OPINIóN
Análisis

Fuera de juicio

El juicio y el intento de asesinato a la vicepresidenta protagonizan las discusiones mediáticas y sociales. Desde posicionamientos políticos hasta teorías conspirativas. Como si cada argentino y argentina tuviese que tener una etiqueta personal sobre su veredicto.

En medio de los avances en Vialidad, el oficialismo prepara más actos en apoyo a Cristina Kirchner
En medio de los avances en Vialidad, el oficialismo prepara más actos en apoyo a Cristina Kirchner. | Telam

El juicio y el intento de asesinato a la vicepresidenta protagonizan las discusiones mediáticas y sociales. Desde posicionamientos políticos hasta teorías conspirativas. Como si cada argentino y argentina tuviese que tener una etiqueta personal sobre su veredicto: Cristina tiene que ir presa, o el juicio lo pensaron los amigos de Macri; el intento de magnicidio es el resultado del odio de la oposición o el caso está armado. No deja de sorprender que en un momento así, de impacto real, inesperado, en lugar de que surja una reflexión conjunta, de autocrítica, se fortalezcan los determinismos. 

A diferencia de otras veces, decidí escribir esta columna en primera persona. Por un lado, debido a la desazón frente a los absolutismos. Pero también porque me encontré en una posición incómoda, quizás la más polémica hoy en día, nombrada por lo general de manera despectiva: la (mal) llamada tibieza. Sería más fácil escribir sobre un enemigo en concreto, o tener un héroe indiscutible. Desde ya no faltarían lectores en contra, pero siempre habría muchos a favor, como si no hubiera lugar para el análisis fuera de ese abismo tan grande, la grieta.

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En un principio el juicio dividió al país. El intento de disparo a Cristina Fernández de Kirchner, por unos pocos minutos, obtuvo cierta atención e incluso se cuidaban las palabras para no apresurar conclusiones, atendiendo a la gravedad del suceso que sumió a todos en la estupefacción. Pero al poco rato, la división ya parecía fortalecerse. Y la euforia insensata recomenzaba.

Mucho se habló sobre las consecuencias del discurso de la vice-presidenta en YouTube. A su vez, desde el oficialismo se adjudicó el intento de asesinato como resultado de los “discursos de odio” por parte de los medios hegemónicos y la oposición. Si de palabras se trata, el enardecimiento anda bastante repartido…

Es cierto que los discursos que circulan contra Cristina y su respectivo espacio político tienen mucha carga de odio. Frases como “alguien tiene que calmarla”, “son ellos o nosotros” y “muerto el perro se acaba la rabia” ilustran la saña. No solo fueron frases, sino actos: en marchas en contra del gobierno han simulado horcas con la cara de Cristina, han puesto bolsas mortuorias en la puerta de la Casa Rosada, entre otras acciones que incitaban directamente a la violencia. El enunciado “ellos sembraron odio” tiene un grado de verdad. Ahora bien, eso no significa que desde el oficialismo sean los representantes del “amor”. En mi colegio secundario (Macri era presidente) se cantaba: “Macri basura vos sos la dictadura”, dirigentes han llegado a decir: “A Mauricio Macri lo fusilaría en Plaza de Mayo y de espaldas al pueblo”; hace unos días en C5N un invitado mencionaba que tenía un amigo gorila y el conductor le preguntaba con sorpresa ¿tenés un amigo gorila?, como si el mundo se dividiera en esos términos.

Otros adjetivos, otros sujetos y la misma estructura

Los adjetivos y los sujetos cambian, pero la estructura del enunciado es el mismo. Hay un “otro” identificado al que se desprecia, y lo peor: se anula. Como si se diera por sentado quién es el otro, y no habría entonces ninguna razón para escucharlo. En tiempos de crisis, y sobre todo en tiempos donde ocurre un hecho que atenta contra la democracia -el intento de magnicidio- el diálogo y la reflexión deberían ser prioridad. Adjudicar es fácil, efectivo, pero no resuelve ninguno de los conflictos que nos atraviesan a nivel país.

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No nos olvidemos del juicio, que continúa. Lo curioso es que previo al dictamen de la justicia la mayoría ya tenía su veredicto. Escribe la periodista y politóloga Catalina De Elía en el DiarioAr: “El presidente del Colegio Público de Abogados Ricardo Gil Lavedra dijo que solo el 14 % de los argentinos confía en la justicia. La pregunta es: ¿Cómo harán los jueces para convencernos de un veredicto y eliminar la sospecha? Si la condenan, ¿convencerán a la mayoría de los argentinos? ¿Y si la absuelven?”.

Pareciera ser que nuestra realidad es una lucha de ficciones: quien logre posicionar un enemigo más rápidamente gana la explicación de todos los males ¡Hasta un intento de asesinato se vuelve fácil de condenar! En el medio de la grieta, se esconden las necesidades postergadas: según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, solo 1 de cada 3 argentinos no fue pobre, 1 de cada 10 sufre hambre de forma cotidiana,  1 de cada 5 niños es pobre en la Argentina, el 60 % de la población activa tiene un empleo precario, entre otras cifras que entristecen.

¿Será el odio, la mejor forma de huir de nuestras responsabilidades? ¿Nos encontramos discutiendo nuestras deudas históricas, o señalando con el dedo a un enemigo que construimos colectivamente?