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El redescubrimiento de Saúl Ubaldini: “Hay cosas que no se negocian nunca”

Hay quienes sostienen que la humanidad va a retroceder en materia de derechos sociales porque hay millones de personas que no los tienen. En lugar de pensar como sumar a los desposeídos, pretenden nivelar para abajo. Más que “modernizar” pretenden atrasar. Volver al pasado esclavista. Con estos criterios, más que a Ubaldini, vamos a necesitar a Espartaco.

Saúl Ubaldini
Saúl Ubaldini | CEDOC

Hace pocos meses, cuando concurrimos con los compañeros de la Unión Obrera Metalúrgica Seccional Capital, al cementerio de la Chacarita para realizar la tradicional conmemoración en memoria de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, Central Confederal del Trabajo y vino a mi memoria la figura del compañero Saúl Ubaldini, que también había sido titular de la CGT. Le pregunté a un trabajador del cementerio que se encontraba a mi lado por los restos de Saúl Ubaldini; y me guio hacia un abandonado nicho, en un oscuro sótano, donde estaba solo acompañado por una flor.

Consulté al compañero sobre quien había puesto esa flor; me respondió que su viuda, la señora Magui Muñoz de Ubaldini.

La indignación y la culpa que nos invadió a los amigos que me acompañaron fue inmensa. ¿Así respetamos y recordamos al más grande luchador contra la dictadura militar genocida?

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En un sótano, perdido, se encontraban los restos del verdadero padre de la democracia. Luego de consultar con su señora, tomamos de inmediato varias medidas para su reivindicación eterna y proyectar su figura en el presente.

No es casualidad que Ubaldini haya estado escondido, tapado, olvidado tantos años. Como tampoco es casualidad que ahora haya sido el momento en que preguntemos por él.

La dictadura cívico militar lo tuvo preso y desde la clandestinidad organizó la lucha para recuperar la justicia social, los derechos sociales y la ansiada democracia. No negoció. Durante el alfonsinismo con la famosa Ley Mucci de flexibilización laboral que pretendió quebrar a los gremios, lo tuvo como su principal enemigo. Antonio Mucci del sindicato gráfico negoció a cambio de un ministerio y la fracasada Ley llevó su nombre; en 1992 una alianza de retrógrados sectores gremiales –que en tiempos de la dictadura se los conocía como los “participacionistas o dialoguistas” lo desplazó de la conducción de la CGT. Saúl Ubaldini no negoció una cuota de poder. No dejó de seguir luchando por sus convicciones que no eran otras que la defensa de los derechos sociales de los trabajadores, jubilados y pensionados. Ya se hablaba de “modernizar”.


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Tenemos que grabar en piedra aquel 27 de abril de 1979 cuando se realizó el primer Paro Nacional contra la dictadura del general Jorge Rafael Videla y sus secuaces. Unos días antes, el entonces ministro del Trabajo de la Nación, general Llamil Reston, en una maniobra artera que provocó sospechas en Ubaldini, citó a toda la conducción de la Comisión Nacional de los 25 Gremios Peronistas que habían convocado a la medida de fuerza. Se trató de una redada; Ubaldini y todos los dirigentes fueron detenidos por la Policía Federal, esposados y llevados a la cárcel de Caseros a salir de la reunión oficial.

Con esta medida, la dictadura pretendía desarticular el paro convocado para el día 27 de abril. Los generales desconocían que Ubaldini había conformado un Comité de Huelga clandestino para la organización del paro y que no tenía autoridad para levantar la medida de fuerza. No negoció. Con toda la conducción presa el paro se realizó con más fuerza. También se reclamó por la libertad de todos los presos políticos y gremiales. El repudio fue tan grande que a los tres meses fueron liberados.

Fue el primer golpe a la dictadura militar. Integraban la comisión obrera: Saúl Ubaldini y Jorge Barilache (Cerveceros); Roberto García (Taxistas); Alberto Campos (Metalúrgicos, Lorenzo Miguel seguía preso) Eduardo Borda (Caucho); Carlos Cabrera (Mineros); Jerónimo Izzeta (Municipales); Horacio Alonso (Judiciales); Fernando Donaires (Papeleros); Juan Carlos Crespi (SUPE); Roberto Digón (Empleados del Tabaco); Rodolfo Soberano (Molineros); Raúl Ravitti (Unión Ferroviaria); José Rodríguez (SMATA); Enrique Micó (Vestido); Jorge Luján (Obreros del Vidrio); Demetrio Lorenzo (Alimentación); Oscar Serpa (Obras Sanitarias); Delmiro Moret (Luz y Fuerza); Antonio Marchese (Calzado); Benjamín Gaetani (Aceiteros); José Luis Castillo (Conductores Navales) y Ricardo Perez (Camioneros).

Al salir de la cárcel Ubaldini declaró que:“Debemos comprometer hasta la última gota de nuestra sangre para impedir que se repita otra Dictadura que, como ésta, suma al país en oprobio, miseria, hambre y dolor de perder a sus mejores hijos; y la democracia es el único medio que conocen los pueblos libres para hacer sus revoluciones en paz.”

Con el apoyo popular a la huelga y la solidaridad con los gremialistas presos llevó a los dirigentes –en la clandestinidad o amenazados, detenidos o desaparecidos- a constituir la CGT Brasil. Pocos días antes la dictadura había entregado el edificio de la CGT de la calle Azopardo a un puñado de dirigentes obreros recordados como “los participacionistas” que negociaron viajes al exterior, mantenimiento de sus cargos gremiales, seguridad y otras prebendas. Ubaldini no negoció.

Lorenzo Mariano Miguel, líder de la UOM, con prisión domiciliaria en su casa del barrio de Lugano en la calle Murguiondo, propuso a Saúl Ubaldini para la conducción de la nueva CGT. Su propuesta fue apoyada por unanimidad. Los gremios se fueron sumando y desde allí se organizó el siguiente paso: el Paro Nacional del 22 de julio de 1981.


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Fue la segunda patada al régimen. El cese de actividades, a diferencia del primero fue acompañado de comerciantes y estudiantes. Las calles vacías, los centros urbanos y fabriles estaban desiertos. El presidente de la Nación era ya era el general Roberto Viola pero la represión no cejaba. Nuevamente centenares de trabajadores detenidos.

“Es tiempo de movilizarse. Hay que salir a la calle”, repetía Ubaldini a quien quisiera escucharlo. Y así propuso para el 7 de noviembre de 1981 una movilización a la iglesia de San Cayetano, bajo el lema "Paz, Pan y Trabajo".

Saúl Ubaldini fortaleció sus vínculos con la iglesia católica desde la Pastoral Social conducida por el obispo de San Justo, monseñor Rodolfo Bufano. Tan importante fue ese vínculo, que cuando visitó nuestro país Juan Pablo II, Ubaldini habló ante al Santo padre en la misa que ofreció al mundo del trabajo en la concentración multitudinaria realizada en La Matanza, en el Mercado Central.

La convocatoria a la marcha opositora para el día 7 de noviembre también produjo amenazas puntuales contra Saúl Ubaldini, que debió presentarse ante Coordinación Federal dependiente del ministerio del Interior, donde fue advertido sobre posibles incidentes y marcándolo como único responsable. Se le indicó que la marcha hacia la Iglesia de Liniers no estaba autorizada y sería permitida. Fue extorsionado para que suspenda la marcha obrera. “Hay cosas que no se negocian nunca” dijo.

La marcha se realizó desde la cancha de Vélez Sarsfield a San Cayetano. Se calcula una convocatoria de diez mil personas. La marcha fue pacífica, solo al momento de la desconcentración hubo unas pocas corridas producto de los provocadores de siempre.

El objetivo fue cumplido exitosamente. Se salió a la calle. Se perdió el miedo. Se cantaron consignas contra la dictadura militar. A los 30 días cayó el presidente Viola. Asume en su lugar el general Fortunato Galtieri. Fue un claro éxito de la CGT.

Ubaldini comprobaba que el rechazo al gobierno militar era mayoritario en las provincias. Impulsó la organización de las CGT Regionales y las movilizaciones en distintas provincias se repetían y la figura inquebrantable de Saúl crecía como bandera de lucha.

Para cerrar el capítulo de Saúl Ubaldini y la dictadura militar podemos decir, como testigos directos de los acontecimientos, que la movilización del 30 de marzo de 1982 fue el golpe mortal para el régimen. Esta movilización obrera y popular resistió varias horas la represión militar en las calles de Buenos Aires. Es considerada por muchos analistas como un hito en la lucha por la democracia y la resistencia civil.

Los acontecimientos posteriores, nos referimos a la gesta patriótica del 2 de Abril hasta el final de la batalla en Malvinas el 14 de junio de 1982, fue un paréntesis de la confrontación obrera contra la dictadura.

Saúl Ubaldini supo diferenciar a los enemigos de la Patria externos de los enemigos internos. Terminada la batalla contra los ingleses, retomó la lucha contra la dictadura militar. No dudó. No negoció.

El broche final de la dictadura fue el 16 de diciembre del mismo año cuando la CGT convoca y los partidos políticos (muchos de ellos afines al régimen militar) organizados en la Multipartidaria se suman activamente a la gran movilización a Plaza de Mayo. Los partidos políticos estuvieron muy lejos de las calles esos años, pero naturalmente arribaron presurosamente ante el fin del gobierno depuesto. Hubo detenidos y heridos en esa movilización. Dalmiro Flores, joven obrero metalúrgico de la UOM, fue asesinado frente al Cabildo por fuerzas parapoliciales.

Raúl Alfonsín no figura en ninguna página de esta historia, salvo en un interesante momento. Fue cuando mantuvo una larga reunión pidiendo consejos al entonces presidente general Reynaldo Bignone en la quinta de Olivos. Se encontraron el fatídico 16 de diciembre durante la movilización obrera cuando caía muerto Dalmiro Flores. Así lo relata el propio ex presidente, general Bignone en su libro de memorias “El último presidente de facto” de editorial Planeta:

“Conversaba en Olivos con el doctor Alfonsin cuando recibí el llamado del jefe de policía, general Juan Sasiaiñ, informándome que había un obrero muerto en la manifestación de Plaza de Mayo. Se lo comenté a Alfonsín, quien lamentó lo sucedido y lo primero que me dijo fue: -No pensará entregarle las Obras Sociales a los sindicatos, en tono de pregunta.”

Pasa el tiempo y como vemos siempre es igual. Somos los trabajadores los que debemos pagar los platos rotos de los gobiernos civiles y militares. Cuando la plata no alcanza luego de haberla despilfarrado, el sistema político recurre inexorablemente a las cajas previsionales y al sistema de salud sea este de los jubilados o de los activos.

En tiempos donde los derechos de los trabajadores pretenden ser “modernizados” adecuados a los nuevos tiempos y a los grandes cambios tecnológicos producto de la “revolución digital” y de la era de la “IA inteligencia artificial” podemos afirmar que lejos de resignar derechos debemos luchar por más y nuevos derechos sociales.

El movimiento obrero y el pueblo argentino necesitan retomar el camino inconcluso pero señero de Saúl Ubaldini. La reivindicación de Saúl no es solo por la justicia histórica, sino como bandera de lucha contra la dictadura del mercado.

Los avances extraordinarios de la ciencia y las tecnologías deben ser aprovechados a favor de la gente, de los trabajadores. La IA y todos los adelantos deben ser aplicados para generar más puestos de trabajo, mayor bienestar a la comunidad y felicidad a los pueblos.

Necesitamos “volver a Saúl”, como dice el libro de Magui Muñoz de Ubaldini. Porque vienen tiempo de lucha.

De la misma manera que no se negocia la soberanía de las Islas Malvinas, no se negocia con los profetas del odio. No se negocia con los mercaderes del dólar. Se los combate.

Sí, debemos negociar con los empresarios y el gobierno para generar fuentes de trabajo y producción, con justicia social. Van de la mano, el capital y el trabajo.

La revolución industrial, que hace 200 años cambió la historia, no tuvo más remedio que aceptar los derechos sociales. Con las máquinas y los adelantos científicos de la época se dio un gran paso en la calidad de vida de la población mundial. La esclavitud fue abolida. La jornada laboral pasó de 16 horas a 8 horas diarias. Se prohibió el trabajo infantil. Llegaron las vacaciones, las horas extras, las indemnizaciones ante accidentes de trabajo o despidos, el seguro y el turismo social...

Hay quienes sostienen que la humanidad va a retroceder en materia de derechos sociales porque hay millones de personas que no los tienen. En lugar de pensar como sumar a los desposeídos, pretenden nivelar para abajo. Más que “modernizar” pretenden atrasar. Volver al pasado esclavista. Con estos criterios, más que a Ubaldini, vamos a necesitar a Espartaco.

Si la inteligencia artificial es tan inteligente, debemos programarla para generar empleo y calidad de vida. ¿Para qué serviría la inteligencia artificial si se trata de arrojar fuera del sistema productivo a millones de personas?

Los derechos de los trabajadores no se negocian. No se discuten. Se aplican. Si, debemos discutir y modernizar los Convenios Colectivos de Trabajo. Cambiar ideas con los empresarios y Estado sobre cómo mejorar las condiciones laborales y la modernización de la tecnología, para mejorar la calidad de vida de los trabajadores.

Siempre con la premisa “ubaldinista” de que cualquier ser humano vale más que una montaña de papeles pintados de verde.

La necesidad y orfandad que padece el movimiento obrero nos hace recurrir para levantar y dignificar a nunca bien ponderado y querido Saúl Ubaldini.

(*) Secretario general adjunto de la UOM, Unión Obrera Metalúrgica, Seccional Capital.