OPINIóN
Análisis

¿Puede ser Borgen un espejo para la Argentina?

La serie representa mucho más que un gran guión, buenas actuaciones y una temática atractiva; sino que, sin idealizarla, desnuda en forma cruda, el contraste que los argentinos sufrimos día a día en la arena política autóctona.

Imagen de la serie Borgen
Imagen de la serie Borgen | Netflix

Durante los meses de cuarentena, las series en diversas plataformas y las transmisiones vía streaming funcionaron como un cable a tierra o una ventana a un mundo que la pandemia parecía derribar.

Uno de esos oasis mediáticos fue Borgen, serie de origen danés que muestra con gran calidad los vaivenes y lo cotidiano de la política de un país con una monarquía parlamentaria.

Para los que siempre admiramos la posibilidad para la Argentina de un presidencialismo atenuado o mejor aún, de un sistema semi parlamentario de gobierno, la serie representa mucho más que un gran guión, buenas actuaciones y una temática atractiva; sino que, sin idealizarla, desnuda en forma cruda, el contraste que los argentinos sufrimos día a día en la arena política autóctona.

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Merced al éxito global, la serie volvió luego de más de una década con una nueva propuesta y en la Argentina, como tantos años atrás, se debate en muchos círculos sobre la salud de sus instituciones.

Ya en los años ochenta, debido a una iniciativa del entonces presidente Raúl Alfonsín, el Consejo para la Consolidación de la Democracia, había impulsado una reforma constitucional, que portaba el espíritu de potenciar el rol del parlamento como institución fundamental del sistema democrático. Esa iniciativa tuvo como gestor un destacado intelectual, Carlos Nino, quien caracterizaba al sistema de gobierno argentino como dotado de un “hiperpresidencialismo hegemónico”; sin embargo, luego del ocaso electoral de ese gobierno radical, el proyecto de reforma naufragó.

La idea volvió a tener fuerza, a partir del Pacto de Olivos y de la decisión de Carlos Menem de ir por su reelección, que para eso debía impulsar una reforma de la Constitución Nacional. Ante el escenario político adverso, desde el Radicalismo, se trató de introducir en la nueva constitución, figuras que atenuasen el presidencialismo argentino, por eso se proyectó la figura del jefe de Gabinete o ministro Coordinador, que se pensó como una versión light de primer ministro; para que cumpliera el rol de un fusible político de la administración. En los hechos y gracias a la letra chica de sus funciones, ese cargo no ha tenido la relevancia para lo que fue creado.

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Para un país muy acostumbrado al caudillismo político y a los liderazgos extremos, la realidad de una democracia parlamentaria puede sonar a ciencia ficción; sin embargo, los gobiernos de coaliciones políticas, integrados por diferentes fuerzas pueden potenciar, en forma significativa, el diálogo y las negociaciones fructíferas.

En un sistema parlamentario existe una interdependencia marcada entre el poder ejecutivo y el legislativo, ya que conviven un jefe de Estado, que es el presidente, en el caso de las repúblicas, que tiene atribuciones específicas y que invita a un primer ministro a formar gobierno y lleva adelante la administración de la gestión. Este representante es elegido por el voto popular y está acompañado de un gabinete o consejo de ministros que en un sistema parlamentario puro también tienen representación parlamentaria.

Existen diferentes niveles de administración. Hay sistemas mixtos o semiparlamentarios, hay monarquías parlamentarias, donde los monarcas reinan pero no gobiernan como es el caso de España, Holanda o Inglaterra, hay repúblicas donde existen parlamentos fuertes como Alemania o Italia y también sistemas semipresidenciales como el de Francia, donde se ha dado la cohabitación entre un presidente y primer ministro de diferentes signos políticos.

Tal vez haya que pensar para el futuro de la Argentina, en un sistema mixto, donde se abandone la tendencia a buscar un presidente carismático que sea depositario de todas las virtudes y de todos los males de gobierno e ir hacia formas más amplias e integradas de gobierno, donde las decisiones requieran consenso y equilibrio político.

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Seguramente para lograrlo habría que comenzar a sacudirse esa inmadura necesidad de buscar caudillos o líderes de bronce y construir de una vez por todas, puentes de diálogo y debates de ideas que logren beneficios perdurables para la sociedad argentina.

 

* Guillermo Saldomando. Periodista y docente universitario.