OPINIóN
Elonora Gosman, desde Río de Janeiro

El primer año de Lula

El presidente brasileño resolvió poner el énfasis de su gestión en dos objetivos: el retorno a la paz democrática y las políticas sociales.

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Lula Da Silva | Cedoc

“Salimos del infierno... el infierno fundamentalista” reflexionó Antonio Albino Canelas Rubim, investigador y profesor de la Universidad Federal de Bahía (UFBA). Y añadió: “con Lula se torna posible reconstruir nuestras frágiles civilidad y democracia”. En su primer año del tercer período en el Palacio del Planalto, los dos anteriores fueron entre 2003 y 2010, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva resolvió poner el énfasis de su gestión en dos objetivos: el retorno a la paz democrática y las políticas sociales. En estos meses, tuvo que editar múltiples leyes para compensar los desaguisados vividos durante los cuatro años de Jair Bolsonaro.

Al frente de una amplia alianza, que abarcó desde la izquierda a la centro derecha, Lula demostró ser el único que podía vencer al populismo ultra conservador del clan bolsonarista. Esto le permitió, de entrada, abordar dos asuntos imperiosos: tornar efectiva la democracia y atender a los sectores más postergados de la población. Tuvo que enfrentar, con negociaciones arduas dentro de su propio bloque, una herencia de 30 millones de brasileños con hambre; de diseminación de la violencia; de contaminación con el odio y de fragilización de las instituciones dejada por el ex capitán y los generales que lo secundaron.

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Un episodio extremo del clan bolsonarista llegó a su punto álgido el 8 de enero, cuando sus bandas intentaron dar un violento golpe de Estado, con la invasión en Brasilia de los palacios de los tres poderes: Ejecutivo, Corte Suprema y Parlamento. Contaban con el apoyo militar que, horas después, se desarmó. Pocos días después, el nuevo gobierno emprendió su cruzada: el paso inicial fue recuperar el salario mínimo y ajustar las remuneraciones de los estatales, después de 4 años sin ser retocados a pesar de la inflación.

Luego vinieron el rescate de diferentes programa; por ejemplo, el de obras públicas realizadas con el aporte de capital del Estado y de los privados. Para aliviar a la clase media, fuertemente presionada por deudas que se habían acumulado en cuentas y bancarias y tarjetas, organizó una refinanciación obligatoria que debieron cumplir las entidades crediticias. Todo esto fue complementado con ayudas a sectores productivos (tanto el agro como la industria). La salud, la educación, la ciencia, la cultura, los pueblos indígenas, las mujeres y los negros, todos tuvieron beneficios especiales para sacarlos de un largo período de olvido y deterioro.

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La administración de Lula tuvo en este 2023 una segunda urgencia: recuperar la presencia internacional de Brasil, profundamente damnificada por Bolsonaro cuyo estilo generó el aislamiento del país. El líder “comunista” brasileño, según el apelativo de la extrema derecha, pudo reatar las mejores relaciones con el presidente Joe Biden, con quien estuvo en la Casa Blanca; no precisó, para eso, prescindir del primer socio comercial del país: China. Por el contrario, entre las primeras visitas al exterior figuró Beijín.

En este corto lapso de gestión, el presidente impuso la centralidad de las políticas ambientales. Específicamente, con relación a la selva amazónica consiguió una drástica disminución de la deforestación, que había sido ferozmente incentivada durante el bolsonarismo.

Aún falta mucho para que Brasil se vea a sí mismo como un “paraíso”. Pero su búsqueda va en esa dirección. Así lo anticipó antes de ir a la prisión de Curitiba en 2018. Sus compañeros le habían recomendado exiliarse cuando empezó el proceso que lo llevaría al encarcelamiento (durante un año y ocho meses). Pero ya entonces se negaba a refugiarse en el exterior: “Quiero volver a la presidencia para terminar de hacer todo lo que me faltó” solía responder.

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De hecho, en 2023 logró reducir el desempleo, que cayó a 7,6%, el porcentaje más bajo desde 2014; en simultáneo, bajó también la desigualdad racial en la selección para los puestos de trabajo; y por ley obligó a las empresas a equiparar las remuneraciones de mujeres y hombres.

Nada de esto se consiguió de manera simple: hay una gobernabilidad puesta a prueba, permanentemente, por el propio Congreso. Hubo analistas que llegaron a afirmar que son los diputados y senadores los que realmente ejercen el poder. Los acuerdos por el monto de las prebendas para los legisladores, legalizadas desde hace un par de décadas, lo ha obligado a una negociación sin pausa, en general onerosa para el gobierno, a cambio de conseguir que le voten las leyes fundamentales. Los beneficios en dinero que cada parlamentario recibe, ahora por ley, se denominan “enmiendas” del presupuesto nacional; son utilizadas por éstos para hacer obras en sus respectivos distritos y con eso garantizar su reelección.

La composición del Congreso, que le juega en contra cada vez que precisa reclamar dinero, proviene mayoritariamente del sector de centro derecha y del bolsonarismo. Los partidos tradicionales, incluido el PT, han perdido espacio. En 2024 habrá elecciones de intendentes de más de 5.700 ciudades; esos son los comicios de medio término. Y allí será posible testar cuánto de espacio ganó el extremismo de derecha y cuánto conservaron las agrupaciones tradicionales.