OPINIóN
En vez de casta, corte

El mamarracho como configuración de la política

Una de las consecuencias más significativas de la mamarracho-política del gobierno de Javier Milei es centrar la atención pública en cuestiones secundarias y controversias superficiales; en eso, el bufón triunfa, al distraer de los problemas estructurales de la sociedad.

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Bufón de la corte. | pixabay

El presidente Javier Milei, no cabe dudas, puede hacer de la política algo entretenido. De las redes sociales a la televisión y, de ahí, a la política, su estilo nos hace preguntarnos si estamos frente a un loco, o al decir de Charly García, es sólo una manera de actuar. Más importante es preguntarnos por las consecuencias de este estilo de hacer política, respecto a cómo configura la escena política y los temas que allí se discuten.

Nos interesa volver inteligible lo que aquí llamamos el “mamarracho político”: el uso coloquial de “mamarracho” parece ya aprehender un rasgo central de ese estilo y lo que a través de éste se produce. Su etimología, que refiere al medieval personaje cortesano del entretenedor, refuerza ese parecer: un entretenimiento en el que constantemente pasan cosas sensacionales, las cuales atrapan nuestra atención en un plano superficial.

Quizás una de las consecuencias más significativas de la mamarracho-política, puesta en juego por el gobierno de Milei, sea centrar la atención pública en cuestiones secundarias y controversias superficiales, desplazando del centro de la discusión a los problemas estructurales de la sociedad y así, a las soluciones estructurales que ellos demandan.

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El “mamarracho político” se caracteriza por dos aspectos claves. Primero, su duración temporal es breve y se apoya en el constante bombardeo de “nuevos” mamarrachos en torno a los cuales gira la discusión pública. Novedades que no son tales: su función es entretener. Brevedad y renovación dificultan pasar de una primera reacción –sea de escándalo o de festejo– hacia la discusión de los problemas que, al menos lateralmente, son aludidos por el mamarracho hoy vigente. 

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Las figuras atacadas se renuevan, y la afirmación extrema e insostenible de hoy deja atrás a la de ayer, evitándose reflexiones a fondo: ¿quién discute hoy los ataques del presidente a la cantante Lali Espósito, o se ha detenido a discutir las consecuencias de la decisión de abandonar a los BRICS?

El segundo rasgo del mamarracho político es espacial: debe hacer girar la discusión pública en torno suyo, ocupando centralidad. Es más, no podemos dejar de reaccionar frente a él. Claro, la palabra del gobierno siempre tendrá protagonismo por el rol que su emisor ocupa en la sociedad. Pero ésta es también la vía por la cual Milei logró hacerse conocido públicamente y conquistar el centro de la escena durante la campaña electoral con su propuesta de dolarizar, su promesa de “motosierra”, sus insultos a rivales, etc. 

La controversia es un rasgo intrínseco suyo. Este discurso desafía lo establecido, denuncia a la casta, y alimenta nueva atención mediática y en redes blindando de infalibilidad a Milei; incluso cuando discute con cuentas falsas de X, pues vuelve entretenido el noticiero del día. Sea para simpatizar o repudiarlo, reproducimos y comentamos exhaustivamente el mamarracho consintiendo tal posición privilegiada en el debate público.

Su éxito no radica en que adversarios o periodistas reaccionen ante cierta declaración sino en que lo hagan en los términos que éste propone, aceptando jugar de visitantes en una cancha inclinada. Dedicamos tiempo y cabeza a la novedad circunstancial mientras el bombardeo de declaraciones escandalosas no admite tiempo suficiente para detenernos a explicar porqué nos encontramos frente a un mamarracho: un entretenimiento superficial y sin fondo.

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El sinsentido de una superficialidad blindada a todo contraste empírico o discusión argumentada, permite al gobierno presumir una cierta infalibilidad. La negación de errores no es una atribución original suya, pero aquí se da un paso más, pues el error que hace fracasar una iniciativa se presenta como un triunfo incuestionable, como la caída de la “Ley Ómnibus” que, se nos dice, “desenmascaró” a los traidores y responsables del malestar. 

Sin error ni fracaso no hay nada que aprender y carece de sentido asumir responsabilidades. 

El mamarracho político constituye un inmenso desafío para la discusión política actual. Superarlo requiere reconocer la barrera que impone al debate político para discutir los problemas estructurales que nos atraviesan como sociedad. Se trata de un potente modo de practicar la política de la anti-política. 

Para combatirlo podemos reproducir su lógica, pero para romper con él, hemos de abandonar la brutalidad verborrágica de una voz que incita a la violencia y ensayar una que procure representar, es decir, reparar en las demandas, intereses y esperanzas de la ciudadanía. 

Hay que señalar no que el emperador está desnudo, si acaso suele abrigarse demasiado. 

* Ph.D. en Ciencias Sociales (UBA), Jefe del Departamento de Medio Oriente (IRI, UNLP) 

** Sociólogo, Investigador del Conicet, Profesor en la UNLP