político, ‘moral’, armamentístico, diplomático) a favor de su causa. Para esto, los contendientes necesitan que otros jugadores se respondan las siguientes preguntas, pero en sentido práctico: ¿Quién está ganando? ¿Qué es lo que realmente está pasando en el frente? ¿Qué les sucede a los civiles? ¿Qué resultados está teniendo la resistencia ucraniana? ¿Quiénes son los líderes? ¿Soportarán la presión? En definitiva, ¿Qué es real y qué no es real? Es en esta instancia donde los espectadores alejados del teatro de operaciones entramos en la escena o somos parte del envite bélico. Colaboramos como observadores, como opinión pública, para apoyar o no, en caso de ser necesario, las ayudas o la negación de las ayudas. Lejos de la teoría, responderse estas preguntas es vital para la gestión de la guerra. 

Ficción e información. Mucho de lo que nos está llegando del sistema de medios se confunde con nuestras fantasías. Esto se apoya en que nuestra imagen más cercana de la guerra proviene de la ficción. Aunque la ficción actual -de muchísima calidad- tiene mucha información real, nuestra creencia y prejuicio más fuerte para llegar a interpretar la guerra, viene de películas y series. Por eso, la guerra que vemos se parece a la ficción. Hemos terminado dando vuelta esta relación cognoscitiva entre realidad y fantasía. Reconocemos armas, bandos de ejércitos, teatros de operaciones, porque los hemos visto antes en las películas o en los videojuegos. La realidad y la fantasía se mezclan más que nunca porque, por un lado, la desinformación consiste en mezclarlas. Por otro, porque nuestras competencias de lectores y espectadores nos llevan a leer las noticias, ver las imágenes y los videos, como espectadores de ficción. Los límites entre la realidad y la ficción de la guerra, entonces, no sólo son difuminadas por los emisores con estrategias veladas, sino que nuestras capacidades de ver, de leer, de interpretar también nos pueden jugar una mala pasada. 

Parecería que esta guerra la estamos presenciando en vivo y en directo. Los actuales medios de comunicación nos dan esa sensación. El mayor cambio, si se compara con otras guerras, es que la cobertura dejó de estar controlada por la prensa especializada. La guerra de Vietnam fue una guerra en directo pero controlada por las cadenas de noticias. Estados Unidos no volvió a cometer este error: el ciudadano medio no está preparado para ver las atrocidades de la guerra. Y ahora tenemos una gran cantidad de material audiovisual espontáneo, que parece no tener filtros. Sin embargo, esta falta de filtros nos deja con dificultades para interpretar correctamente y para saber que nos están engañando o no. Es más difícil asegurarnos de que no estamos frente a fake news o de saber realmente, qué es lo que estamos viendo cuando vemos caer una bomba.  

Periodismo: exactitud y censura. Por todo esto, el periodismo es un actor central en esta guerra de comunicación descentralizada. Su experiencia es enorme. En este contexto tiene una función más importante aún que en otros momentos. Porque la cantidad de imágenes y de texto escrito que nos están llegando o que se nos ponen a disposición, solamente puede ser compensado con el criterio de noticiabilidad que definen los reporteros y los jefes de redacción.  Pero el periodismo no funciona de la misma manera en los dos bandos. Aparentemente por error, un periódico ruso publicó que su ejército había perdido 10.000 soldados. Inmediatamente, borró la nota, ya que es contradictoria con la información oficial de 498 militares muertos por la acción en Ucrania. 

La descentralización de la información es mayor en esta guerra porque el sistema mediático está dirigido por este sesgo. Los ciudadanos rusos y ucranianos tienen tecnología para ser comunicadores de la guerra. Nunca ha sido tan descentralizada la producción y la distribución de contenidos que millones de personas consumen en todo el mundo. La característica más notable del sistema mediático actual es su descentralización. Los esfuerzos por centralizar la información y los contenidos es cada vez mayor, porque es cada vez menos probable que se pueda concentrar y controlar. La descentralización permite más operaciones de intoxicación porque el sistema mediático está en expansión constante: incorpora permanentemente más ‘puertas de entrada’ que es la clave de validación de la información. 

Esta operación es el primer paso de lo que se llama ‘desinformación’. El término proviene de los manuales de la KGB, de la contrainteligencia de la época soviética. Los servicios de inteligencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas usaron este término para referirse a técnicas de intoxicación (incorporación de la doble información) y de doble-información (información falsa que parece verdadera). Se intenta que los medios del enemigo reproduzcan información en contra del enemigo. La desinformación es más que propaganda en contra de alguien: implica que el enemigo produzca, distribuya o consuma información en su contra. Lisa Peskova, la hija del portavoz del Kremlin, publicó una historia en su Instagram con un ‘no a la guerra’, que tuvo que borrar. Lo mismo que sucedió con periódico pro-Kremlin que dio a conocer la muerte de 10.000 soldados rusos. Terminaron sacando la información. ¿Cómo interpretamos estos errores? ¿Son errores o desinformación orientada al engaño?

Narrativa, liderazgo y símbolo. Más allá de la información día a día, los jugadores están poniendo en juego una narrativa que intenta justificar sus acciones. Hasta hace unos días, la narrativa rusa estaba menos presente que la de Ucrania y sus aliados de la OTAN. Poco a poco, comienza a tener un lugar dentro del relato de la guerra.

La narrativa rusa define la acción de su ejército como una “operación militar especial” que no pretende tomar el control del país, sino que pretende “desnazificarlo” y liberarlo de aquellos que oprimen a los grupos rusos que viven en Ucrania. A eso se ha dedicado, sobre todo, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. 

Por otro lado, tanto el presidente Volodymyr Zelensky como la Unión Europea, Estados Unidos y Gran Bretaña, consideran que la acción del ejército ruso se orienta a privar a los ucranianos de sus derechos y libertades, por medios sangrientos y crueles. La principal función del presidente Zelensky es darle unidad comunicacional a la resistencia de Ucrania. Sus apariciones intentan mostrar que la resistencia existe y que el triunfo es posible. 

Joe Biden viajó a Polonia y les dijo a los soldados norteamericanos: “Estamos en medio de una lucha entre demócratas y oligarcas”. La diferencia que intenta insertar Biden es sutil. No habla de una dictadura o de un régimen totalitario, que sería una exageración, sobre todo lo segundo. Está haciendo hincapié en el grupo de nuevos millonarios que acompañan al presidente Putin y que son dueños de Rusia. Necesita motivar a sus soldados, darle sentido a lo que están haciendo y lo que pueden hacer en el futuro. 

Opinión pública y “círculo rojo”. La comunicación es importante en la guerra porque el pueblo, la población de un país, es un blanco a conseguir. Los principales estrategas militares de occidente (Clausewitz, Liddel Hart, Lutwak) y de oriente (Tsun Zu, Mao Zedong) consideraron que la moral de un ejército, su espíritu de lucha, pero también la capacidad de maniobrar con éxito, depende en gran medida del apoyo o del rechazo que reciban de sus poblaciones. La opinión pública se transforma, algunas veces, en la mesa de trabajo del carpintero: sobre ella se dan golpes de mensajes, se diseñan y realizan acontecimientos mediáticos, y acciones tendientes a desconcertar o a acariciar simbólicamente a quiénes creen y piensan de determinada manera.  Pero la comunicación estratégica también se dirige a los que toman decisiones en el más alto nivel de los gobiernos involucrados, o a los que están cerca de los que toman las decisiones e influyen en ellos. 

Imágenes y lenguaje. El consumo de las imágenes genera una especie de adicción por ellas. Hay mucha gente siguiendo la guerra por Twitter y por Telegram. La iconofobia,  el rechazo por ciertas imágenes, tiene como contracara la fascinación y la adicción por las imágenes. Y esto es aprovechado por la guerra y por sus comandantes. En Twitter hay videos explicativos sobre cómo utilizar los misiles antitanques británicos Javelin. En las imágenes se ven tropas ucranianas manipulando el sistema de misiles antitanque, que funcionan con blancos térmicos Las preguntas que me hago ante las imágenes son las siguientes: ¿serán realmente tropas ucranianas? ¿serán ucranianos? ¿serán misiles? ¿serán militares, o pueden ser actores? Las imágenes nos invaden y nos dan certezas que se transforman en dudas inmediatamente. Además, tenemos un freno bastante importante para comprender en tiempo real lo que sucede porque estamos lingüísticamente muy lejos de su lengua. El ruso y el ucraniano nos puede llegar a partir de una traducción en inglés, y por supuesto, en español. Sin embargo, esto no nos permite comprender muchas de las cosas que están sucediendo. 

El gran historiador británico John Keegan, después de escribir más de 400 páginas sobre historia de la inteligencia militar, concluyó que, aunque el manejo de la información puede tener sus ventajas, en la guerra no es determinante para ganar. Las guerras se ganan en la fricción del enfrentamiento físico. Sin embargo, también podemos decir que existe una ‘fricción comunicacional’: todos aquellos mensajes, textos, imágenes, actos que nos producen tensión, miedo, confusión, inseguridad, dudas, (y sus contrarios) a la hora de tomar decisiones, colaboran o perjudican a ciertos intereses. Los procesos simbólicos de comunicación se complementan con los procesos físicos de comunicación. Muy poco podemos hacer para intervenir en esta guerra comunicativa. Aunque tal vez, podremos colaborar en tanto no seamos tan manipulados, al ser un poco más conscientes de que somos parte del conflicto en medio de la constante diferencia entre ‘fantasía’ y ‘realidad’.

*Director de la Maestría en Gestión de la Comunicación, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.