Adolfo Alsina fue un hombre verdaderamente atractivo, de facciones viriles y corpulento. A pesar de su melena desprolija, siempre se lo veía impecable, aún cuando solía vestir de blanco.
Existen numerosas referencias a una prenda en particular de don Adolfo, su sombrero. Se trataba de una pieza que había adquirido en Francia y de la que jamás se despegaba. Caras y Caretas refiere al mismo tres décadas más tarde de la muerte de Alsina:
“El sombrero de Adolfo Alsina llegó a gozar de tanta celebridad, que halló poetas que lo inmortalizasen, milongueros que lo cantasen y hasta un autor que diese a una obra el título de: El sombrero de don Adolfo”.
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Más allá de estos datos de color, su vida estuvo marcada por el exilio y la tragedia desde pequeño. A los seis años escapó de la Tiranía de Rosas junto a su madre en un vapor hacia Montevideo. Sin duda fue una buena decisión la de Valentín Alsina, padre de Adolfo, pues pocos años más tarde su suegro -Manuel Vicente Maza- terminó siendo asesinado por la Mazorca.
Sobre la adolescencia de Alsina, sabemos gracias a Pedro Pardo que dio más de un dolor de cabeza a los progenitores. Adolfito ingresaba mujeres a sus aposentos de manera frecuente, pasando con ellas la noche en vela. Esto molestaba mucho a su madre que era constantemente advertida por la mucama.
En 1852, tras la caída de Rosas, los Alsina pudieron regresar a Buenos Aires. Ciudad a la que Adolfo seguramente no recordaba, pero que pronto hizo suya. Llegó de lleno al “corazón del pueblo”, gracias al magnetismo propio de los líderes.
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Sin dejar su costado salvaje, dedicó sus días a la política. Tras actuar como diputado se convirtió en gobernador de Buenos Aires, siguiendo los pasos de su abuelo materno y de su padre.
En 1868 accedió a la vicepresidencia, acompañando a Sarmiento. La relación que mantuvieron fue pésima desde el comienzo. Ambas personalidades eran fuertes y chocaron de inmediato.
Paralelamente llevaba una vida lejana al bronce. Tras discutir con su amada ante una escena de celos propiciada por ella, él se colocó un arma en la cabeza y amenazó con suicidarse. Aparentemente no estaba cargada y para tranquilizarla buscó demostrarlo disparando al gato. La bala salió y el animal murió desangrado.
Políticamente Adolfo Alsina representó a las clases bajas de Buenos Aires, se puede hablar de él como el primer gran caudillo bonaerense. El carisma era tal que muchos querían hablarle o tocarlo y lo esperaban en la puerta de su casa para hacerlo. Según los historiadores Guillermo Gasio y María San Román, debido a esto solía entrar y salir de su hogar —en la actual calle Alsina, por entonces Potosí— escondido en el carruaje. No es de extrañar que contara con custodios.
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Deseó ser presidente, pero siempre postergó aquel sueño esperando un mejor momento. Así, acompañó a Sarmiento y posteriormente a Nicolás Avellaneda.
Durante la administración de este último actuó como ministro de Guerra y buscó combatir los malones a través de la famosa Zanja que lleva su nombre. Fue sumamente criticado y terminó abortando la idea pocos días antes de morir.
Se cree que contrajo paludismo en una de las visitas que realizó a la Frontera. El 28 de diciembre de 1877, en sus anotaciones personales, Avellaneda escribió: “Adolfo Alsina está agonizando. Delira y da voces de mando a las fuerzas de la frontera. Esta mañana tuvo un momento lúcido y pronunció dos veces mi nombre, llamándome con palabras de cariño. No ha recordado a ninguna otra persona”.
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Durante el velatorio sus humildes seguidores lo despidieron tocando el cadáver, cortándole algún mechón a modo de recuerdo o dejando en su féretro pañuelos empapados de llanto, entre otras cosas.
Mientras se lo trasladaba a la Recoleta un disparo se perdió en la ciudad, uno de sus custodios se voló la cabeza al no poder defenderlo de la muerte. A ese nivel de fanatismo llegaron algunos por Adolfo Alsina.