“El maravilloso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre estupor y admiración –afirma el papa Francisco en su carta apostólica Admirabile signum–. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.
Por esto, los pesebres o belenes presentes en los espacios públicos son un testimonio entrañable de evangelización. Anuncian al Hijo de Dios que se hizo hombre para nuestra salvación. Recuerdan que la Navidad no puede entenderse sin Jesús. Nos invitan a contemplar a la Sagrada Familia: la Virgen y San José adoran al Niño Dios y reciben a los pastores, a los Reyes Magos para que, junto a ellos, alaben y den gracias a Dios Padre por el Nacimiento del Salvador.
También preparamos el pesebre en nuestros hogares. Es una costumbre hacerlo el 8 de diciembre, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Se trata de una oportunidad privilegiada para que los niños, junto a sus padres y hermanos, se introduzcan en los misterios de la Infancia de Jesús. Y que lo hagan de la mano de María, la madre de Jesús, el Hijo de Dios nacido en Belén. “¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! –afirma el papa Francisco–. De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor”.
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“El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas”, agrega el papa Francisco. La Navidad, es decir, el Nacimiento del Hijo de Dios en la gruta de Belén, también es una excelente oportunidad para recordar a los niños por nacer y a los recién nacidos: ellos nos reclaman una actitud de cuidado y de defensa de sus vidas. Ellos cuentan con nosotros, sobre todo con sus madres, para crecer “en sabiduría, en estatura y en gracia” (cf. Lc 2, 52).
Si queremos saber qué hacer, primero contemplemos al Niño Dios que, por nuestra salvación, nace en el Portal de Belén. De esa mirada contemplativa amorosa surgirán las buenas obras que Dios, mediante la gracia, asociará a su designio salvífico.
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Asombro y admiración ante el misterio de Dios que acampa entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Asombro y admiración que, seguramente, se traducirán en alabanza y acción de gracias por lo mucho que Dios nos ama.
La fiesta solamente será feliz si celebramos que Jesús, Dios y Hombre verdadero, nace en Belén por nuestra redención. ¡Muy feliz Navidad!
* Germán Masserdotti. Vicerrectorado de Formación de la Universidad del Salvador.