La noticia se presentó así: Las provincias acuerdan que no haya repitencia en este año escolar. El chat de profesores estalla. Los alumnos comentan “ya fue.. ahora no se hace nada.”
Desde el inicio de esta pandemia los educadores han venido sorteando esta tormenta con sus mejores herramientas, han incorporado nuevos saberes, han modificado sus maneras de enseñar y fueron aprendiendo en la experiencia. Pero para llevar ese barco a buen puerto hay que calibrar la brújula y apuntar hacia donde deseo ir. Y este año la brújula apunta a un norte diferente.
Apunta a hacer foco en los procesos, a desarrollar habilidades que nos permitan volver a una escuela transformada. ¿Cómo llegamos a acreditar esos “saberes”? ¿Cómo responsabilizar al alumno de este proceso? ¿Cómo evaluarlo? El problema emerge cuando pensamos que la evaluación es pareja de baile de la calificación.
Para eso debemos pensar fuera de la caja. Nos urge ver más allá de los contenidos resultadistas de un examen. Una escuela ágil trabaja en células conformadas por equipos docentes donde desarrollan, de manera colaborativa, los aspectos a valorar y evaluar para cada área.
Entonces la invitación es ver más allá de los contenidos y preguntarse ¿Qué habilidades queremos desarrollar? ¿Cuáles son las competencias individuales que esperamos en cada alumno?
Hoy más que nunca nos interpela la verdadera tarea de hacer que los alumnos quieran aprender. No por la nota, no por obligación, sino porque a partir de esos aprendizajes su mundo se expande. Para ello debemos convertir a esos aprendizajes en significativos, relacionados con su mundo. Siempre hay posibilidades de crear nuevas oportunidades, sólo hay que generarlas.
Se dice que entre tu problema y el mío hay una conversación de distancia ¿Qué conversaciones debemos generar con nuestros alumnos? ¿qué puedo hacer yo para que esto cambie?
Para que todo esto suceda debemos calibrar la brújula. Porque cuando hay un por qué no importan el cómo.
*Coach Educativo. Consultora Creando Puentes.
