OPINIóN
Reflexiones

El crimen de la guerra

La paz es una virtud del alma y si logra sellarse en sociedad, sólo es posible con un otro considerado enemigo. Escuchar podría ser la clave para recuperar esa paz, resquebrajada en varias sociedades e incluso en el mundo.

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Juan Bautista Alberdi tituló con estas palabras lo que escribió en el exilio sobre la guerra de la Triple Alianza: Argentina, Brasil y Uruguay, contra el Paraguay industrializado y con vías férreas en la segunda mitad del siglo XIX. El autor de las Bases la calificó como la guerra de la Triple Infamia, que asesinó lo mejor de las juventudes de los contendientes y destruyó casi totalmente al país vecino y a su población masculina.

La defensa del país vencido que hiciera este tucumano insigne, tan mal citado últimamente, le valió la condena de la historia oficial argentina y un exilio eterno que como relató García Hamilton en su biografía: Memorias de un ausente, terminaría con su vida en un hospital de París, sólo y en la más absoluta miseria.

Así paga la guerra a quienes se atreven a levantar su voz contra ese monstruo que pisa fuerte, como cantara nuestro León Gieco y arrasa sin piedad a los pueblos.

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Albert Einstein en el período que transcurriera entre las dos grandes conflagraciones del siglo XX, le preguntó a Sigmund Freud sobre la posibilidad de terminar con este asesinato institucionalizado.

La respuesta del maestro vienés, que murió también en el exilio, le hizo notar que si bien la entonces Liga de las Naciones podría establecer un cuerpo de Paz, él estaba trabajando en la teoría de las dos pulsiones, la de vida, vinculada con el amor, la alegría y la amistad, y la de muerte, vinculada con la guerra, el suicidio y el crimen, que definiera como auto agresiva y agresiva hacia los demás humanos.

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Ya finalizada la Segunda Gran Guerra, se produce en la India el asesinato del Mahatma Gandhi, que los últimos 15 días de su vida había trabajado incansablemente para evitar el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes, fomentado por los ingleses al producir la división étnica del territorio, o sea, al partir el gran subcontinente indio en dos países: la India y Pakistán.

El Mahatma cuya divisa era: “Digo lo que pienso y hago lo que digo”, fue ultimado por un fanático hindú que no lo consideraba suficientemente indio y este ser excepcional, cayó muerto a los pies de su agresor juntando sus manos, o sea bendiciendo a su asesino, con esa suprema comprensión del corazón budista, que habla de la infinita compasión hacia todos los seres vivos.

En ese momento se encontraba en la India ese enorme pensador que era Jiddu Krishnamurti, que se preguntaba por qué la vida humana no era sagrada en la Tierra; pero al inquirirle a sus connacionales sobre la absurda muerte de Gandhi, les contestó en la línea de la respuesta freudiana: “Pregúntense sobre vuestra violencia cotidiana”. A su vez Krishnamurti le respondería al jesuita Carlos Vallés, Profesor de Matemáticas en esa misma India, que podría resumir quizás toda su enseñanza, en una sola palabra: “Escuchar”.

Ya en 1960 y al dejar la Presidencia de los EEUU, el Gral. Eisenhower, que fue comandante supremo de las fuerzas Aliadas francesas, norteamericanas, inglesas y rusas en la Segunda Guerra Mundial contra el Eje alemán, italiano y japonés, advirtió en un documental editado por sus hijos, sobre el complejo industrial militar naciente que iba a determinar las grandes políticas del Norte y a fabricar guerras.

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Su sucesor John Fitzgerald Kennedy, junto con su hermano Robert, pudo evitar lo que hubiera sido la Tercera Gran Guerra; en este caso nuclear con Rusia, al sacar los misiles norteamericanos de Turquía y permitir de esa manera que Nikita Kruschev, el mandatario ruso, retirara los suyos del suelo cubano.

Y al finalizar la crisis el Presidente Kennedy pronunció estas históricas palabras: “Finalmente respiramos el mismo aire, tomamos la misma agua y queremos que nuestros hijos crezcan, se eduquen y tengan una vida feliz”.
Pero Paul Auster, el notable novelista neoyorquino advierte que los asesinatos sucesivos de los líderes afroamericanos Malcom X y Martín Luther King y de los hermanos Kennedy, ejemplifican un baño de sangre que no cesa, en la tierra de Edgar Allan Poe y Mark Twain.

Tanto es así que 22 seres humanos han sido asesinados en los EEUU por un tirador solitario, además de múltiples heridos.
Mientras, en la Argentina existe un candidato presidencial en el ballotaje, que avanza con la insólita pretensión de la libre portación de armas, pese al terrible ejemplo yankee.

Y aquí surge el factor señalado por el Gral. Eisenhower, que son las fábricas de armas multiplicadas en los países del Norte y señaladas en un magistral film de Nicolás Cage, titulado El señor de la guerra, que habla del mercado negro de la Muerte.

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Otros films norteamericanos como La delgada línea roja y las dos películas de Clint Eastwood, sobre la guerra de las islas del Pacífico, vistas desde la mirada estadounidense y la visión japonesa, muestran también este inmenso dolor humano.

Y en el Medio Oriente conflictivo de estas últimas semanas, cabe señalar los asesinatos ya lejanos de Anwar Al Sadat, el mandatario egipcio, que se atrevió a visitar Israel, muerto por un hermano musulmán y el de Itzak Rabin, el mártir judío, que sostenía que “la Paz se hace con el enemigo”, asesinado por un fanático israelí.

Y desde ese allá lejos y hace tiempo no hay conversaciones de Paz en Medio Oriente, ni mediadores eficaces que sostengan la necesidad de una seria negociación sobre este conflicto, que se arrastra desde la finalización de la segunda Gran Guerra.
Luego de la invasión rusa a Ucrania, hay entonces en estos momentos, por lo menos, dos guerras en curso que despiertan la atención mundial, con la posibilidad cierta de convertirse en nucleares si alguien se equivoca.

Y el invierno nuclear subsiguiente podría significar la sexta extinción en el Planeta Tierra, la de nuestra especie, que parece más preocupada por consumir y portar armas en este ultra neoliberalismo rampante, que, por el calentamiento global, que, como los conflictos en curso, sigue fabricando migrantes en el mundo entero.

Baruch Spinoza sostenía en el siglo XVII que “la Paz no es la ausencia de guerra sino una virtud del Alma”. Y Krishnamurti, en el siglo XX la posibilidad de “Escuchar”.

Tratemos de recordarlos y mientras tanto, como decía Bertrand Russell “No creamos en ningún tipo de propaganda”, si sólo sirven para seguir vendiendo armas.