Por primera vez en dos décadas, sus nombres no aparecerán en boleta electoral alguna. Se corrieron, o fueron corridos, de la centralidad de las fuerzas que parieron y lideraron. Y como novedad coincidente, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri lucen fantasmales en esta campaña. Están, pero casi no aparecen.
La vicepresidenta apenas participó de tres actos junto a Sergio Massa desde el cierre de listas. En todos los casos, cerrados a un puñado de funcionarios y dirigentes. Sin público ni militancia.
Podría resultar curiosa esta distancia de CFK, siendo que ella fue clave para entronizar a Massa como forma de eliminar la disputa que se había planteado entre Wado de Pedro y Daniel Scioli. En particular, porque asumió mejor que nadie el ruido que hizo en el kirchnerismo semejante decisión: había que convencer a la tropa propia. Así contextualizó su incontinencia para explicar inusualmente las negociaciones por la definición de las candidaturas.
Cerca de la vice consideran que la fidelización del voto K hacia el ministro-candidato es más una tarea de la dirigencia y del propio Massa. Además, según argumentan, Cristina evita explicitar de manera acentuada su respaldo ante la puja desigual con Juan Grabois, por el que siente un afecto especial.
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En otros sectores de Unión por la Patria prefieren quedarse con la idea de que es pragmatismo puro. Grabois expresa al kirchnerismo duro y su presencia en la PASO es una manera de contener la posible fuga de sufragios hacia la izquierda.
Hay que recordar que la candidatura de Grabois sólo se explica desde el visto bueno del kirchnerismo, que le permitió (para disgusto de Massa) que colgara en todo el país el resto de las listas de UxP. Eso se le había prohibido a Scioli y a su principal patrocinante político, Alberto Fernández.
Esta piedra K en el zapato de Massa se convierte en un granito de arena en comparación con el conveniente silencio de Cristina, y de La Cámpora & Cía, en relación a las medidas lanzadas en nombre de los acuerdos del jefe del Palacio de Hacienda con el FMI. Bondades de campaña.
Acaso esta lejanía cristinista se revea después de las primarias, cuando ya quede consagrado Massa como el candidato único del oficialismo. O tal vez no: CFK les viene insistiendo a los suyos que deben hacerse cargo y no seguir a la espera de lo que ella diga o haga. Se ve que es difícil. Hasta su hijo Máximo sostuvo en público que esperaba que su madre participara más de este tiempo preelectoral, pese a que en privado reclama “no la jodan más”.
Algunos gobernadores y dirigentes con acceso a Massa creen, sin embargo, que la vice se involucra poco porque ya obtuvo lo que buscaba: llenó las listas legislativas, sobre todo las de la provincia de Buenos Aires, con gente que en teoría le resultaría leal. Es su forma de encarar la hipótesis probable de derrota.
Al respecto y por lo bajo, ya hay quejas y devoluciones. Uno de esos vueltos serían las dificultades de la vice para lograr que el Senado apruebe nombramientos judiciales, entre ellos el de la camarista Ana Figueroa, que debería jubilarse. La magistrada es clave en la sala de Casación que debe decidir reabrir o no la causa Hotesur, donde además de Cristina están involucrados sus hijos Máximo y Florencia. Sin poder suficiente en el próximo Congreso, el futuro asoma más sombrío.
De dueño a socio minoritario. Macri atraviesa otro tipo de ocaso, el que le tratan de imponer. Imaginó en secreto un “operativo clamor” que lo llevara a su segundo tiempo en la Casa Rosada. Luego apostó a ser el líder que iluminara a los suyos sobre quiénes, cómo y por dónde había que ir para retomar el poder. Todo fue en vano.
Masculla un rencor inalterable contra Horacio Rodríguez Larreta, que sólo se desaceleró porque algunos allegados le advirtieron que crece sostenidamente en las preferencias electorales. Incluso, muy a su pesar, debió morderse la lengua para evitar la réplica a la opinión larretista de que su forma de gestionar en la Nación resultó un fracaso.
Por ahora, esa posibilidad de que Larreta gane la interna de Juntos por el Cambio obturó que hiciera explícito su respaldo a Patricia Bullrich, a quien viene apuntalando en más de un sentido.
Esa ficción abstencionista del expresidente podría romperse en las próximas horas. Macri analiza anunciar que votará por Bullrich como modo de dar un espaldarazo a su candidata preferida en el tramo final prePASO, en reacción al aval público que le dio a Larreta días atrás María Eugenia Vidal. Estaba indignado por lo que consideró una “traición”.
En el equipo de Bullrich se debate si conviene el auxilio macrista. Quienes se abren al pesimismo piensan que puede ser el abrazo del oso que la termine de hundir, tras varios tropiezos recientes. Del lado optimista, hay creencia de que eso alineará detrás de ella a gran parte del 40% que votó a Macri en 2019, cuando perdió la reelección.
Sin prácticamente participar en actos con los principales candidatos (sólo Néstor Grindetti lo ha mostrado en algún spot), convendría que Macri tomara nota de que favorecer a determinada candidatura está lejos de garantizar el triunfo. En la actual campaña jugó fuerte a favor de Carolina Losada en Santa Fe y de Luis Juez y Rodrigo de Loredo en Córdoba. Pura derrota. ¿Será por eso que apenas salió el viernes en una tímida caminata con su primo Jorge a hacer proselitismo por la Ciudad?
Al igual que Cristina, Macri concentra un votante duro, pero minoritario, a caballo de ser dos de los dirigentes con peor imagen del país. Quizás eso también explique esta suerte de elegante ostracismo en el que ambos están inmersos. Permitámonos la duda de que se resignen a ello.