OPINIóN

El inconformismo de los formatos

Aceptar que hemos perdido el paraíso tal vez nos haga pensar en nosotros como colectividad, en que estar condicionados no es lo mismo que estar determinados, en que la política tiene el reto de imaginar las respuestas y encontrar las fortalezas para enfrentar unas fuerzas tan brutales que no pueden ser consideradas en el marco de las viejas ideas.

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Imagen ilustrativa | NA

La irrupción del capitalismo como forma de organización de la producción y de parte significativa de la humanidad, trayendo de su mano a la Edad Contemporánea –según algunas escuelas historiográficas–, se materializó a partir de la invención de la máquina de vapor, que revolucionó la producción, aumentando su escala y dando origen a las clases obrera y burguesa. La burguesía, antítesis de la aristocracia derrocada, tuvo un rol relevante en la Revolución Francesa y en la Industrial contigua, cuando aparecieron actores con poder financiero y determinación para aunar sus objetivos económicos con los políticos.

Desde que usaba pantalones cortos, el capitalismo ha sido considerado con distintas ópticas y múltiples formatos: a partir de la no intervención del Estado en el mercado (liberalismo), de la postulación como nueva etapa de la revolución proletaria y el socialismo (marxismo), de la expansión de la política fiscal y la regulación del mercado (keynesianismo), de la coronación del libre mercado como el mejor mecanismo para asignar los recursos y promover el crecimiento (neoliberalismo). La caracterización ideológica de cada una de esas vertientes ha ocasionado el fenómeno político inevitable y atropellado de preferir embestir en tropel contra los pensamientos no compartidos, y lateralizar el análisis de las fases predominantes del capitalismo y de su futuro.

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A partir del año 1800, la riqueza y la renta per cápita se multiplicaron como no lo habían hecho nunca en la historia. El nivel de vida de los pueblos experimentó un crecimiento sostenido. Ningún economista clásico había avizorado este comportamiento, ni siquiera como una posibilidad teórica, según lo afirmó el premio Nobel Robert Lucas, uno de los creadores de la teoría de las expectativas racionales. Transcurridos los años, las cifras de hoy concluyen en una frase que no es fácil de olvidar: “tengo malas noticias”.

La fase actual del capitalismo global monopólico muestra fatiga de material y es propulsada con un plan de vuelo temerario. Entre tantos, me interesa remarcar estos aspectos: el predominio de la actividad financiera por sobre la economía real; el aumento en la concentración del capital y la inequitativa distribución de la renta; la estructuración del mercado de la tecnología en pocos agentes económicos; el deterioro del medio ambiente (lo que nos refresca la reflexión de Nicanor Parra: “¡Buenas noticias! La Tierra se recuperará en un millón de años: somos nosotros los que desapareceremos”).

Desde mi punto de vista es inevitable un cambio de fase, que estará precedido por conflictos geopolíticos con repercusiones domésticas portentosas, donde algunas frases que se repiten diariamente perderán no ya fuerza operativa, sino directamente significado.

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La fatiga de material se advierte en:

a) si la economía financiera es la que se ocupa de los mercados, las inversiones, los créditos y los instrumentos financieros, y la economía real es la que se refiere a la producción, el consumo, el empleo y el ingreso de bienes y servicios, el valor de los activos financieros globales –según el modo en que se lo mida– es entre 3 y 10 veces mayor que el producto interno bruto mundial. Lo triplique o lo decuplique, esto señala una financiarización irreversible de esta fase del capitalismo; 

b) para no repetir las cifras más meneadas, en 2021 la Reserva Federal norteamericana dio a conocer una fusión bancaria más de las 4.506 aprobadas a lo largo de16 años. Escribe Mónica Peralta Ramos que entre 1999 y 2022 el número de bancos e instituciones financieras con garantía oficial de los depósitos se redujo en un 54%, y que la concentración financiera es mayor si se considera que en septiembre de 2022 sólo cuatro megabancos poseían el 39% del total de los 23.6 billones (trillions) de dólares de activos pertenecientes a los 4.674 bancos y entidades financieras con garantía oficial de los depósitos. Es decir: el 0,08% de las entidades financieras controla hoy al 39% de los activos; 

c) al estar concentrado el desarrollo tecnológico en pocas empresas de países privilegiados, la enorme masa de capitales derivada de sus actividades ha seguido el criterio predominante del mercado: luego de un 2022 mezquino, en 2023 los gigantes como Microsoft y Apple emprendieron un rally que no cesa. El índice que agrupa a los 10 gigantes tecnológicos norteamericanos, el NYSE FAANG, se recuperó de las pérdidas registradas el año pasado (-40%) y con un alza del 74,2% en lo que va de 2023, se aproxima a los máximos registrados en noviembre de 2021; 

d) en los últimos 150 años, el proceso de industrialización, al que se han sumado la deforestación y la agricultura a gran escala, han producido el aumento de los gases de efecto invernadero hasta niveles jamás experimentados en tres millones de años. En los últimos 30 años, y como consecuencia de la quema de combustibles fósiles, ha sido emitida más de la mitad del CO2 expulsado a la atmósfera. En ese lapso, el rol desempeñado por las grandes potencias es inocultable. Enfermedades, seguridad alimentaria, migraciones, deterioro del equilibrio. En India, una elevación de apenas un metro en el nivel del mar por el derretimiento de los hielos obligaría a desplazar a 40 millones de personas. Esto es, el cambio climático tiene una decisiva dimensión geopolítica y países no responsables del fenómeno sufren sus consecuencias.

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Este malestar en los formatos que adopta el capitalismo interpela a la política, que en algunos casos corre de la cuarta al pértigo. No tiene sentido seguir diciendo que debido a Vaca Muerta Argentina tiene gas para 300 años, porque el gas también es un combustible fósil, aunque “blando”; mejor es hablar de un recurso para la transición energética. Tampoco confiar en la riqueza del litio. Así como el caucho natural se extrajo de la Hevea brasiliensis y durante muchos años fue fuente de fiebre y de prosperidad, el sintético lo desplazó y dejó ruinas donde había lozanía. Se ha empezado a desarrollar una nueva batería de ion-sodio, que se recarga hasta el 80% de su capacidad en 15 minutos, promete una alta densidad de energía, y una buena estabilidad térmica. Tampoco seguir creyendo que la posibilidad de elegir entre comprar (o vender) a China o a los Estados Unidos durará: esa alternativa que considera nuestros intereses deberá ser inteligente y duramente trabajada. Las integraciones con solidez institucional son caras, largas y requieren liderazgo; basta ver lo que brindan a los pobladores las instituciones que ya tenemos. Debemos unirnos los que somos más vulnerables con lazos más flexibles.

Nadie nos esperará. El tiempo es más veloz que nunca. Tendremos que luchar contra la complejidad. Encontrar un sabio balance entre facilitar cambios perentorios y prevenir catástrofes. Tener voluntad de luchar, sin la cual el gobierno no es poder. Doblar el ciclo de indicadores económicos que rompe la imagen que la sociedad tenía de sí misma y lastima la autoestima. Aprender a vivir en la multipolaridad sin biberones y sin llorar para poder mamar. Esa es la exigencia que tiene en frente la política argentina. Esfuerzo bien distribuido, paciencia, inteligencia, honestidad y no creer en los atajos. No habrá atajos, nada será fácil.

Para los aborígenes que hablan en titulares, una mala noticia: el Estado norteamericano pareciera estar adoptando un nuevo formato para su economía, lo que implica aceptar en todo o en parte el panorama hasta aquí desarrollado. Del Reino de las Finanzas al Predio Industrial. El mercado será desplazado por el Estado, que asignará recursos a sectores de importancia estratégica para la “resiliencia” de la economía y “la seguridad nacional”. Quienes aprendieron el Consenso de Washington de memoria, para defenestrarlo y atacar a otros, o para defenderlo como manual de teología sistemática, en adelante deberán hacer un enorme esfuerzo. Si les preocupa la coherencia, dirán que cuando dijeron “x”, en realidad querían decir “y”. Y a quienes no (la mayoría), oficiarán maitines, como si siempre hubieran dicho lo mismo. Es el problema que trae recitar sin haber escrito una palabra.

¿Qué con este panorama todo es cuesta arriba? Desde ya, pero nadie en su sano juicio podía haber pensado en otra cosa. Borges escribió que: “Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.” Aceptar que hemos perdido el paraíso tal vez nos haga pensar en nosotros como colectividad, en que estar condicionados no es lo mismo que estar determinados, en que la política tiene el reto de imaginar las respuestas y encontrar las fortalezas para enfrentar unas fuerzas tan brutales que no pueden ser consideradas en el marco de las viejas ideas.