OPINIóN
HISTORIA

Edmundo O'Gorman, hombre de mundo

La vida de un gran historiador, filósofo, escritor y abogado. Los libros aplaudidos por la crítica y su visión sobre Cristóbal Colón.

Edmundo O'Gorman
Edmundo O'Gorman. | imer.mx

“Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia solo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo, como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete del destino inexorable”.

 

Historiador, filósofo, escritor y abogado, elegante en maneras, vestir y  hablar, Edmundo O’Gorman no podía ser menos que un hombre de mundo porque, como dijo el maestro Gaos alguna vez, si no se es hombre de mundo, no se puede ser un gran historiador.

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Abogado de sombrero, bastón flor en el ojal del saco, hasta que se cansó de las leyes y de la clientela, su vida profesional dio un vuelco a partir de sus primeros pasos en el Archivo Histórico de la Nación.

En una habitación en penumbra, se refirió a su tarea docente en varias universidades del país, instituciones académicas nacionales y extranjeras, miembro fundador de los institutos mexicano-norteamericano y anglo-americano de cultura, y a algunas de sus publicaciones.

Consultado sobre su labor en el Boletín del Archivo Histórico de la Nación, responde que lo que hizo fue “publicar textos de poetas del siglo XVI para satisfacer a los interesados en la historia de la literatura; aportar información novedosa a la historia de la filosofía, de la medicina, de la historia social y de las mentalidades; y traducir obras que me parecían valiosas, “Teoría de los sentimientos morales” de Adam Smith y “Idea de la historia” de R. G. Collingwood, entre otras.”

Acerca de la relación entre la verdad histórica y el historiador, afirmó que la verdad de la historia no se encuentra en un documento, en un testimonio, tampoco en un libro, pero sí está en lo que se piensa sobre ellos y lo que se piensa lo piensa alguien.

“Yo, Edmundo O´Gorman, tengo que pensar por mi cuenta y riesgo y ahí está el subjetivimo, inevitable por cierto. Por eso tan simple la historia es una tarea inacabable. Una generación, si tiene suerte, tiene uno o dos puntos de vista, a veces opuestos, pero basta que pase un poco de tiempo para que el mismo testimonio, sin quitarle una coma, diga otra cosa.”

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Ha publicado los siguientes libros: “Fundamentos de la historia de América (1942); “Crisis y porvenir de la ciencia histórica” (1947); “La idea del descubrimiento de América (1951); “La invención de América” (1958), traducido al inglés por la Universidad de Indiana; “La supervivencia política novohispana” (1969); “Destierro en sombras” (1986) y “México, el trauma de su historia” (1986)

Haciendo honor a la justicia, la Universidad Nacional de México (UNAM) le otorgó el rango de Profesor Emérito, concedido por primera vez a un catedrático del Departamento de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras.

Los libros claves del historiador

Considerados por la crítica los dos libros fundamentales de O´Gorman: “La idea del descubrimiento de América” y “La invención de América”, fue este último el que levantó más polvareda, que empieza de una manera muy original: “Cuando Cristóbal Colón, tan cansado como alegre, daba gracias al Santísimo por haber desembarcado en una isla cercana a Japón, fue sorprendido por una América feliz, diciéndole: ¡Por fin alguien vino a descubrirme! (…)

Cristóbal Colón
"Cuando se nos asegura que Colón descubrió a América no se trata de un hecho, sino meramente de la interpretación de un hecho".

Empecemos por justificar nuestro escepticismo, mostrando por qué motivo es lícito suscitar una duda al parecer tan extravagante –piensa O’Gorman-. La tesis es ésta: que al llegar Colón el 12 de octubre de 1492 a una pequeña isla que él creyó pertenecía a un archipiélago adyacente al Japón fue como descubrió a América. Bien, pero preguntemos si eso fue en verdad lo que él, Colón, hizo o si eso es lo que ahora se dice que hizo. Es obvio que se trata de lo segundo y no de lo primero. Este planteamiento es decisivo, porque revela de inmediato que cuando los historiadores afirman que América fue descubierta por Colón no describen un hecho de suyo evidente, sino que nos ofrecen la manera en que, según ellos, debe entenderse un hecho evidentemente muy distinto: es claro, en efecto, que no es lo mismo llegar a una isla que se cree cercana al Japón que revelar la existencia de un continente de la cual, por otra parte, nadie podía tener entonces ni la menor sospecha. En suma, se ve que no se trata de lo que se sabe documentalmente que aconteció, sino de una idea acerca de lo que se sabe que aconteció. Dicho de otro modo, que cuando se nos asegura que Colón descubrió a América no se trata de un hecho, sino meramente de la interpretación de un hecho. (…)

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“Vean ustedes, -dirigiéndose a Agustín Granados y a mí- existe al respecto, una curiosa paradoja o como quieran llamarle: Colón salió a probar que existía un continente austral desconocido y regresó con la idea de que todo era Asia; Vespucio salió a comprobar que todo era Asia y volvió con la idea de que había un continente austral desconocido.

Ocupándose de una América inventora de la papaya, el maíz, la mezclilla y la democracia, donde la historia aplicada de paso a una historia de libertad, O´Gorman suma argumentos cargados de matices y con diversas perspectivas.

“No lo olviden, señores, nos dice al abandonar su casa, el historiador es aquél a quien se le ha encomendado la tarea de disculpar ante sus contemporáneos la manera de vida de las generaciones pasadas. Su misión consiste en dar explicaciones por los muertos, no regañarlos.”

¿Nos faltaba algo más para rematar esa mañana espléndida en el exclusivo barrio de San Ángel?