“Entonces, Mentira dijo a la Enéada (La Corte): Traed a Verdad, cegadle los ojos, y colgadlo como portero de mi casa. Y la Enéada (La Corte) hizo todo, como Mentira lo solicitó”.
El fragmento pertenece a “La Contienda entre Horus y Seth” y “de La disputa de Verdad y Mentira”, la reconocida obra de Marcelo Campagno, especialista en egiptología e investigador principal de CONICET. Se trata de antiguos relatos de la mitología egipcia plasmados en los papiros Chester Beatty I y II, traducidos por primera vez al castellano, mediante el arduo trabajo del prestigioso científico argentino.
La inusitada vigencia de este mítico relato, y sobre todo la relación entre sus protagonistas, Mentira, Verdad y La Corte, no hacen más que confirmar una certeza ineludible: la humanidad evoluciona a paso lento y con dificultad, porque arrastra un pesado lastre, el estancamiento de la justicia. Una justicia que a “buen juicio”, resulta obsoleta, permanece vetusta y de a ratos precaria, arbitraria, inquisidora y medieval, apenas digna de mencionarse como actor de reparto servil, en un antiguo papiro egipcio.
La Sala G, de la Cámara Civil, o mejor dicho sus jueces, dres Polo Olivera y Carranza Casares, desheredan a una hija extramatrimonial, “bastarda”, negándole completamente su derecho como hija y heredera, otorgando la totalidad de los bienes a los hijos “legítimos” del matrimonio Treglia-Taboada. Los jueces dan por cierta la venta simulada de esos bienes, a pesar de que el padre difunto de todos, siguió firmando como propietario de las empresas familiares, hasta seis años después de haberlas vendido…, a su cuñado.
En La Rioja, la jueza Carla Menen, rastrea sin tregua el domicilio de la niña Arco Iris, de 6 años, abusada reiteradamente por su abuelo paterno, con la intención de devolverla al Pater Familias, dueño y señor de su vida y su suerte, para que éste pueda continuar con los abusos.
El Juzgado N.1 de la Familia y el Menor, Gral. Pico, La Pampa, precisamente la jueza Ana Clara Pérez Ballester, arranca a Lucio de 5 años, del seno de su familia paterna, para arrojarlo a las fauces de su madre biológica, inestable emocionalmente según las pericias que obraban en poder de la magistrada y alertaban el riesgo, por el simple hecho de asumir que el vínculo maternofilial resulta “natural”, conveniente y espontaneo. Pues no lo fue, ni natural, ni conveniente, ni espontaneo, quizá lo hubiera previsto si hubiera leído las pericias psicológicas de la madre. Quizá si la jueza Pérez Ballester hubiera “hojeado” las pruebas durante el desayuno, Lucio se prepararía para iniciar su primer grado.
A pesar de que la ley indica lo contrario, “La Corte” cobra tasas de justicia a los recursos de queja, cuando provienen de abogados laborales que defienden derechos de los trabajadores despedidos o maltratados. De este modo busca desalentar la denuncia, la protesta frente a fallos injustos, y perpetuar el estereotipo de poder feudal, económico y tiránico.
Justicia: ¡peligro de extinción!
La lista es interminable: cuotas alimentarias que se hacen efectivas cuando los niños ya son adultos, o nunca. Embargos preventivos a contribuyentes ahogados, condonaciones de deudas impositivas a multinacionales enriquecidas gracias a la corrupción, revinculación forzosa de niños con sus progenitores violadores, madres vulnerables que crían y mantienen solas a sus hijos e hijas y gastan la vida de juzgado en juzgado, sin ser oídas.
Jueces de primera y segunda instancia, fiscales, defensores…La colorida fauna judicial comparte una única condición sine qua non: Carecen de sentido común.
Nobleza obliga, las honrosas excepciones
Podría extenderme al enumerar muchas otras particularidades de ésta pomposa “familia”, que, como otras, guarda sendos muertos en el armario. Pero no es necesario, los jueces hablan a través de sus fallos, basta con leerlos. Sin embargo, no puedo omitir mencionar la infalible ignorancia que exhiben como plumas y brillantina, muchas resoluciones judiciales. Contrariamente a lo que podría suponerse, la mayoría de las veces ni siquiera existen intereses económicos. Los magistrados a través de sus fallos muestran su burda arbitrariedad sin que nadie les pague, por amor al arte, lo hacen gratis y desinteresadamente.
Todos chorros, todos inocentes
Juicios en los que se exigen pruebas. Pruebas que demoran años en producirse, pruebas que una vez producidas no son consideradas, ni utilizadas siquiera para apoyar el café. “No es ocioso recordar acá que el Juzgador no tiene la obligación de ponderar todas las pruebas colectadas en la causa…” advierte una sentencia de la Sala G. Después de todo, Qui monet non prodit (el que avisa no traiciona).