En julio, estuve en una reunión donde una ejecutiva de una tarjeta de crédito contó algo que me impactó. Dijo que en un futuro no muy lejano vamos a poder hacerle a Chat GPT, o a cualquier otro asistente de Inteligencia Artificial (IA), un pedido de este tipo: “está por salir al mercado un nuevo modelo de tal producto electrónico; si cuando sale lo encontrás en alguna plataforma online por menos de US$ 250, compralo con mi tarjeta y que me lo manden”.
En ese momento recordé que pocos días antes había visto un buzo en una vidriera, que me había gustado mucho, pero estaba muy caro para mi billetera. Lo busqué en Internet y estaba el mismo precio. Seguramente al final de la temporada, en alguna liquidación, ese buzo estará más barato”, pensé. “Esperaré y lo compraré cuando eso pase, así lo tengo para el año que viene”, me dije.
Advierten que la inteligencia artificial cambiará lo humano antes de 2035
Ahora bien, a partir de lo que escuché en otra reunión, pronto tendré otras posibilidades. En vez de esperar liquidaciones, podré darle la instrucción a la IA y que ella compre cuando estén dadas las condiciones. Podremos decidir “comprar en el futuro”. Y darle las instrucciones con todos los límites que queramos (hasta tal fecha comprá automáticamente; a partir de tal fecha, consultame; tal día no busques más; infórmame si ves opciones parecidas; etc.).
El día que escuché eso, por la noche, tenía que dar clase en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Me tocaba explicar cómo se prepara un plan de relaciones públicas e iba a dar como ejemplo un trabajo que hice para el centro comercial Plaza Canning. En ese momento tuve una especie de “angustia profesional”. Estaba conmovido por “lo que se viene”, pero le iba a enseñar conceptos a mis estudiantes usando… ¡Un caso de hace 16 años!
Con honestidad brutal les conté mi dilema a los chicos y reaccionaron con un sentido común que yo casi que estaba perdiendo: “Profe, si el ejemplo sirve no importa de cuándo es”. Clarísimo.
Todo eso me hizo pensar en aquella frase que se le atribuye a Albert Einstein: “el tiempo no existe”. No es que piense que el tiempo es relativo, que podemos viajar a través de él, ni nada parecido… Pensé en esa frase porque empieza a tener menos peso “lo pasado del pasado” y, a su vez, al futuro llegamos cada vez más rápido.
Vuelvo a uno de mis metros cuadrados, el aula universitaria. Hoy a través de la IA podemos tomar decisiones para ejecutar en el futuro, pero también podemos irnos al pasado y hablar con él. Yo mismo entablé un diálogo escrito con el pensamiento de Edward Bernays, un profesional que falleció en 1995. Fue un contacto con ideas viejas, pero cuando mis alumnos leen ese texto para ellos son nuevas.
¿Este fenómeno es de ahora? No, para nada. Ya sucedía cuando escuchábamos por primera vez una canción que había sido grabada décadas atrás, por ejemplo. Lo realmente novedoso es la velocidad, el vértigo, el modo en que pasado, presente y futuro hoy se funden, interactúan, conviven, van y vienen. Y, a la vez, parece que se pelean menos que antes. La disyuntiva antiguo/moderno empieza a ser cada vez más relativa y todos tenemos que aggiornarnos a eso. Y rápido.
Quizá la mejor manera de sintetizar este escenario la encontremos, como en tantas otras oportunidades, en los grandes artistas inmortales.
Lewis Carroll sostenía que “para siempre, a veces, es sólo un segundo”. Y Gardel y Lepera que “veinte años no es nada”.