OPINIóN

Diego Armando a Maradona

Diego, un rey moderno. De ampulosas irreverencias y reverencias hacia los centros de poder que lo interpelaban. Dueño de un reinado móvil, con capacidad para trasladarse y a la vez satelital. Colonizador donde fuera que vaya y colonizable (por mafiosos, jeques y dictadores). Una síntesis de la aporía. 

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UNA MULTITUD FUE A DESPEDIR A MARADONA A CASA ROSADA. //NA | NA

Ésta nota, siguiendo el estilo del representado, será un mosaico de pinceladas desordenadas y contradictorias. No esperen más.

Acerca de todo lo que se dijo de Maradona en estos días de recuerdo y luto, coincido con la mayoría de las opiniones, aunque no concuerdo conclusivamente con ninguna de ellas. 
Destaco sí, el profundo rechazo que me produjo advertir cómo, la mayoría de los periodistas, se regodeaban hablando de sus dos hijas reconocidas preguntándose como ellas organizarían el velorio, especulando por cómo se sentirían, etc., repitiendo la conducta negacionista del finado respecto de sus hijos no reconocidos (sólo aceptados por él luego de décadas) al ni siquiera mencionarlos en centenares de “coberturas” mediáticas.

Diego, un rey moderno. De ampulosas irreverencias y reverencias hacia los centros de poder que lo interpelaban. Dueño de un reinado móvil, con capacidad para trasladarse y a la vez satelital. Colonizador donde fuera que vaya y colonizable (por mafiosos, jeques y dictadores). Una síntesis de la aporía. 

La muerte de Maradona

¿Y la droga? ¿qué papel jugó? ¿lo ayudó? Sí, y claramente, no. Huelga abundar sobre los devastadores problemas de salud que una adicción acarrea. No hace falta ser experto en salud mental para advertir las desmejoras físicas y psíquicas que Diego padeció, y que, con el tiempo, se fueron pronunciando y agravando sin retorno. No obstante, en un comienzo, exento de recursos sofisticados, el consumo de cocaína para paliar las presiones de la kriptonita de la fama mundial, puede que haya logrado forjar -endurecer- al líder inescrutable en el que se convirtió (en el que se “armó” Armando) y terminó por delinear -en la otra cara de esa moneda neutra a la que se le atribuye inmenso valor- rasgos psicopáticos, derivando en un carisma implacable y sordo.
 
El final, una vía atropellada, derrotero.

Cuando hablamos del legado de figuras así, debemos separar dos cuestiones: una cosa es lo que generan, y otra es lo que dejan.

Sobre lo que generó, se trató de un fenómeno excepcional. Podría decirse, sin exagerar, que fue la persona más conocida del mundo en una época sin internet... Si en un gráfico de resonancia de toda su vida, observáramos su momento de mayor algidez, supongamos, una cumbre allá por el año 1986, no veríamos sólo un pico, sino una meseta que, con oscilaciones, ocupa casi medio siglo “en vida” de reconocimiento mundial. 

Pero famoso, puede ser Charles Manson o El príncipe Carlos. 
Su resonancia viene acompañada de algo más: afectación. 
El fútbol es una máquina lela de producir emociones. La emoción es la plasticola del recuerdo. Maradona “toca”. Deja un reguero de emocionalidad en millones de psiquismos. Quedó grabado a fuego en las huellas mnésicas de los aficionados.

Homenaje a Diego Maradona en Nápoles 20201130

En ese coctel de hambre, de angustia, de pobreza, de rebeldía, de entrenamiento, de audacia, de triunfos. De un talento inusitado -visual y objetivamente, sus movimientos en el campo de juego son bellos, estéticos-, Maradona tuvo la suerte de tener talento para el fútbol (el deporte más practicado, y transversal a todas clases sociales del orbe). Y de hacerlo en un país joven, como Argentina, que ansiaba con ambición desmedida símbolos urgentes de su propia identidad. Y pudo darle lo que quería: frases memorables que nos aglutinan, una copa del mundo y venganza por la guerra de Malvinas. Dicen que para el inconsciente, los simbólico y lo real son lo mismo.
Con el Nápoles -y sus necesidades coyunturales- hizo prácticamente lo mismo.

Sobre lo que deja... 
El más querido, muere desatendido. El más seguido, muere sólo. Deja un entorno enfrentado y pendientes postulantes a juicios por paternidad. Deja al equipo de salud que lo trataba, fragmentado, delegándose responsabilidades. Deja al Gobierno Nacional -con el cuál él comulgaba- teniendo que dar inexplicables explicaciones sobre cómo organiza un velorio multitudinario en plena pandemia mientras aconseja a todo “el pueblo” quedarse en sus casas y salir con barbijos y distanciados. Por la familia, por el trabajo, por miles de fundamentos críticos, no... por “Maradona”, sí. 
Por la salud, no más de diez, en un espacio abierto… por Maradona, alrededor de un millón, agolpadas.
Si hubiera un lugar dónde por ejemplaridad se debería cumplir el distanciamiento, ese lugar es la Casa Rosada, y sus alrededores. Dónde las madres de Plaza de Mayo...

Supe también, que ese día médicos y profesionales de la Salud, agobiados por las condiciones de trabajo, iban a marchar por un aumento en su salario y lo tuvieron que posponer. Durante horas, vi millares de rostros llorando desconsolados en el velorio del ídolo. Vi criaturas desconcertadas a las que subían peligrosamente a través de las rejas de la Casa de Gobierno, no para sacarlas, sino para entrarlas. Vi personas descompensadas. Reporteros con voz quebrada. Barras bravas. Gases lacrimógenos, parecieron por un momento atravesar la pantalla de tv, de improvisto me subió la emoción y lloré. Me entristeció la decadencia social figurativamente expuesta. Me apeno el humano rindiéndose a una emoción sin rumbo. Arrodillada la razón, gozando del sadismo de un afecto morboso.  

¿Cuándo será el día en que podamos unir con armonía afecto y razón? Al parecer, como diría Pappo, “queda mucho por hacer”. 

“Maradona”, el símbolo, hoy nos deja también la posibilidad de alumbrar y exponer con nitidez absoluta la profunda corrupción estructural de valores arraigados en una sociedad peligrosamente inmadura. En ese sentido, Diego también, y largamente, trasciende la destreza recreativa de un hombre con una pelota. 

“Y cuando uno de vosotros tropieza y cae, lo hace para precaver a aquellos que van detrás de él, como una advertencia contra la piedra del tropiezo. 
Sí, y cae por aquellos que van delante de él, quienes -aunque más ágiles y seguros de pie- no apartaron, sin embargo, la piedra del tropiezo”. Khalil Gibran (1923) “El Profeta”.
Que en paz descanses Diego.


(*) Por Mariano Marquevich
Twitter @llavemaestraok