Muchos conocemos la experiencia de ir a un consultorio médico con algo que nos preocupa y que al profesional que nos atiende parezca no darle trascendencia. No es la situación más repetida, pero a veces pasa y nos afecta. Por distintos motivos, esa persona en la que depositamos nuestra confianza no sabe, no puede o no quiere ponerse en nuestro lugar y a esa inquietud inicial le agrega bronca e impotencia. Bueno, algo parecido está pasando con muchos de nuestros líderes políticos.
Hay algo que muchos de los que ocupan o aspiran ocupar un cargo público aparentemente no comprenden y es el nivel de angustia que atraviesa buena parte de la sociedad. En una pandemia son millones los que sufren a diario sus consecuencias físicas, mentales, económicas y sociales, como para encima tener que recibir el destrato que le aplican quienes debieran aportarle calma y soluciones. Voy a ser mínimamente autoreferencial, para no sonar a simple comentarista. Da la sensación de que no tienen idea de lo que siente un padre que tiene a sus hijos aislados por Covid, de la impotencia que da no estar al lado para ayudarlos a pasar esta horrible enfermedad. No saben lo que es no poder hablarles en la misma casa, aunque sea detrás de una puerta.
Hay una parte de la política que todavía no comprende que mientras batallan por tal o cual vacuna, a una madre le está llegando a su celular el audio de su hijo que respira como puede o la foto que retrata un instante de su enorme malestar. Ignoran que cuando dicen que los distritos con clases “juegan con fuego y el fuego va a quemar a la gente” hay alguien del otro lado que no puede abrazar o despedir a un familiar o a un amigo al que no le aportan consuelo. Es difícil que alguien que no tiene corazón entienda lo que es tenerlo explotado.
En campañas electorales pueden florecer los más histriónicos y creativos, los más estudiosos, los que tienen mil soluciones o los que creen que hace falta sólo una cosa para enderezar el rumbo, pero difícilmente aparezcan los sensibles. Estos, a los que tapa la grieta, créanme, son indispensables. Porque, en definitiva, qué tan preparado estás para ocupar un cargo público si no tenés noción de lo que le pasa a los demás, si no percibís que con tus palabras profundizás angustias. En breve vamos a las urnas y también debemos preguntarnos si está capacitado para gobernar o legislar alguien que no empatiza con el dolor.
En breve vamos a las urnas y también debemos preguntarnos si está capacitado para gobernar o legislar alguien que no empatiza con el dolor
Ojalá entiendan que no hay más tiempo para mezquindades. La empatía no se desarrolla de la noche a la mañana, no se compra, no la enseña un prestigioso gurú asesor, no se transmite con hashtags ni gritando desde un atril, y siempre es la mejor respuesta para abordar un problema. Vaya, como ejemplo para cerrar esta nota, la experiencia de Satya Nadella. Este ingeniero informático nacido en la India hace 53 años tuvo en 1992 una entrevista de ocho horas con gente de Microsoft. Al final de la misma le preguntaron qué haría si ve a un bebé solo llorar en la calle. Nadella quiso mostrarse resolutivo y dijo: “Llamo al 911”, a lo que su potencial empleador respondió: “Cuando veas a un bebé en la calle recógelo y abrázalo”. Por suerte para él, la empresa lo contrató y hoy es su CEO, pero antes de conducir a la compañía tuvo que trabajar mucho en su idea de empatía.
Hoy la sociedad necesita más que nunca de abrazos y de la certeza de que vamos a salir mejor, todos juntos. Ojalá quienes apuestan por las tensiones lo entiendan.
*Director General del Centro Cultural General San Martín.