El Balneario Municipal Costanera Sur –inaugurado en diciembre de 1918- fue el paseo ribereño por excelencia de los que no se podían ir a “la mar en coche”.
Veranear en las playas de Mar del Plata era, entonces, privilegio de unos pocos. Más de 15 mil personas por semana lo disfrutaban de forma totalmente gratuita.
Se hizo a todo trapo, con amplios jardines, importante farolas y maceteros de bronce importados de Francia.
Estaba recién llegada la Fuente Monumental Las Nereidas de Lola Mora, no como una decisión política de jerarquizar el lugar, sino como castigo a la escultora tucumana y sus impúdicas figuras de mármol semidesnudas.
El balneario contaba con duchas y 380 casillas individuales para poder cambiarse. No era tarea sencilla colocarse el traje de baño que pesaba casi tres kilos después del chapuzón.
El decoro era un atributo moral por lo que había que cuidar la pose y, seguramente, muchas jovencitas confeccionaban sus propias prendas porque estaba bien visto dominar las labores de la aguja. Que sepa coser, que sepa bordar…
Aunque cueste ceerlo, en el siglo XIX y los albores del XX, la gente se bañaba vestida. Las mujeres llegaban provistas de mantillas y sombrillas Así y todo, los hombres aprovechaban esta época del año admirar los “tobillos” de la mujer y airear sus locas fantasías.
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En el primer tercio del siglo pasado se empezaron a ver discretos trajes de baños de dos piezas, dejando atrás los vestidos marineros de zarga azul con cuellos y ribetes blancos (Dios nos libre).
Recién en 1946 surge el bikini moderno y hubo que esperar hasta la década del ‘60 para que apareciera la lycra. ¡Si volvieran a nacer aquellos muchachos que suspiraban al ver una pantorrilla, es probable que se infartaran al ver una cola-less o un topless a la europea!
Volviendo al Balneario Sur, por unos pocos pesos, hasta alquilaban toallones para que los visitantes pudieran darse una zambullida en el río.
Por desgracia para la muchachada, justo cuando las mallas dejaban al descubierto mas fragmentos de piel femenina, a la Costanera "la tapó el agua de la decadencia".
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Fue en la década del ‘50 y se afianzó en los ‘70 a partir de la Ordenanza Municipal N° 32.716 que decretó, por motivos de contaminación, la prohibición del ingreso al río.
Hoy, la zona es una enorme reserva natural. Las viejas postales de la “Bristol porteña" chapotean en el río de los recuerdos.