OPINIóN
Deuda

Cuando el silencio duele

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Fonoaudiología. Es una disciplina amplia, esencial y útil. | shutterstock

Miles de niños y niñas en Argentina esperan en silencio. No logran decir lo que sienten, lo que sueñan, lo que necesitan. Y no es porque no tengan nada para expresar, sino porque no encuentran a quien los escuche, los interprete, los guíe.

El acceso a la palabra –ese puente que nos conecta con los demás– no debería ser un privilegio. Es un derecho. Sin embargo, cada día que pasa sin diagnóstico ni tratamiento deja huellas profundas. Esta es la otra emergencia en salud infantil: la que no se ve, pero cambia vidas para siempre.

Santiago tiene 2 años y todavía no dice una sola palabra. Vive en una ciudad del oeste del Conurbano Bonaerense. Su neurólogo sospecha un cuadro de autismo: no responde a su nombre, no comprende consignas simples, no mantiene contacto visual y deambula sin rumbo. La indicación fue clara: necesita urgente un tratamiento fonoaudiológico. Pero sus padres llevan meses recorriendo consultorios sin conseguir un turno. La única opción que les ofrecieron fue una supuesta “auxiliar en fonoaudiología”, una figura que no existe legalmente en el sistema de salud. Tras seis meses sin avances, descubrieron que esa persona no tenía matrícula ni formación habilitante. El tiempo perdido puede ser irreversible.

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La historia de Santiago no es un caso aislado. A lo largo del país, cada vez más niños necesitan asistencia especializada para desarrollar el lenguaje y la comunicación. Y cada vez menos pueden acceder a ella.

En los últimos años, la cantidad de fonoaudiólogos en Argentina ha disminuido, mientras que la demanda crece sin pausa. En un mundo hiperconectado, donde la palabra es vínculo, aprendizaje e identidad, los trastornos del lenguaje se vuelven más visibles y complejos.

Rocío tiene 5 años. Vive en la zona norte del Conurbano y fue diagnosticada con un trastorno mixto del lenguaje. Le cuesta entender consignas, responder preguntas y formar oraciones. Desde hace dos años, sus padres intentan conseguir una fonoaudióloga. No han tenido suerte. El tiempo pasa, y Rocío no logra seguir el ritmo escolar. Sus vínculos sociales se deterioran. Su mundo, cada vez más, se reduce al silencio.

Mateo, de 6, está un poco más avanzado. Usa unas cincuenta palabras, puede formar frases mínimas. Fue diagnosticado con TDL a los 3 años, pero desde entonces asiste a sesiones grupales. La profesional a cargo tomó esta decisión para poder cubrir a más chicos. Sin embargo, las necesidades son tan dispares que el tratamiento termina siendo ineficaz. Mateo casi no ha progresado, y sus padres empiezan a perder la esperanza.

Martina, en cambio, necesita algo aún más urgente: tiene 3 años y una encefalopatía que le impide tragar con normalidad. Está en riesgo constante de broncoaspiración, una condición potencialmente mortal. Desde hace seis meses su mamá busca una fonoaudióloga capacitada en deglución. No la encuentra.

Historias como estas exponen una crisis silenciosa: la del acceso a tratamientos fonoaudiológicos de calidad. Cuando el lenguaje se demora o no aparece, todo se detiene: el juego, la escuela, los vínculos, la autonomía. La intervención temprana puede cambiar destinos. La falta de atención también.

Las vidas de Santiago, Rocío, Mateo y Martina ya no son lo que podrían haber sido si hubieran contado con profesionales y condiciones de atención adecuadas. En algunos casos, las secuelas podrían acompañarlos toda la vida.

En los últimos tres o cuatro años, se ha iniciado una campaña para visibilizar la importancia de la fonoaudiología. Esto ha impulsado un aumento en la cantidad de estudiantes y también en la oferta académica. Es un proceso alentador, aunque llevará tiempo. Con suerte, en el mediano plazo la situación podrá estabilizarse.

La Fonoaudiología es una disciplina amplia, esencial y profundamente útil para la sociedad. Debemos seguir trabajando por su difusión, por la formación especializada y por el “buen hacer” de quienes la ejercemos.

Y, sobre todo, debemos hacerlo por quienes aún no pueden pedir ayuda. Porque cada niño tiene derecho a ser escuchado. También –y especialmente– cuando todavía no puede hablar.

*Directora de la diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil de la Universidad Austral; coordinadora del área del Lenguaje del Hospital Universitario Austral.