Si algo caracterizó el proyecto de un mundo socialista, fue la aspiración, la búsqueda, de la realización humana a través de la libertad. El arte florecería alimentado por la creación liberadora que había sido sojuzgada por el capitalismo. La cultura, entendida como la expansión del conocimiento para toda la humanidad, garantizaba el espíritu crítico de la sociedad y valorizaba al individuo y su capacidad de imaginación creativa en el mundo. El acceso a la cultura de todos los seres humanos sería la llave de entrada a un nuevo universo.
Rusia. La Revolución de Octubre en Rusia fue la primera voz de alarma. Y no fue Stalin el autor. Aunque la historiografía intentó disimular a Lenin y Trotsky de la mácula del autoritarismo cultural, ambos dieron los primeros pasos para abrir las puertas de la dictadura sobre el arte y el pensamiento crítico. Pasar del pensamiento crítico al pensamiento único fue apenas un suspiro.
“No puedo escuchar a Beethoven porque su música me impulsa a acariciar las cabezas. Y este es el momento de golpear en esas cabezas sin piedad alguna”, escribió Lenin a Gorky, transparentando su concepción acerca del peligro que representaba esa energía inasible que es la creación musical. Trotsky sostuvo lo mismo cuando describió a las poetas Anna Ajmátova y Marina Tsvetaieva como dos señoras que debían consultar al ginecólogo por sus escritos románticos.
Ya se sabe qué ocurre cuando se abren las compuertas del demonio: el que entra es el demonio. En este caso fue Stalin el que siguió los consejos de sus mentores: fueron fusilados o murieron en campos de concentración Isaak Babel, Vsievolod Meyerhold, Boris Pilniak, Osip Mandelstam y cientos de intelectuales más. Tsvetaieva, Serguei Esenin y Vladimir Mayakovsky les ahorraron balas a los represores. Se suicidaron.
La prohibición de Beethoven, Mozart y Tchaikovsky por el presidente Mao en China, que desdeñaba las composiciones de esos autores por reaccionarias, continuó con la tradición anticultural iniciada en la Unión Soviética. Cientos (¿miles?) de intelectuales y artistas fueron fusilados o masacrados públicamente durante la Revolución Cultural.
¿Es que tiene que ser siempre así?
Las experiencias en las revoluciones triunfantes demuestran que la libertad de expresión, tanto en el arte como en otros órdenes de la vida, es intolerable para los regímenes comunistas y populistas. El espíritu crítico que anida en el alma de la manifestación cultural es considerado como una amenaza a los poderes autocráticos. Las consecuencias son el espionaje, la delación, la cárcel y en los casos más extremos, ya mencionados, el asesinato o el confinamiento en campos de concentración.
Cuba. Hoy es Cuba. Aunque todo se haya iniciado varias décadas atrás, cuando Guillermo Cabrera Infante, que ya había emigrado, fue prácticamente borrado de la lista de escritores. Lo mismo ocurrió con José Lezama Lima o Virgilio Piñera, escritores que permanecieron en el país y que fueron virtualmente silenciados.
Es notable cómo los dictadores de la izquierda, históricamente, le han temido al arte. Poetas, escritores, pintores, dramaturgos son considerados enemigos. Ese miedo los hermana con los dictadores de la derecha; el caudillo español Franco reprimió con el mismo desenfado que Fidel Castro, Mao o Stalin: García Lorca y tantos otros fueron silenciados. Las diferencias ideológicas se borran cuando se trata de censurar un libro, una pintura, una pieza teatral o un poema.
El arte es peligroso porque despliega la inteligencia, despierta interrogaciones en el pensamiento de los ciudadanos que los gobiernos prefieren mantener ocultas.
El luminoso futuro comunista que prometió la Revolución Cubana y que entusiasmó durante los años 60 a casi todo el continente americano ha desaparecido hace rato del horizonte. Luego de más de seis décadas ininterrumpidas de dictadura, es posible reconfirmar que el régimen está en un callejón sin salida. Arrinconada por la realidad, la casta dirigente no puede permitir que ese castillo de naipes se derrumbe, porque si lo hace también caen sus privilegios; recurre entonces a acallar toda voz disidente. Y son precisamente los artistas los principales contestatarios que habitan un presente gris, sin esperanzas. A menos que exalte los llamados logros de la revolución, la obra es reprimida una y otra vez.
Al día de hoy, trescientos artistas del grupo San Isidro luchan porque su voz sea dejada en libertad. Afortunadamente, la tecnología ha perforado los muros de hierro que impiden que trascienda su protesta. El mundo los está escuchando.
Salvo en Argentina, donde los organismos de derechos humanos miran hacia otro lado; obstinados, creen que quien desafía al gobierno cubano pertenece naturalmente al bando enemigo. Continúan admirando un modelo autoritario que, sin dudas, desearían imponer en estas tierras. Ideología fatua.
Acaba de culminar el VIII Congreso del Partido Comunista Cubano. Sin la presencia de un Castro, ¿sus continuadores repetirán las mismas fórmulas que llevaron a Cuba al fracaso? Pongo a prueba un moderado optimismo y quiero creer que una nueva camada de jóvenes advierta que ya es hora de modificar el modelo.
*Escritor y periodista.