OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

Los programas de gobierno son difusos y eluden el compromiso político

Casa Rosada
Casa Rosada | Télam

Se inicia con las PASO el proceso electoral que culminará el 10 de diciembre con la asunción de un nuevo gobierno. Nuestro homenaje a Raúl Alfonsín, que sentó las bases para terminar la secuencia perversa de golpes de Estado iniciada por el fascismo militar criollo en 1930 y continuada hasta 1983 en sucesivas etapas en que las dictaduras militares usurparon el poder político, despojaron a la civilidad de sus derechos civiles y recurrieron a la tortura y a la desaparición de personas en un proceso atroz que no se repetirá.

Estamos en los inicios de un proceso electoral, con una gran cantidad de precandidatos que compiten en elecciones escalonadas, en lo que se asemeja a una gran carrera ciclista donde lo que predomina es el “pelotón”. Allí la competencia adquiere la forma de un “desordenado amasijo” en donde se lucha cuerpo a cuerpo y donde intervienen actores políticos que cumplen roles diversos. De esa puja caótica surgirá el más apto. Las propuestas políticas de los candidatos son ex profeso confusas, demagógicas, tramposas. Poco creíbles.

En este punto es apropiado puntualizar algunas cuestiones: 1) ni el Estado nacional ni los “partidos políticos” cumplen a cabalidad con el artículo 38 de la CN, que define a estos últimos como “instituciones fundamentales del sistema democrático”, y a su vez encomienda al Estado funciones específicas de índole económica y formativa de sus cuadros; 2) los partidos políticos han sido reemplazados por “espacios políticos” –un invento–, cuya existencia no surge de ningún texto constitucional; 3) los partidos no presentan a la ciudadanía sus programas de gobierno ni elijen sus candidatos en elecciones internas, y 4) los espacios políticos no presentan programas convergentes sino divergentes.

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Es obvio que se necesita un plan que debería provenir de la política y el momento para expresarlo sería ahora pero se eluden los problemas reales, como ser competitivos

Adicionalmente, no hay debates entre los candidatos ni estos escriben artículos de opinión con propuestas. Las campañas se realizan en base a propaganda de contenido más que elemental del tipo “Primero la gente”. El análisis de focus groups y las encuestas de todo tipo ocupan el centro de la política vacía; un “no lugar”.  

Al cumplir cuarenta años de la democracia recuperada, Argentina transita uno de los peores momentos de su historia económica y social: pobreza sin precedentes, inflación descontrolada, éxodo de la juventud en busca de mejores horizontes de progreso, estancamiento del PBI, bajísima tasa de inversión reproductiva, primarización acelerada de la Economía y caída en la educación pública. A ello se suma la captura del Estado por la militancia política y la influencia de las corporaciones en la adopción de las decisiones estratégicas. Ese fenómeno perverso sustituye y anula al Estado como gestor del “bienestar general”.

La declinación argentina es difícil de ocultar, basta con recorrer los barrios del sur de la Ciudad –la Boca, Barracas, Parque Patricios, Boedo y Pompeya– y también del Conurbano para tomar una idea de la brutal desindustrialización de la Argentina en los últimos sesenta años. Hay que observar la gran cantidad exedificios fabriles todavía en pie que dieron trabajo genuino a miles y miles de obreros argentinos hoy convertidos en galpones, garajes, supermercados, gimnasios o edificios de propiedad horizontal que simulan un progreso que no existe y que no está basado en el trabajo de los argentinos.

Los partidos políticos deberían haber sido los primeros en tomar conciencia de nuestras grandes frustraciones y abocarse a resolverlas en forma eficaz con propuestas programáticas que no han existido todavía en este siglo. El mundo exhibe ejemplos de países que se han puesto de pie en el último medio siglo produciendo un explosivo crecimiento de sus economías: China, los países del sudeste asiático, España, ahora India y muchos más nos muestran que la salida es el “buen gobierno” basado en la racionalidad y la ética republicana.

La inauguración del gasoducto Néstor Kirchner

Es más que obvio que Argentina se encuentra ante la necesidad de encarar un verdadero giro copernicano en el modo de gestionar su obsoleto sistema productivo. El proceso eleccionario debería lanzar a debate civil las líneas maestras de un gran plan de modernización, industrialización e incremento de la productividad global que nos saque del estancamiento y nos proyecte al mundo en forma competitiva. Pero de eso no se habla frente al proceso electivo.

Para ello se necesita un plan, y es obvio que ese plan debería provenir de la política, y el momento de expresarlo sería ahora. Pero lo real es que la política elude la explicitación de este tema. El punto de partida es enfocar los problemas reales: superar el estancamiento económico, ser competitivos con nuestra producción en el exterior, aumentar la productividad global de nuestra economía, aumentar el empleo y aumentar los salarios en forma genuina en función de una mayor productividad y una mayor competitividad. Al mismo tiempo eliminar nuestros males crónicos. Ello requiere una estrategia de largo plazo, dentro de la cual deberá estar presente una reforma educativa profunda.

Todos atrás de una solución mágica. Lo paradójico es que las propuestas de los partidos políticos a ambos lados de la grieta tienen un factor común y casi excluyente, que básicamente consiste en jugar todo el futuro a una intensificación de la producción nacional de energía y recursos naturales, que se realizaría en torno al aprovechamiento de los recursos hidrocarburíferos de Vaca Muerta y de las sales de litio para la fabricación de baterías en los automóviles eléctricos. A ello denomino la solución trivial, por lo inmadura.

Es cierto que se trata de una oportunidad en el contexto de la transición energética mundial, pero no es menos cierto que esa transición tiene como patrón una disminución global de la demanda de hidrocarburos y que Argentina actualmente es un actor muy marginal dentro de lo que es el mercado energético mundial. Nuestra producción de crudo es apenas el 0,6% del total, y mayoritariamente se utiliza en nuestro mercado interno. Nuestra actual producción gasífera muestra muy leve crecimiento anual, y requeriría de muy fuertes inversiones en infraestructura para poder ser colocada en el exterior con precios competitivos y, además, la certificación de reservas comprobadas en cantidad suficiente para poder afrontar con seguridad la firma de contratos de suministro de largo plazo con el exterior.

Hidrocarburos: los desafíos frente a la transición energética

La pregunta que cabe formularse es si las empresas privadas están en condiciones de afrontar esos riesgos con sus inversiones o si, en cambio, se los transferirán al Estado mediante la sanción de leyes de promoción sectoriales específicas con la complicidad de los políticos amigos en el Congreso Nacional.

Imaginando una salida productiva. Argentina debería concentrarse en aumentar la producción global. Un rubro que debería ser central es aumentar la producción de base agropecuaria integrando al máximo sus cadenas de valor, elaborando productos de alto valor agregado y compitiendo en el mercado internacional.

A modo de ejemplo: ¿por qué no apuntar a una Argentina en la cual el tambero y las industrias lácteas no se fundan como lo hacen nuestro país en forma crónica a lo largo de los últimos sesenta años? ¿Podría nuestro país exportar productos lácteos de alta calidad y competitividad internacional? Pregunta clave de los partidos políticos a la SRA.

¿Es posible implementar una mayor utilización del agua de los grandes embalses nacionales en las provincias para el riego agrícola y producir frutas y productos de alto precio y alto valor agregado con calidad de exportación?

¿Es posible imitar el ejemplo de la industria vitivinícola nacional, que en los últimos lustros se transformó a sí misma en volumen y calidad de exportación?

En resumen, es hora de que los partidos políticos convoquen al voto con ideas de aplicación posible en torno a un plan de desarrollo que nos permita, por ejemplo, duplicar nuestro PBI en los próximos 15 años. No creo que esto sea imposible; se trataría en definitiva de apuntar a un crecimiento del PBI del 4,5% anual acumulativo, valor este mucho más alto que el que hemos tenido en las últimas décadas, de penoso estancamiento, pero mucho más modesto que el logrado por economías que se han propuesto un desarrollo sostenido de sus economías.

*Exsecretario de Energía. Presidente del IAE Mosconi.