Bartolomé nació en Buenos Aires el 26 de junio de 1821. Se lo bautizó al cumplir dos días en la iglesia San Nicolás de Bari y su padrino fue nada menos que José Rondeau. El viejo militar legó al ahijado sus memorias inéditas y su espada. Elementos que sin duda sintetizan la vida de Mitre: un guerrero historiador.
Mientras San Martín y Bolívar terminaban de rematar el dominio español en Sudamérica, y en Buenos Aires se desarrollaba la “feliz experiencia”, los Mitre se trasladaron a Carmen de Patagones, donde Ambrosio —padre de Bartolomé— fue nombrado ministro-tesorero.
Contaba nuestro futuro presidente con cinco años cuando —en plena guerra— los brasileños intentaron apoderarse de la ciudad.
En marzo de 1827 aquel niño escudriñó desde lejos la batalla entre ambas facciones, las que décadas más tarde lucharían bajo sus órdenes durante la Guerra del Paraguay.
El rosismo llevaría a los Mitre hacia el exilio. Al cumplir dieciséis años nuestro personaje se inscribió en la Academia Militar de Montevideo, especializándose en artillería. Su bautismo de fuego llegó dos años más tarde, luchando bajo bandera uruguaya contra los hombres de Oribe y Rosas.
Aquel Montevideo era un verdadero lujo para el intelecto, allí conoció a Juan Bautista Alberdi —mientras éste divulgaba su programa e ideas entre los exiliados— a Miguel Cané y a Domingo Faustino Sarmiento, entre otros.
Contrajo nupcias con Delfina María Luisa de Vedia, en la catedral de Montevideo, el 11 de enero de 1841. Tuvieron seis hijos: Delfina (1843), Bartolomé (1845), Josefina (1847), Jorge (1852), Emilio (1853) y Adolfo (1859).
Mientras su familia crecía también lo hacían sus aspiraciones. Dentro de la maraña de enfrentamientos le tocó luchar junto al mítico Giuseppe Garibaldi. Años más tarde escribió:
“Cumplía yo entonces veintidós años y la personalidad de Garibaldi ejercía sobre mi imaginación una especie de fascinación, que me atraía irresistiblemente por las hazañas que de él había oído relatar, y por una especie de misterio moral que lo envolvía”.
Los cambios políticos uruguayos lo llevaron por nuevas rutas de proscripción. Terminó en Bolivia, dirigiendo el Colegio Militar. Conoció allí a Félix Frías, secretario personal de Lavalle que residía allí desde el heroico rescate del cadáver de su jefe.
Bartolomé se inmiscuyó en luchas internas y terminó expulsado. Mientras lo escoltaban hacia la frontera con el Perú, su espíritu intelectual afloró: cercanos a las ruinas de Tiahuanaco solicitó permiso para conocerlas. Los guardias accedieron.
Acabó radicándose en Chile. Entre los argentinos que halló en el país trasandino se encontraban Sarmiento, Alberdi, Las Heras y Rodríguez Peña. Es en esta etapa cuando desarrolló plenamente su labor periodística, convirtiéndose en una de las voces liberales opositora al gobierno conservador.
En uno de los artículos de esa época leemos la idea de nación que ya poseía y que buscó plasmar siendo presidente: “Un pueblo pobre no puede ser libre; un pueblo sin instrucción no puede tener idea de sus derechos y deberes; un pueblo con malos códigos no puede tener buena Constitución; un pueblo con mal sistema de hacienda no puede tener un buen sistema político; un pueblo que no goza del bienestar en vano está que tenga escritas en el papel sus libertades”.
Poco después llegó Caseros, batalla en la que participó y que terminó con el poder de Rosas. Entonces comenzó Mitre a protagonizar la historia por la que hoy se lo recuerda, llegando a ocupar la presidencia. Su desempeño en la vida política nacional y sus trabajos intelectuales no cesaron durante décadas.
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Caminando por sus años setenta era muy popular. Transitaba por las calles porteñas sin escolta, contando con el respeto de todos. La mañana del 26 de junio de 1901 Buenos Aires despertó con una salva de artillería de los buques de marina de guerra ubicados en la rada del puerto. Mitre cumplía ochenta años y así comenzaron los festejos.
Su hogar terminó inundado de flores, obsequios, placas de bronce, banderas, etcétera. Fue visitado por el presidente y se acercaron muchas personalidades a felicitarlo. Cerca del mediodía una multitud se agolpó en la puerta de su casa —Actual Museo Mitre— y los saludó desde la azotea. Allí mismo fue homenajeado por una delegación y dio un discurso. La jornada se cerró con una función lírica en el teatro Ópera.
Mitre pasó los últimos años escribiendo, asistiendo a reuniones políticas y recibiendo visitas. Quienes lo encontraban por la ciudad veían a un anciano alto y delgado, muy pulcro, y siempre bien arreglado; aún con abundante cabellera castaña y manos de pianista que sostenían en todo momento un habano. Su imagen estaba ya en los billetes y su nombre en más de una calle.
El 29 de noviembre de 1905 enfermó gravemente. Casi no comía y bebía poco, vendrían cincuenta y cuatro días de agonía, que incluyeron pequeños infartos.
El doctor Luis Güemes, nieto del caudillo, consideró que poco se podía hacer. En uno de sus textos Omar López Mato describe sus últimos momentos:
“El general conservó su lucidez hasta que la debilidad y la fiebre lo dominaron, entonces pronunciaba palabras incomprensibles (…) Una tarde se puso de pie y se dirigió a su enfermero: ‘Vamos, estoy listo’. Quería marchar por sus propios medios al cementerio. (…) Los signos de la insuficiencia renal eran evidentes, poco se podía hacer. (…)
Llegó el nuevo año y el general apenas pudo levantarse para saludar a los suyos. El calor lo agobiaba. El día 15 todo hacía anunciar un pronto desenlace. La gente se agolpaba frente a su casa. La Municipalidad ordenó enarenar las calles vecinas para amortiguar los ruidos que perturbasen el sueño del general..”.
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Don Bartolo sufría alucinaciones, durante las que mantenía charlas con Sarmiento, muerto hacía más de una década. La noche del 18 de enero, rodeado por los suyos, abrió sus cansados ojos claros por última vez. Sin pronunciar palabra hizo un gesto de despedida. Bartolomé Mitre murió a las 4.38 A.M del 19 de enero de 1906.
Se decretó duelo nacional. No hubo espectáculos públicos y el comercio cerró sus puertas. Durante todo el 19 su féretro permaneció sobre su escritorio de trabajo. Sobrevivientes de la Guerra del Paraguay lo cargaron hasta Casa Rosada donde se lo veló otras veinticuatro horas. De allí fue llevado a la Recoleta.
En el resto del país se llevaron a cabo actos homenaje y llegaron a montar catafalcos en su honor, como en la Municipalidad de San Nicolás. Con Mitre desaparecía simbólicamente una generación gloriosa, a la que los argentinos de entonces admiraban.
El Mundo también hizo eco de su partida. Ocupó la primera plana del diario español “El País”, mientras que en el semanario catalán Album Salón una nota especial remontó su existencia, finalizando del siguiente modo:
“Conservó en la vejez todo el vigor mental de sus mejores años, y, ora en el senado, ora en la arena literaria, no consintió en abdicar su puesto activo invocando un bien ganado derecho al reposo. El Album Salón toma parte en el sentimiento que embarga al pueblo argentino y rinde un legítimo tributo admiración al hombre, por tantos conceptos ilustre, que no honró solamente a su patria, sino también a América y a la humanidad”.