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Macri, los sindicalistas y los que hablan de la pobreza sin meter las patas en el barro

El mundo se empobrece, Jeff Bezos se hace rico y el expresidente pontifica desde la Costa Azul. Mientras tanto, en el mundo la juventud se hace de izquierda y en Argentina piensa en emigrar.

Mauricio Macri y Juliana Awada en París 20200731
Mauricio Macri y Juliana Awada en París | Cedoc Perfil

 Hay una cuenta en Twitter que todos los días publica exactamente el mismo tuit: “Jeff Bezos ha decidido que no va a terminar con el hambre en el mundo hoy” (@HasBezosDecided). Esta amarga broma se refiere a que el creador de Amazon se ha convertido, durante esta pandemia, en el hombre más rico del mundo, y la primera persona en acumular 100 mil millones de dólares. Una fortuna que bastaría para resolver muchos de los problemas que hoy acosan al mundo.

Entretanto, una nota de Bloomberg decía hace poco que la actual situación con el covid-19 muchos Millenials en los países del primer mundo se están volviendo socialistas, o inclinándose por ideas de izquierda. Es que la crisis ha servido para agudizar todos los contrastes, y particularmente el que hay entre los que menos tienen y los superricos excéntricos, como el propio Bezos, o como Elon Musk. Pero además pone en evidencia los vínculos entre ese poder económico y la política.

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Vivimos en una plutocracia, o sea, en griego un “gobierno de los ricos”. Con la particularidad de que estos ricos dicen desvivirse por los más pobres. Eso hace ruido, y mucho. Tenemos funcionarios a los que les cuesta embarrar sus zapatos, que apenas se mueven por la periferia de los barrios marginales para hacer videos para las redes sociales. Pero, en realidad, nunca dependieron de un sueldo, ni tuvieron que hacer malabares para pagar las cuentas a fin de mes, ni mucho menos pasaron hambre.

Tenemos a Macri que nos habla desde el exilio en Francia. Claro, con la excusa de hacer el bien con la Fundación FIFA, ve la crisis desde Saint Tropez y Ginebra. Pronto será candidato, y volverá a hablar de la pobreza, una situación que su mal gobierno contribuyó a agravar. Pero, por ahora, el verano europeo es imperdible.

Cristina Kirchner es un caso similar; de todo toma distancia, no ensucia su ropa ni le da aliento a los argentinos que hace medio año estamos confinados. Viajó a Cuba cuando tuvo ganas y hoy sigue por control remoto con su actividad política, que está muy clara. Su principal preocupación no son los pobres, sino quedar libre de investigaciones y responsabilidades.

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Los sindicalistas también son, por regla general, gente adinerada y a la que, en muchos casos conocidos, le han surgido de la nada autos de alta gama, mansiones, dólares en efectivo, armas y joyas. Solo para hablar de los casos que fueron judicializados, tenemos a Mauricio Saillén, secretario general del sindicato de recolectores de basura de Córdoba, al ex titular de la UOCRA de la Plata, el “Pata” Medina, al ex secretario del Sindicato de Obreros y  Empleados de Minoridad y Educación, Marcelo Balcedo, y por supuesto a Omar “Caballo” Suárez, ex secretario del SOMU.

La realidad es que en política impera desde hace mucho tiempo una doble moral. Lo que se predica no es lo que se hace, las formas de vida y la situación patrimonial de los políticos no se condice con sus supuestas preocupaciones. Es una forma de vida que se exhibe sin pudor, cada vez con más descuido. No hablamos de hacer voto de pobreza, pero sí de austeridad, abandonar prácticas que lastiman a una ciudadanía cada vez más exigente con sus representantes, y que además está sufriendo mucho en este contexto.

La doble moral impera cuando se crean leyes que sin ser necesarias buscan crear beneficios para un sector privilegiado, o cuando se ponen familiares cercanos a ocupar cargos directivos, o económicamente se alientan decisiones que no favorecen a la mayoría. También cuando la principal pertenencia no es al público sino a un grupo político (que se llama kirchnerismo, macrismo, albertismo, etc.) o solo a un proyecto de poder personal. Basta ver lo que tuiteaban hace apenas un par de años Alberto Fernández o Sergio Massa acerca de Cristina Kirchner para hacerse una idea.

No tendríamos que preguntar también en el efecto que tiene todo esto en los más jóvenes, que lo ven con cierta distancia. Decíamos que muchos, en el primer mundo, se vuelcan hacia la izquierda. En Argentina el proyecto es otro: terminar el colegio o la universidad e irse del país. Es una generación que no come vidrio, y a la que le falta paciencia para los sinsentidos de la política. Disruptivos, poco afectos a la argentinidad, y que pueden manejar lo afectivo a través de Internet y las redes. Los que pueden irse son, además, los más formados, con lo que el país está perdiendo continuamente su recurso humano. Por eso, la pregunta hoy es cómo se hace para volver a entusiasmar a los jóvenes.