La ceremonia de asunción a la presidencia de los Estados Unidos del demócrata Joe Biden fue singular por varios motivos. En primer lugar, la ausencia de Donald Trump marcó el tono revulsivo que el ahora ex Presidente le impuso a la política estadounidense y la profunda división política en el seno de aquel país. La condición de outsider de Trump (fue el primer individuo elegido para el cargo sin tener experiencia política ni militar en la historia), hizo que no tuviera vínculos establecidos ni códigos de conducta compartidos con la clase política de su país. Para muchos de sus seguidores esto fue una ventaja, porque lo diferenciaba de la denostada “clase política”. Pero esto resultó en un Presidente irrespetuoso de las reglas, incapaz de negociar y agresivo con sus eventuales socios. Todo esto concluyó simbólicamente con su ausencia de la ceremonia de asunción de Biden.
Hay ciertos paralelismos históricos sugerentes. Trump fue el primer presidente desde 1869 que faltó a la ceremonia. En aquella ocasión Andrew Johnson (que también había sido sometido a un juicio político), decidió no concurrir a la asunción de Ulysses Grant. Mas allá de la efeméride (repetida hasta el cansancio en los medios estadounidenses), las fechas no son casuales. El país estaba atravesando una polarización extrema y acababa de salir de la guerra civil. Hoy en día, el país experimenta los niveles de polarización política más altos desde ese momento. Que entonces y ahora haya un Presidente que decida despreciar a su sucesor habla a las claras de la “grieta” profunda en su versión estadounidense.
Joe Biden y las dificultades de lanzar una agenda efectiva en una nación tan polarizada
La ceremonia de asunción fue, además, la celebración de la clase política tradicional de sus rituales históricos que habían sido dejados de lado. Para buena parte de los Estados Unidos, Trump fue una suerte de anomalía, una desviación histórica que, esperan, no se repetirá. Para este grupo, la llegada de Biden es la “normalización” de la política. La ceremonia dejó entrever esa sensación de alivio. Muchísimos discursos que enfatizaron la idea de unidad, de sanar a la nación, de cuidar la democracia y las formas más allá de las diferencias políticas. Tres Presidentes (Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama) asistieron al evento y grabaron un video donde subrayan la importancia de respetar a la democracia. El mensaje está claro: Trump y todo lo que significó (incluyendo la violencia política) no debería volver a repetirse.
Un tercer elemento notorio fue la decisión deliberada de celebrar la diversidad. Una de las características demográficas de la administración Trump fue su carácter anti-diverso. Fue un gobierno de varones blancos. Su gabinete así lo demostró. Aún más, su gobierno cortejó (e incluso empoderó) a los sectores supremacistas blancos. Como quedó claro en la insurrección popular que invadió el Capitolio, grupos violentos de la “derecha alternativa” (alt-right) se referenciaron en su figura. Estos sectores son eminentemente xenófobos, antisemitas, antiinmigrantes y racistas. La asunción de Biden quiso diferenciarse claramente, y todo el evento de asunción fue pensado así. La presencia de Kamala Harris, primera vicepresidenta del país e hija de inmigrantes, fue un símbolo poderoso. Pero además cantó una artista “latina” (Jennifer López es hija de portorriqueños) y una niña afroamericana recitó un poema. La señal aquí también estuvo clara: Estados Unidos no tiene nada que ver con lo que Trump representó.
Joe Biden, ¿podrá terminar con la grieta en USA?
Con todo, el futuro aparece mucho más difícil y menos esperanzador que la prolija ceremonia. La administración Biden se enfrenta a dos desafíos enormes: la crisis sanitaria y la económica. Ambas están relacionadas, y también explican bastante por qué perdió Trump la elección. Ahora Biden tiene frente a si el desafío de poder brindar soluciones para que las elecciones de medio término en 2022 no sean un lastre para su partido como lo fue para Trump. Su administración ya prometió una actitud más decidida frente a la pandemia. De hecho, en sus primeras acciones el Presidente ya firmó órdenes ejecutivas (el equivalente a los decretos) en los que adopta una serie de medidas para hacerle frente a la pandemia. Biden creó una dependencia para dar una respuesta integral a la pandemia, obliga al distanciamiento social y al uso de barbijos en todas las dependencias gubernamentales federales e insta a la ciudadanía a usar las mascarillas. Biden también reestableció los lazos de su país con la Organización Mundial de la Salud después de que la administración Trump decidiera retirar la membresía y la financiación el año pasado.
Aún más, el flamante Presidente se enfrenta a una situación institucional compleja. El oficialismo posee ventajas muy estrechas en ambas cámaras, lo cual lo obliga a arduas negociaciones con los republicanos. De este modo, aparecen condicionados los proyectos de reactivación económica y reforma de la salud pública que prometió Biden en campaña. Asimismo, luego de los nombramientos de Trump la Corte Suprema aparece con una mayoría muy conservadora. En definitiva, el marco institucional aparece como un frente difícil para el Presidente.
Por último, Biden podría ser un Presidente atravesado por las tensiones partidarias internas y externas. Es el Presidente de edad más avanzada al asumir el cargo. Ya sugirió que no buscará la reelección en 2024. Por lo tanto, cabe esperar que su administración se defina por los movimientos al interior de su partido para sucederlo. Asimismo, y aunque la ceremonia de asunción pareció sugerir que no existen, enfrente tiene a varios votantes fuertemente trumpistas que lo consideran ilegítimo. Así, la posibilidad de terminar liderando una Presidencia débil es muy alta.
En definitiva, detrás de la ceremonia se esconden los enormes desafíos que tiene por delante Biden. Las elecciones de 2022 ofrecerán el primer termómetro de su desempeño.