Estaba predestinado. En el léxico criollo, la palabra “vacunar” tiene dos acepciones. Una significa, como en el resto del mundo que habla español “aplicar una vacuna”. La otra, que conocemos muy bien, y que los argentinos usamos mucho más, significa “perjudicar a alguien”. El Gobierno aseguró que nos iban a vacunar en diciembre. Lo que nadie aclaró es en qué sentido de la palabra lo decían.
Los ires y venires con la vacuna amenazan con convertirse en el papelón más grande de una gestión ya de por sí cuestionable. Hay competencia: la payasa Filomena, las filminas de Alberto, el velorio de Maradona. Pero este último acto los puede opacar a todos. Para Ginés, un gurú que erró todos y cada uno de los pronósticos, es como su consagración. Y podría ser también su despedida.
Cuando la asunción de este gobierno, los militantes del ginesismo corearon “Ministeeeerio, tenemos ministeeeerio” con algarabía, sin sospechar lo que eso iba a significar en poco tiempo. Ginés seguramente esperaba un retiro tranquilo, algo así como un partido de despedida sin muchos sobresaltos y con los goles servidos. Pero lo inesperado, la pandemia, lo convirtió de pronto en el gran protagonista del gobierno de Alberto. Y él no estuvo a la altura.
Podemos reconstruir la lista de sus errores. Dijo que el coronavirus no iba a ser un problema. Dijo que faltaba mucho para que llegara a la Argentina. Que el pico ya había pasado. Que la vacuna ya iba a llegar. Y ahora, para no perder la costumbre, dijo que el 23 de diciembre empezaríamos a vacunar. Una fecha muy justa para un Papá Noel devaluado como Ginés. Ahora, parece que ni siquiera eso.
El Gobierno accedió a que un grupo de 6000 argentinos fueran los conejillos de indias de Pfizer para probar su vacuna. Una que ahora va a ser aplicada en todo el mundo, incluso en Chile, pero no en nuestro país. Según el Gobierno, porque las condiciones que puso Pfizer eran “inaceptables”. Pero ¿cuáles eran? ¿Y por qué los otros países las aceptaron? ¿Por qué, en cambio, Argentina apuesta a la vacuna rusa, Sputnik V, cuya efectividad está en duda?
El gobierno accedió a que un grupo de 6000 argentinos fueran los conejillos de indias de Pfizer para probar su vacuna
En el mejor de los casos, habría que pensar que es un error de juicio. Uno grave, pero sería mucho peor suponer que la elección se hace por razones políticas, o, peor todavía, por intereses privados. Ya sabemos de la afinidad de Cristina por Putin, pero en este caso el Gobierno quiere ser más zarista que el zar. Mientras que el propio presidente ruso, de 68 años, dice que no se va a dar la Sputnik, porque no es todavía segura en mayores de 60, el Gobierno planea vacunar a los mayores de 60. ¿Lo habrán pensado bien? Alberto tiene 61, Cristina 67 y Ginés 75. A lo mejor es que quieren dársela a Macri, que en un par de meses cumple 62.
Es difícil hablar seriamente de este tema, aunque la pandemia y la vacunación sean cuestiones de extrema gravedad. Es imposible tomar en serio al gobierno, y no solo porque sentaron a una payasa en la conferencia de prensa del Ministerio de Salud. Desde ahí, fue todo una serie de mentiras, de falacias y, sobre todo, de ilusiones rotas. La vacuna es un símbolo de la seguridad y la salvación en un momento en extremo difícil. Parece el fin para las penurias, el aislamiento la muerte y el desastre económico que nos tocó vivir en 2020. Y el gobierno juega con eso.
Es imposible tomar en serio al Gobierno
Es tal la necesidad desesperada de una victoria, que no caben dudas de que la operación vacuna será una farsa hecha a las apuradas y con poca transparencia. Bajarán cajones de un avión llegado de Moscú, se vacunarán cien o doscientas personas para la foto, y nunca se volverá a hablar del tema. Motivo suficiente para que festeje un gobierno en una larga decadencia. En dos o tres meses, ya estaremos pensando en otros problemas y nadie se acordará de esta ilusión rota.