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Elecciones: la encuesta que acertará

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Candidatos. Cada uno difunde los estudios que más lo benefician, pero también ellos tienen dudas sobre los resultados que muestran. | cedoc

Antes, en la época en la que las encuestas solían fallar, se decía que la estadística es la ciencia por la cual, si una persona come dos pollos y otra no come ninguno, ambas habrán comido uno. O se comparaba a las encuestas con las morcillas, por lo sabrosas que son hasta que se conoce cómo se hacen.

Ahora las encuestas políticas dejaron de fallar para convertirse en un espectáculo en el que se apuestan resultados y al final, como en una lotería, la suerte determinará quién acertó y quién no.

Este proceso, en el que la primera de las ciencias inexactas se transformó en un albur, es explicado por los encuestadores más serios como la lamentable combinación de tres factores:

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1) La dificultad para costear encuestas presenciales, que brindarían aproximaciones más certeras.

2) Su reemplazo por encuestas virtuales, más baratas, en las que las minorías intensas que aceptan responder adquieren una relevancia muestral desproporcionada.

3) El incremento del nivel de corrupción, en especial en las campañas, a través de firmas que pondrían su sello para beneficiar a quien paga el sondeo: “Puede pasar que la diferencia entre una encuesta y otra sobre un candidato sea de 2 o 3 puntos, pero cuando hay diferencias que hoy llegan a 15 puntos entre lo que señalan unos y otros encuestadores, ahí solo se explica porque en alguna de ellas hay corrupción”, explica uno de los profesionales más conocidos refiriéndose a la distancia que existe entre consultoras que miden la interna Larreta- Bullrich.

El promedio de los diez sondeos más recientes da 32,7% de JxC contra 30% de UxP. Milei: 18,7%

Tres incógnitas. Los candidatos promocionan los sondeos que les convienen como si fueran los correctos, pero a todos les generan las mismas dudas. Están convencidos de la influencia distorsiva de estos tres factores y de que se trata de un problema que se viene repitiendo en la Argentina y en el mundo.

Los errores estadísticos convertidos en norma les suman incertidumbre a las PASO del próximo domingo, con la sensación de que la primera aproximación a la verdad recién ocurrirá ese día, cerca de la medianoche. Y que entonces no solo habrá candidatos que ganen o pierdan, sino que quedarán al descubierto, otra vez, los papelones de algunos encuestadores.

Las tres mayores incógnitas a dilucidar son: cuál será la alianza más votada, qué caudal electoral arrastrará Milei y quién ganará la interna Larreta-Bullrich.

Si es por las encuestas conocidas en las últimas dos semanas, la coalición oficialista muestra una sorpresiva competitividad, teniendo en cuenta el desgaste de la gestión de gobierno y una inflación de más del 100%. Sus candidatos, obviamente, no desmienten esa aparente fortaleza. Pero tampoco lo hacen los opositores.

De los diez estudios difundidos recientemente, ocho dan ganador a Juntos por el Cambio y dos dan empate. Haciendo un promedio de todos ellos, Unión por la Patria obtendría el 30% de votos, contra el 32,7% de Juntos por el Cambio: 2,7 puntos de diferencia.

La suerte de Alberto Fernández

Si luego la realidad se pareciera a esto, y si esa competitividad se extendiera hasta un ballottage, se podría decir que –aun perdiendo– la opción presidencial de Massa terminaría dando mejores resultados de los que los analistas (y encuestadores) preveían meses atrás.

Faltando tan poco, habría que resistir la tentación de hacer demasiadas elucubraciones sobre por qué sería competitivo el candidato de una administración que el resto de los candidatos considera desastrosa. Sobre todo, siendo Massa su ministro de Economía.

Pero demostraría la existencia de un porcentaje de personas (¿un tercio?) para el cual este gobierno peronista no estuvo tan mal. O considera que sería peor si ganara la oposición o, al menos, conserva la esperanza de que Massa lo haría mejor que Alberto Fernández.

También permitiría deducir que la aparición del fenómeno Milei terminó siendo una opción opositora que le quita más votos a Juntos por el Cambio que al oficialismo.

El voto del otro. El libertario representa la segunda gran incógnita de estos comicios. ¿Obtendrá el 15% que indican algunas encuestas o el 23% que marcan otras? El mismo ejercicio de promediar las diez encuestas más recientes le otorga el 18,7% de intención de voto.

En cualquier caso, sería la confirmación de que existe un sector de la sociedad que prefiere apostar a lo desconocido (por más delirante que parezca e incluso más allá de estar o no de acuerdo con todo lo que él dice), como señal de repudio a los partidos tradicionales que están o ya estuvieron en el gobierno.

Campaña ciega

A quienes no eligen lo que los otros votan les pueden parecer inauditas las elecciones ajenas. Ya sea la de quienes votarán al peronismo o la de los que elegirán a un candidato excéntrico asimilable a lo que en el mundo representan Bolsonaro o Trump.

Casi tan inaudito como para los que no entienden cómo, tras los aún frescos años del macrismo en el poder, haya un importante porcentaje que volverá a elegir a alguno de los herederos de Macri.

Cada sector de votantes suele creer que el suyo es el voto adecuado y el del resto, no. Pero lo que cada uno intenta es defender sus propias creencias e intereses. Suponiendo que son mejores que las del otro y pujando para imponerse sobre las demás. Ese es el juego de la democracia, en el que ganará el sector que sume más votos.

Este análisis hoy representa el debate medular entre los candidatos de JxC.

Larreta está convencido de la necesidad de conformar una mayoría ampliada compuesta por sectores distintos, pero que acuerden en puntos básicos para llevar adelante transformaciones que perduren.

Bullrich, no. Cree que esas transformaciones se podrán realizar con los votos de una primera minoría y la determinación de líderes como ella, capaz de imponerles a las otras minorías un plan de gobierno que, al resultar exitoso, irá sumando apoyos que lo harán sustentable.

Cristina Bullrich de Milei

Larreta o Bullrich. Siguiendo el mismo criterio de promediar las últimas diez encuestas sobre la interna entre ellos, el resultado arroja 18,85% para Bullrich y 14,18% para Larreta. Una diferencia de 4,67 puntos.

Este es el duelo de encuestas sobre las que aquel encuestador del comienzo advierte de resultados tan dispares que, según él, solo podrían explicarse como producto de la corrupción estadística. De los diez sondeos, siete la dan ganadora a Bullrich, dos a Larreta y uno empate. Algunas de las muestras la dan vencedora a ella por entre 8 y 12 puntos de diferencia. Las que lo dan primero a él indican 2 y 3 puntos a su favor.

En este caso, si la mayoría de los estudios tiene razón y gana Bullrich, se produciría quizá la noticia más impactante de estas PASO.

Larreta, el hombre que desde niño quería ser presidente y que se preparó toda su vida para ello, el que hasta hace poco parecía el ganador indiscutible, al final se quedaría sin el premio mayor. Y, además, si Jorge Macri se impone sobre Martín Lousteau, como las encuestas anticipan, perderá el liderazgo político en la Ciudad que gestionó durante los últimos ocho años con razonable éxito, según la imagen positiva que revelan todos los sondeos porteños.

De lo contrario, si es Larreta quien triunfa o si algunas de las otras verdades reveladas por las encuestas terminan siendo erradas, lo que sobrevendrá es el razonable replanteo acerca de para qué sirven estos informes.

Y la diferencia que existe entre fallas estadísticas y la venta de resultados al mejor postor.