No tuve miedo, pese a que todo el mundo andaba armado hasta los dientes incluso algunas mujeres. De 45 los más, pero había de 38 e incluso 22. Calculé a ojo más armas que en cualquier villa que se precie de salvaje y narco.
Unas 5.000 armas portadas al cinto y todo bien pacífico, amable y fraterno. Es una Argentina que existe, pero fuera de las grandes urbes, de las crónicas periodísticas y hasta creo, de las encuestas “online” y “focus-groups” a por el sillón de Rivadavia. Quizás porque no sean tan pueblo como otros.
Hubo seca, pero nadie se perdía la fiesta. Nada de melancolía porteña y menos de reclamos por una lluvia de planes piqueteros.
Sí, Entre Ríos, sin ir más lejos. El clima era de encuentro, risa y fiesta. Los hombres de bombacha de vestir, camisa y pañuelo. Lagomarsinos de paño de ala ancha o boinas vasco-francesasy facón atravesado en la rastra. Nada de malevos borgianos buscando achurar a su enemigo mortal y menos de pendejos que te abren las tripas por un celular o porque sí.
Los jóvenes con cuellos Mao, bombachas más achupinadas y fajas coloridas. Alpargatas - ya no las bigotudas a lo Inodoro Pereyra- y facones de maniobrable moderación fálica.
Las mujeres se dividían, unas de bombachas y boina y otras más escotadas y hasta con pancitas al aire, de una belleza tranquila. Me encantó esa “intertextualidad”: menos relato y mucha risa.
Eso sí, los varones no se sacaban la boina. ¿No serían los famosos gauchos judíos de las colonias? Pero no. Todos los “gurisitos” y hasta los bebés, lo juro, tenían su boinita.
Esta gente no sabe de estampar una negativa, regalan un buen trato, que en las grandes ciudades sabemos agradecer como un bien escaso.
Crónica entrerriana en Urdinarraín
Urdinarrain es una preciosa y acogedora ciudad. No más de 13.000 habitantes, ningún barrio de chapa y pobreza. La escuela anuncia en una extensa pared: “Cuando yo sea grande, quiero haber sido un niño feliz”.
Me gusta, me gustan los docentes que sostienen eso y aman su oficio y a los niños. Comparable a la de una escuela rural en la sierra cordobesa: “Esta es la mejor escuela, porque venís vos”. Eso bien se llama ternura.
Más de doscientos caballos sin domar, fletes preciosos de mil pelajes, esperan su turno. Antes, algunos discursos en la cancha del polideportivo -breves y sobre todo apropiados -y el himno tocado a guitarra y acordeón, mientras los escolares alzan serios sus banderas, ante el mar de cabalgaduras y las tribunas rebosantes.
La gente lo canta con fervor, no como en mi ciudad, que se lo murmura cansino. Les significa. Quizás por eso de la libertad y la igualdad. O la gloria de amar su tierra y sentirse argentinos.
Se anuncia para la noche la jineteada. Hay dos pruebas y cientos de jinetes. De basto y encimera, los estribos permiten afirmarse y flotar sobre el caballo. O de crina: montar a pelo y apretarse contra el caballo. ¿Cuál más difícil? Varían las opiniones, pues se caen bastante en una y otra.
Comparto la única mesa en la vereda, de la panadería y confitería del centro - ¡las medialunas y las tortas fritas! - con dos jóvenes que vienen a montar. Me dicen que casi todos saben domar caballos, por lo cual esto les resulta un desafío divertido, un riesgo calculado y disfrutan del encuentro con la montonera de jinetes de toda la provincia y más allá. Saben de caerse, pero ninguno dejará de levantarse y salir airoso y altivo. Caerse y levantarse, bien quisiera eso para mi patria. Quizás los que gobiernan - todos los gobiernos- deban aprender de esta gente de palabra, donde el honor cuenta. Respetuosos y de preciosa amabilidad.
Muchos vienen de lejos a la Fiesta Provincial del Caballo y de gusto nomás. “Naides” obligado, ni “sanguches” y “cocas”, ni estipendio por trabajar de manifestante. Me preocupan los piadosos animalistas citadinos, que ya están imaginando la suspensión de las jineteadas por el bien del caballo y por desprecio al gaucho, como si supieran.
Ya lo lograron en el desfile y fiesta gaucha del día de la Virgen de Luján . El hombre de campo ama el caballo, sabe de domarlo y la jineteada es una mostración de destreza y valentía. Sí, arte. El caballo no sufre, nomás quiere sacarse de encima a su molesto jinete, que con no poca frecuencia sale volando y trepida contra el suelo, siempre que el equino no se le caiga encima o quede arrastrado del estribo.
El pueblo en Urdinarraín
A no distraerse, van entrando las numerosas agrupaciones tradicionalistas de toda la provincia. Más de mil quinientos caballos con sus aperos impecables y sus jinetes vestidos de fiesta. De fiesta gaucha. Las mujeres de a caballo casi superan a los hombres, pero nada cuotas: vocación y apertura.
Hay mujeres vestidas de bombachas, camisa y boina o sombrero de alas y otras cabalgan con sus amplios y largos vestidos de paisana, que se despliegan sobre las ancas del pingo. Una grata femineidad en unas y otras, aunque imagino a no sé cuál extensión obtusa del feminismo acérrimo, vacilar si cual más afectada por el “cisheteropatriarcado”.
Por qué Martín Fierro, un gaucho asesino y desertor, es el prototipo del argentino
Rara palabra que se esgrime como facón mellado. Quizás su contraria se entienda mejor: “transhomomatriarcado”. En fin, la lengua española no necesita de palabras tan raras como extensas, para hablar claro. ¿Qué te voy a contar? Le dejo el tema a los que saben…
Desfilan abuelos felices montando con sus cachorros, jóvenes llevando a su muchacha al anca, bien agarraditas, o será la prima nomás.
Señoras mayores, con sus trenzas cenicientas, llevan su edad con amor propio y honra. Hay alguna muchacha que desfila revisando el “wasá”: ¿será un muchacho que la procura? Flota en el aire la belleza que da el ser y hacer lo que se quiere e importa. Verás que la belleza reside en esa contentura.
¿Y el pueblo dónde está?
Ya la jineteada es acompañada por la aclamación, ante el peligro o la proeza, mientras el payador te la cuenta como un relator de fútbol. Los duelos de payadores, cada cual mas hábil y engañador, con esa improvisación poética que me resulta admirable. ¿Cómo lo logran? Poemas improvisados al toque, que se pierden en el mismo acto de crearlos. Sería un estilo propio de nuestra argentinidad, el único que faltaba en el abundante y generoso “Festival Internacional de Poesía ¡Ya!” en el CCK.
Siguen las montas, palenque uno, palenque dos y tres, hasta las cuatro de la mañana y nadie cedió un tranco en las gradas. Los niños se van dormitando en el regazo de sus papis y noto con aprecio, que ningún párvulo se les queja o les lloriquea. Nada más te puedo contar de la jineteada, hay que estar. El año que viene en enero, quién no te dice...
Vuelvo a las agrupaciones que desfilan, cada cual lleva la bandera argentina y la de su provincia. ¡Vieras los rostros alegres y orgullosos! Van entrando al ruedo hasta ocupar toda la cancha del polideportivo, para luego salir desfilando por la ciudad.
¿Quién es trabajador rural o hacendado, quién arrendatario, quién acopiador?
Todos ellos son los que producen lo que nos alimenta a los argentinos y lo que provee de las divisas que acrecientan el patrimonio nacional. Me resulta raro, pues esta gente de campo, no pueden ser el denostado y odioso enemigo de lo nacional y popular. Lo que me lleva a recordar ese cántico que supe entonar en mi juventudmilitante que, más que afirmación era -en su arrogante ignorancia y petulante narcicismo -apenas ingenua incertidumbre: “Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo adonde está?” Le contestaría a ese joven que fui y a otros tantos:
“¡Acá, muchachos! ¡Acá en Urdinarrain!”.