OPINIóN
Coparticipación

La Ciudad y los enemigos de cabotaje

La quita de fondos es un hito o, mejor dicho, el mayor hito de la deriva por la que ha decidido transitar el Gobierno nacional.

Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta
Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta | Cedoc

La quita de fondos a la Ciudad es un hito o, mejor dicho, el mayor hito de la deriva por la que ha decidido transitar el Gobierno nacional. De no retorno y para nada sorpresivo, porque repite una característica distintiva e histórica del oficialismo que, para colmo de males, le gusta sobreactuar.

¿De qué hablamos? De instalar un enemigo nacional interno, como cauce fundamental de la dimensión “agonal” de su política (contra qué o quiénes se lucha). Así como lo fue en su momento el campo o el multimedio, ahora es la Ciudad de Buenos Aires. Y desde ya que esas otredades nunca son meramente simbólicas, implican “efectividades conducentes” que buscan redistribuir dinero y poder.

Si tomaran la forma de debates multisectoriales y paritarios en orden a “agrandar la torta”, hasta podrían ser atendibles. El problema es que el kirchnerismo siempre lo hace en el sentido inverso: para achicar el resultado general de la ecuación, mientras aumenta la participación relativa de lo que cree que le conviene y nivela para abajo (la dimensión “arquitectónica” de su política).

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Todo lo contrario al espíritu invocado por Alberto Fernández al inicio de su presidencia, el de los discursos inaugurales que ya quedaron para el olvido; demostrando que detrás de la “payada” no lo anima ni la vocación de diálogo, ni la unidad nacional y mucho menos superar la "grieta". Sigue siendo un "veleta", ideológica y programáticamente, como lo fue a lo largo de su sinuosa carrera política y cuya “trazabilidad” se le hace muy difícil hasta el más experto.

La mayor prueba es esta tropelía contra la Ciudad de Buenos Aires. Sí, tropelía (acción ilegal cometida por alguien que abusa de su poder o de su autoridad), y más porque se lleva adelante en el peor momento; en medio de la lucha contra la pandemia y la necesidad de coordinar todo tipo de acciones en el AMBA, como se nos prometió en cada una de las conferencias de prensa conjuntas.

Hoy también queda claro que la ocasión para la “cuchillada” se fue preparando discursivamente desde hace meses. Que los porteños trajeron el virus, que los corredores, que la clase media, etc., para rematar con la insistencia en la "opulencia" de la Ciudad. Una grosera falacia.

Como cualquier otra localidad importante del país, ofrece imágenes de desigualdad entre sus distintas zonas y barrios; pero nunca una "abundancia" homogénea, como para contrastarla con el resto y fomentar la discordia entre argentinos y argentinas de un lado u otro.

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Buenos Aires no es París. Ni Barrio Parque es la media, es ínfimo si se tiene en cuenta toda la geografía. Igual que Puerto Madero y Recoleta, lugares de residencia particular del Presidente y la vicepresidenta de la Nación, que tampoco son el común denominador de la Ciudad. Sólo hay que recorrer el sur y las villas porteñas para darse cuenta de la larga serie de precariedades que se padecen en esa vastedad.

De mínima, estamos frente a una gran hipocresía. Junto a la que se podría presumir con respecto al trámite y desenlace del conflicto con la policía bonaerense, que sirvió de principal justificativo para el decretazo. Quedará para la investigación y el análisis si fueron sorprendidos por la ineptitud del “súper” ministro y las autoridades a cargo, o si dejaron engordar el problema a sabiendas, en función de darle una pátina de desesperación a la medida. 

Hipocresías que van de la mano de promesas incumplidas. De las que viene al caso recordar la que mejor delata la opción por el incordio: no haber convocado al llamado consejo económico y social, que debía ser un buen punto de partida para generar la mayor sinergia de factores locales, en atención a sacar al país del atolladero en el que estamos desde hace décadas.

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Si ese comprometido propósito era muy necesario antes de la cuarentena, cuánto más en el marco de la misma para enfrentar el variado tipo de consecuencias que este flagelo mundial le iba a deparar a la Argentina. Un acuerdo multisectorial que bien podía emparejarse, por lógica, con otro de carácter federal que incluya la discusión por la coparticipación. En vez de todo eso, el Gobierno nacional se amparó en la discrecionalidad de la emergencia para hacer de la división, la discriminación y la postergación selectiva una práctica recurrente.

Eso sí, y en contra de su pseudo progresismo y antiimperialismo para la tribuna, prefirió abonarle 250 millones de dólares a los tenedores de bonos internacionales con los que tenía que negociar más adelante la postergación y reducción de esa clase de pagos. ¿Cuándo? El 31 de marzo. Es decir, varios días después de que nos empezamos a preguntar de dónde se iba a sacar la plata para sostener todo lo que se había paralizado. El tamaño de semejante despropósito también se puede medir con el metro de lo que se le quita a la Ciudad: al cambio oficial, aquel desembolso duplica holgadamente lo que se le debía remitir en fondos coparticipables hasta fin de año.

En definitiva, y más allá de todas las conversiones que se podrían hacer en bienes, servicios, salarios, etc., ya sea en Argentina o hacia el exterior, lo único cierto es que esta "cuenta" la tenemos que pagar porteños y porteñas, más quienes trabajan, estudian, se curan y recrean en la Ciudad, aunque no duerman en ella.

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¡De nada Alberto! Cuando sea que tengas que volver de Olivos a Puerto Madero, quedate tranquilo que seguramente el “barrio” va a estar igual y, por ahí, hasta un poco más "opulento".

 

 

* Politólogo. Ex Diputado de la Ciudad de Buenos Aires (2013/2017). Profesor de la UBA - Facultad de Ciencias Sociales.