OPINIóN
Un hecho invisibilizado

El otro bombardeo

La dictadura de Uriburu bombardeó a los revolucionarios radicales, que habían iniciado una serie de acciones en defensa del presidente depuesto.

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Hombre de pocas palabras, Hipólito Yrigoyen. | Pablo Temes

Se habló mucho esta semana en redes sociales del bombardeo del 16 de junio de 1955 a Plaza de Mayo, repudiable por donde se lo analice. Civiles y militares levantándose en armas contra un gobierno constitucional, con un saldo de centenares de muertos y heridos en pleno centro porteño.

Sin embargo, el hecho invisibilizado de la historia argentina es otro bombardeo a civiles, que sucedió dos décadas antes, un 7 de enero de 1932, en la ciudad de La Paz, Entre Ríos. Una historia que pocos conocen, y que algunos bien llaman “la revolución de los Kennedy”, enmarcada en un período de resistencia armada tras el golpe contra el presidente Hipólito Yrigoyen del 6 de septiembre de 1930. 

Fue precisamente la dictadura que se inició ese día, con el general José Félix Uriburu al frente, la que inició la cultura de la proscripción política. El  “Peludo” o “El Apóstol” y los suyos, fueron las víctimas predilectas del militar, al que muchos denominaban el “mariscal Von Pepe”. Félix Luna lo cuenta detallado en su biografía de Marcelo T. de Alvear, es el propio Georges Clemenceau el que alerta al aún embajador, de la devoción germanófila del general.

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Pero volvamos a los hermanos Kennedy, a Mario, Eduardo y Roberto, y a ese enero del 32, cuando un grupo de hombres portando armas cortas marcharon hacia el centro de la ciudad entrerriana y tomaron la jefatura policial, tras asesinar al propio comisario. “Cuna de gauchos cantores y altaneros, prontos siempre a saltar a caballo para cruzarse por la dignidad. Honrada gente de campo acostumbrada a vivir mal y a morir bien”, caracterizó un par de años más tarde, el poeta uruguayo, Yamandú Rodriguez.

La toma se generalizó, avanzaron sobre la municipalidad, el correo y la sede judicial; todas quedaron en manos de ese puñado de revolucionarios radicales. Lo mismo sucedía en Santa Elena, a menos de 50 kilómetros. Mientras son intimados a rendirse por el gobernador, vía telefónica, la población civil comienza a plegarse a la insurrección.

Entre ellos, un anónimo Héctor Roberto Chavero, de 22 años, al que todos conoceremos años después como Atahualpa Yupanqui. Las escenas revolucionarias debían repetirse en diversas localides y capitales del litoral, pero el plan fue abortado; a los hermanos esa información no les llegó, y la cúpula radical cayó presa o marchó al exilio en el vecino Uruguay. 

Esa noche, los efectivos de la policía local reagrupados, el Ejército con tropas de la III División, sumado a dos embarcaciones que partieron desde Buenos Aires, y siete aviones bombarderos, emprendieron su marcha para apresar a los Kennedy y su gente. 

Por tierra y agua, los revolucionarios acreditaron puntería y decisión, las tropas se replegaron tras perder a varios de sus hombres. El 7, comenzó el bombardeo de El Quebrachal, que duró tres horas. A las bombas arrojadas sobre el campo, donde se refugiabann los yrigoyenistas, se sumaron centenares de ráfagas de metralla de los Bruguet III, de fabricación francesa.

Ese día, las Fuerzas Armadas de la dictadura de Uriburu bombardearon por primera vez una población civil en territorio nacional. Civiles que se habían levantado para defender la democracia del presidente depuesto, Hipólito Yrigoyen.