Hoy domingo 3 de octubre se cumplen 90 años de la inauguración del Palacio del Honorable Concejo Deliberante -actual Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires- una de las edificaciones más elegantes del patrimonio público.
Cinco años y tres presidentes debieron pasar para que el cuerpo de concejales tuviera un sitio holgado y sólido y era menester entonces que tal sitio fuera símbolo del valor de lo que allí se ponía en juego: la defensa de los intereses de la ciudadanía.
Los representantes del pueblo ahora verían desde los ventanales de la calle Hipólito Yrigoyen, Diagonal Julio A. Roca y Perú los edificios donde antes habían sesionado sus antecesores: el Cabildo y la Manzana de las Luces.
Pero también verían en la Diagonal Sur, al derribado Palacio Muñoa –segunda sede del Club del Progreso– una suerte de recinto extraoficial donde los caballeros se reunían para poner en contacto las ideas en pos del desarrollo material y moral del país; un club civil estrechamente ligado a la vida política, social y cultural de la Argentina.
En ese entorno, la sede del Concejo Deliberante debía tener una robustez capaz de dar un mensaje claro desde los cimientos hasta el último detalle del diseño interior.
Se importó todo y no se escatimó en nada: pisos de parquet en madera de Eslovenia a bastón cortado, mármoles de Grecia verde Tinos, roble y nogal italiano y hasta un reloj de cuatro cuadrantes de origen alemán. Hasta se importó mano de obra europea para trabajar los yesos del recinto.
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Hubo unas pocas excepciones. Por ejemplo, en un extraño intento del arquitecto por darle un aire autóctono al Palacio, se aprecia un indio americano en el Hall de Honor formando parte de las ocho columnas de las cuales siete son atlantes (dioses griegos).
El único material local aparece en el Salón San Martín; en la parte superior de un hogar de mármol hay un relieve oval tallado en piedra caliza extraída de la cordillera andina que representa la figura del Libertador montado a un caballo con motivo de la gesta emancipadora.
Un gesto presuntamente nacionalista fue bautizar a las cinco campanas del Carrillón como La Porteña, La Argentina, Las Patricias, La Niña y La Pinta.
Eso es todo lo que el Palacio tiene de local. Dicho así, sin contextualizar, podría sonar a chicana. Pero no. Fue todo un período cuidadosamente planificado para sacar a Buenos Aires de su estatus de aldea y convertirla en gran metrópoli.
La Ciudad ya estaba decidida desde mucho antes. Se iba a borrar toda huella hispánica y a derribar prácticamente todo lo que no la sitúe como "la ciudad de las luces de Latinoamérica".
Parafraseando a un ex gobernador y ex Presidente, Buenos Aires estaba "condenada al éxito”.
Había dinero. Todo era posible. Mandábamos granos y venían barcos cargados de nobles materiales para convertir a los edificios públicos y residencias privadas en verdaderas joyas de colección.
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Apenas un puñado de casas coloniales sobrevivieron a la piqueta y estuvimos a punto de perder al Cabildo.
Para resumir la barbarie arquitectónica en pocas líneas, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, el Cabildo fue demolido porque se veía demasiado colonial. El que vemos hoy, es una ficción, una pantomima de lo que fue.
Pero lo importante es que haya concordancia entre la apariencia de grandeza y el altruismo de la praxis.
¿Podemos decir hoy que la portentosa categoría edilicia del Palacio Legislativo le hace honor a los valores institucionales que profesa?
¿Podemos decir que el diálogo, la transparencia, la austeridad, la diversidad, el trabajo en equipo y la cercanía están a salvo dentro de esa fastuosa mole de cemento?
Esta misma inquietud tuvo lugar el día en que se produjo el acto inaugural del Palacio del Concejo Deliberante. Aquel 3 de octubre de 1931 al mediodía, de pie, frente a un recinto colmado de vecinos que estrenaron las bancas de los futuros representantes, el intendente José Guerrico concluyó su discurso con estas acertadas palabras:
“Que al contemplar la grandeza de este recinto y sus magníficas líneas arquitectónicas, los futuros ediles comprendan toda la responsabilidad de sus investiduras y sientan su espíritu lleno de elevados pensamientos, con la mirada puesta en cosas grandes”.
Que así sea.
* Mariela Blanco. Periodista.