Cuánta confianza en obtener el triunfo tuvieron Alejandro Magno y sus soldados que al llegar a Fenicia y viendo que aunque sus enemigos triplicaban en número a su ejército decidieron quemar las naves. Mientras veían cómo se incendiaban sus propios barcos, el rey de Macedonia le dijo a su ejército: “Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares ni abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos, ya que solo hay un camino de vuelta y es en los barcos de nuestros enemigos”.
Desde que nacemos, los seres humanos dependemos de los demás para poder sobrevivir. Por eso es tan importante la confianza en los otros para establecer relaciones positivas que permitan desarrollar nuestra singularidad y, al mismo tiempo, integrarnos armónicamente en una comunidad. Esta actitud primero se manifiesta hacia nuestros padres y el resto de la familia, luego con nuestros maestros y, de a poco, en todas las organizaciones de la sociedad de las cuales depende nuestro desarrollo.
Las neurociencias están demostrando últimamente que la confianza supone un sofisticado mecanismo neuronal en nuestras cabezas, estimulado por la oxitocina (bautizada por muchos expertos como “la hormona de la felicidad”), a través del cual no solo se optimiza el funcionamiento del cerebro sino que este toma la mayoría de las decisiones que le permiten estar vivo. La vida sería inviable sin ella.
Para definir la palabra confianza el diccionario refiere a “esperanza firme que se tiene de alguien o algo” y define a su vez la esperanza como “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”.
Los especialistas en marketing saben bien que el resultado exitoso de las campañas publicitarias depende de la medida en que un producto o una empresa logra despertar confianza en los consumidores.
Lo mismo sucede con los que asesoran a las empresas en el área de recursos humanos, que afirman que es mucho más efectivo crear una cultura de confianza que buscar satisfacer a los empleados solamente con incentivos materiales o aumentando su sueldo.
Los ejemplos se multiplican en la educación, la medicina, la economía. ¿Quién permitiría ser operado por un cirujano si no estuviera seguro de que seguirá vivo, o quién dejaría su dinero en un banco si no sintiera que allí está al resguardo de los delincuentes?
Cuando está ausente la seguridad que produce esta esperanza firme, aparecen otras emociones que generan perturbación, imprevisibilidad, tensión o miedo, que si son prolongadas en el tiempo terminan afectando negativamente la salud de las personas.
Estamos en un tiempo en el que pareciera que por una mezcla de ideología, pérdida de algunos valores tradicionales, ambiciones sectoriales y personales o por la dinámica de la política, ha disminuido notablemente la credibilidad de los dirigentes en casi todas las áreas del quehacer humano y ha crecido lo que podríamos denominar la cultura del malestar.
¿Qué probabilidades de mejorar realmente las cosas en nuestro país tendrán aquellos que, en lugar de intentar aumentar la confianza en sus ideas, proyectos o soluciones, su estrategia esté montada justamente en lo contrario: generar desconfianza, desprecio u odio en las propuestas de sus opositores?
Por el cambio epocal, la tecnología, la pandemia y muchos problemas no resueltos por varias décadas, los argentinos vivimos tiempos dramáticos y es bueno que nos preguntemos: ¿Cómo superar la grieta y reconocer que “estamos todos en el mismo barco” intentando que no se incendie? ¿Quiénes son los dirigentes en los que tengo confianza que, de verdad, pueden mejorar nuestro futuro y por qué? ¿Qué tendrían que hacer para contribuir a consolidar una nueva cultura del encuentro y de crecimiento de la amistad social entre compatriotas?
*Doctor en Ciencias Sociales.
**Licenciada en Psicología.
Producción: Silvina Márquez.